En el mes de enero del año pasado escribí una columna acerca de dos desertores de las Farc originales, a quienes conocí en la vida guerrillera. Uno era Jerónimo, quien por entonces fungía como flamante comandante del décimo frente de las descompuestas disidencias en Arauca, y el otro, Ernesto, quien recién había sido entrevistado con enorme despliegue por la revista Semana. En ella reseñé algo de su pasado y verdadera condición.
Unos meses después, como lo difundió la prensa, los dos, junto a un número apreciable de sus subordinados, perecieron en un bombardeo de la fuerza aérea. Al lado de este suceso, tuvo lugar otro, de carácter privado y silencioso, que inicialmente originó en mí curiosidad, después una desprevenida amistad, y finalmente sorpresa y pena. Para dar cuenta de ello, decidí un año más tarde, escribir esta nota a manera de homenaje.
Publicada aquella columna encontré un mensaje por Facebook, enviado por una persona que no conocía, y a quien seguramente había respondido afirmativamente una solicitud de amistad. Suelo hacerlo, con el simple interés de difundir mis escritos. Se trataba de una mujer, quien me pedía apartar en mi agenda un espacio para conversar. Me dijo que era abogada y me mencionó un amigo común, militante de Comunes.
Esperé unos días hasta encontrar al conocido común e indagar por ella. Se llamaba Martha Adriana Chacón Patiño, aunque como me confesó luego, odiaba el Martha, simplemente Adriana. Lo que averigüé sobre ella aumentó mi curiosidad. Como abogada, y buena sí era en eso, había representado los intereses de Jerónimo, o Arturo, en los años de cárcel que pagaba tras su captura. Sus argumentos sirvieron para obtener su libertad.
Pero, además, antes de eso, había entablado una relación sentimental con él, hasta el punto de haber contraído matrimonio, con ceremonia incluida, dentro de las instalaciones de la prisión. Cuando Jerónimo estuvo libre, la convidó al Casanare, donde finalmente terminó por esquilmarle todos sus ahorros, incluida la casa que ella había comprado para ambos. Prácticamente ella huyó a Bogotá para salvar su vida.
Así que era ella quien se interesaba en hablar conmigo, mientras tomábamos un café. Supe que era una abogada honorable y servicial, de enormes calidades humanas, hasta el punto de hacerse cargo de la defensa de otros excombatientes sin cobrarles por ello. Nos encontramos en el Park Way, y luego entramos a uno de los tantos sitios del sector en los que se puede conversar tranquilamente.
No me impresionó su apariencia, tuve la impresión de hallarme ante una persona desgastada por los años, si bien no le calculé más allá de cincuenta. En cambio, rápidamente, me percaté de su aguda inteligencia, así como de la jovialidad de su trato, ajeno a cualquier tipo de afectación. Me dijo que le gustaba leerme, así como que la columna a la que me referí le había generado un deseo inmenso de intercambiar conmigo.
Por primera vez conocía de manera clara los antecedentes del hombre que la había engañado y estafado. Siempre se le presentó como una especie de héroe revolucionario caído en desgracia, y ella se lo había creído. De su relato me impresionó sobremanera las circunstancias en que la habían despedido. Sentí pesar, sin duda se trataba de una buena mujer de la que se habían aprovechado. Terminamos siendo amigos. En un par de ocasiones acepté sus invitaciones a almorzar.
Por primera vez conocía los antecedentes del hombre que la había engañado y estafado. Siempre se le presentó como una especie de héroe revolucionario caído en desgracia, y ella se lo había creído
Ella prefería la comida peruana. Me contó que su primer marido era de Lima y que tenían una hija ya mayor y casada, a la que visitaba con alguna frecuencia. Pese a su separación, conservaba buenas relaciones con la familia de él. Gracias a ella conocí que el Acuerdo de La Habana había abierto una puerta para que traidores y desertores presos, bandidos de la peor calaña, lograran su libertad. Sólo tenían que alegar que habían sido procesados por vínculos con las Farc.
Así fue como ella sacó a Jerónimo. Y así obtuvieron su libertad otros peores que él. Paradójico que reales exguerrilleros aún estén en prisión, pese a todos los esfuerzos de su defensa. Un buen día noté que no había vuelto a escribirme, ni a llamarme. Y que mis intentos por localizarla eran inútiles. Alguna vez me había indicado dónde vivía, así que decidí ir hasta su casa a preguntar por su suerte. Por su familia me enteré de que había desaparecido tras viajar a Arauca.
Nadie supo a qué viajo, solo que lo hizo vía aérea y desapareció. El hecho había sido denunciado a la Fiscalía tras varios meses de expectante espera por sus allegados. ¿Acaso viajó tras la noticia de la muerte de Jerónimo, pensando en recuperar de las disidencias algo de su patrimonio esquilmado? No se sabe. Lamentable vivir en un país donde suceden esas cosas. Que desaparezcan buenas personas y todo continúe sin el menor sobresalto.