El estribillo que la violencia corea incesantemente en Colombia no puede ser otro: “Me verás volar por el país de la furia, donde nadie sabe de mí y yo soy parte de todos”. A veces recurrir al extenso y cruel tema de cómo nos matamos, cómo padecemos la ira colectiva e individual y cómo hemos sido capaces de ser felices en medio de la tragedia humana y de la comedia de la vida; resulta soso y recurrido, casi sin novedad.
Y entonces nos cansamos del mismo espejo y decidimos romperlo y una vez hecho pedazos (guerras civiles, bipartidismo, violencia conservadora, guerra de guerrillas, narcotráfico, paramilitarismo y bacrim), el espejo encantado vuelve a mostrarnos el mismo rostro de desolación y glamour: “Nada cambiará con un aviso de curva, en sus caras veo el temor, ya no hay fábulas en el país de la furia”.
Seguimos nuestros pasos por el camino empedrado, tropezamos y levantamos la frente hacia un horizonte cada vez más distante y esquivo. “Me verás caer como un ave de presa, me verás caer sobre terrazas desiertas, te desnudaré por las calles azules, me refugiaré antes que todos despierten”. Nos arman encerronas los políticos de turno y se roban las elecciones hasta en los pueblos más inocentes de la geografía y sin embargo, volvemos a caer en la misma trampa que tiende —curiosamente— la propia presa. El cazador repetirá: “Me dejarás dormir al amanecer entre tus piernas”.
Ser colombiano es un genotipo que podría dar para el mejor discurso chauvinista, por encima de muchos vecinos de patio que se ufanan de ser los “meros machos”, hemos aprendido a resistir escuchando a un árbol de guayaba ardiendo: “Sabrás ocultarte bien y desaparecer entre la niebla, entre la niebla, un hombre alado extraña la tierra”. ¡Carajo, somos el pueblo elegido!
Ninguna sociedad de este patio inmenso como cagadero gringo tiene más cosas que contar que la nuestra: fábulas de héroes precolombinos y de libertadores que alcanzaron casi para ponerle nombre a 32 departamentos y no sé cuántos municipios de dos calles largas. Se fundó una República Colonial con fobia al agua salada y amor a las pulgas y chinches. “Me verás volar por el país de la furia donde nadie sabe de mí y yo soy parte de todos”. Construimos una democracia de papel en la zona más lluviosa del mundo.
Cuántas veces soñamos con poder volar como sociedad: con los equipos de futbol que se creen campeones mundiales solo tocándose sus pelotas, con cada Señorita Colombia que llega a Miss Universo (y regresa con la cola entre la cola), con cada pedalazo que rumia en Europa un diminuto ciclista de ruana y alpargata (aunque se vista de licras lujosas) y hasta con un corredor “gomelo” de autos chocones en la Fórmula 1. “Con la luz del sol se derriten mis alas, solo encuentro en la obscuridad lo que me une con el país de la furia”. Medio país de Ícaros (y de pícaros) intentando llegar a las alturas y medio país tratando de bajarlos.
El País no está para Santos ni Demonios. Caímos en desgracia por haber hecho enojar a los Dioses de los Andes, no al hebreo importado con la espada. “Me verás caer como una flecha salvaje, me verás caer entre vuelos fugaces, Colombia se ve tan susceptible, ese destino de furia es lo que sus caras persisten”. Reponernos del castigo va a tomar tiempo. Hacemos democracia para ser más autocráticos al ejercer el poder. Explotamos hasta la saciedad el suelo y subsuelo y la distribución con la redistribución no impiden la concentración… de la riqueza. Negociamos la paz en medio de las mínimas barbaries tolerables y las grandes vergüenzas de desprecio a la vida.
El gran Capital (ese Gran Hermano) nos susurra al oído: “Me dejarás dormir al amanecer entre tus piernas”. Nos creímos el cuento de ser un país emergente en una sociedad global de enanos. Vivir la prosperidad del centro rico, del primer mundo y del bienestar, con las mismas abarcas rurales que escondemos debajo del elegante traje de Óscar de la Renta.
Un País que más bien parece el Club Campestre de cinco o seis familias. El resto, solo somos vigilantes, meseros, chef (algunos), cocineros y cocineras (la mayoría), mensajeros, barman, camareros y catadores de alimentos y bebidas para el rey y su corte que se sirven viandas lujosas sobre las elegantes mesas fabricadas con los huesos de la historia. Aprende la lección: “Sabrás ocultarte bien y desaparecer entre la niebla, entre la niebla, un hombre alado extraña la tierra”.
Coda: Los ochenteros como yo quizás se pillaron el furtivo homenaje musical a Gustavo Cerati, al que la ciencia lo tiene descansando en paz.