El padre Chucho colgó la sotana franciscana hace diez años para luchar con libertad del lado de los indígenas de su departamento. Nacido en Avirama, corregimiento de Páez (Cauca), comenzó su formación en 1983 al lado de una misión de curas franciscanos que visitaba la zona buscando niños para participar en el primer seminario católico de indígenas. A Jesús Javier Chávez Yondapiz le llamó la atención las parábolas con las que aquellos curas explicaban el mundo. A él se le sumaría una veintena de chicos que soñaban vestir de hábitos después del bachillerato. En 1988, entonces, se crearía el primer Seminario Mayor Indígena, en una de las partes más frías de Colombia, la bota del volcán del Huila en Irlanda (Cauca). Dos años más tarde la disciplina del encierro, los votos de obediencia, castidad y pobreza espantaron a la mitad del alumnado.
Chávez resistió el férreo adoctrinamiento, aprobó con honores los cuatro años de estudio teológico y los tres de estudios filosóficos. En el año 1996 hizo el año pastoral y se convirtió en el primer indígena Páez de aquella generación en ser ordenado sacerdote. Durante una década peregrinó por todas las comunidades indígenas del nororiente del Cauca, pero llegó el hastío y con él su renuncia a los votos católicos: “La falta de ayuda a la comunidad, en lugar de tanta evangelización, derrotaría mis ganas de seguir en el clero”, declaró en el año 2006.
Las autoridades comuneras del momento vieron en él un animoso espíritu de liderazgo y no dejarían que se perdiera en una huerta o en un “tul”. Le encargaron montar el primer sistema educativo para las comunidades indígenas. Se decía que tenía las facultades intelectuales para entender todas las lenguas indígenas, y por ende, el poder de crear consensos de entendimiento. Pero la verdad era que Chávez solo hablaba español y lengua Nasa. Al escalar en el poder político indígena, fue nombrado representante legal de los 19 cabildos del Cauca en el año 2008. Chávez estuvo al frente de una de las acciones de hecho más recordadas del país: la concentración de 30 mil indígenas en La María (Piendamó), en la cual se tomaron la vía Panamericana entre Popayán y Cali durante 15 días. “Lastimosamente en aquel encuentro donde nos hicimos sentir como pueblo, se derramó sangre. Murieron indígenas y otros quedaron heridos”, afirma el sacedote.
Cuentan que siempre anda en moto por las montañas del Cauca. De hecho, hace poco sufrió un accidente que posiblemente lo dejará cojeando de por vida. Aunque de barba larga, sombrero de ala ancha, jeans americanos y rodeado de abuelos indígenas, su cara refleja una juventud de resistencia. Cuando hay un consejo de medidas cautelares, evita sentarse al lado de cualquier camuflado. En mayo de este año un periodista estaba entrevistándolo y a la mitad de la charla llegó un alto mando de la Policía e intervino en una de las preguntas sin pedir permiso. Chávez, de manera sutil, tomó su bastón, ofreció disculpas y dejó solo al uniformado. Fue una lección de respeto.
A principios de 2011 Chávez fue elegido por 119 autoridades tradicionales como su Consejero Mayor. Dicha responsabilidad la tendría clara desde el primer momento, cuando de inmediato alzó la voz por el pueblo de Toribio, que había sido atacado por la guerrilla con una “chiva bomba”. A su discurso de espiral, que siempre vuelve al mismo punto, no le cambia ni una coma. “Mi responsabilidad es velar por la unidad del pueblo indígena, que exista unidad en medio de la diversidad, defender este territorio ancestral y mantener nuestra autonomía”, recita el Consejero, dándole vueltas en círculo a su bastón de mando. Luego se refiere a sus concepciones acerca de cómo acabar con un conflicto: “si el debate se realiza sin odios, bajo el argumento de la palabra y el respeto se pueden lograr acuerdos de convivencia donde todos ganen”.
Por eso marcha con ellos siempre, esta vez con los 10.000 indígenas que han ocupado Popayán mostrando su solidaridad con el Paro Agrario de los campesinos, ya no como el Consejero mayor del Cric, cargo que ocupó durante tres años pero que por estatutos no podía ser reelegido, sino como un indígena más cuya voz y presencia imprimen carácter y respeto, hasta convertirse en el alma de la lucha de los indígenas del Cauca.