El presidente Petro es de ese tipo de políticos que siempre están pensando desde una lógica electoral. Para quienes todo se reduce al siguiente silogismo: se hace campaña para ganar una elección (premisa mayor), ganar una elección implica acceder al poder (premisa menor), luego, desde el poder se hace campaña para ganar la siguiente elección (conclusión).
No es un razonamiento complejo y como cuestión elemental explica la preocupación -casi rayando en la angustia- que le viene asistiendo a Petro en su obsesión por retener el poder de cara al 2026.
De eso dio cuenta el semanario The Economist en un duro artículo, en el cual, palabras más, palabras menos, concluye que: “Petro corrige su rumbo o su Pacto Histórico será relegado a la historia”. Lo que sintetiza la preocupación del presidente por alinear nuevamente al conjunto de fuerzas que resultaron decisivas para su victoria en primera vuelta, algo que empieza con la convocatoria a un congreso progresista con dos objetivos claros: 1). Transformar la coalición del Pacto Histórico en un partido único, y 2). Delinear la estrategia para “ganar la siguiente elección”.
Pues bien, mi lectura más inmediata es que Petro cada vez es más consciente de que perderá esa elección. El primer cimbronazo ya lo vivió en octubre de 2023 con la aplastante victoria del centro y la derecha en las principales ciudades capitales (echando para atrás la correlación de fuerzas que sí le resultó favorable en 2019), a lo que sigue un posicionamiento de la oposición bajo la narrativa fatalista de “salvar a Colombia” en el 2026. Es una nueva versión o reedición del clásico: “Ojo con el 2022”.
La preocupación de Petro tiene sentido por varios motivos, entre los cuales resaltó los siguientes:
La impopularidad
Señores y señoras, sí, el presidente es impopular. Por el momento, no pinta tan impopular como lo fue Duque o tan desgastado como lo fue Santos al final de su gobierno, pero las tendencias de las encuestas advierten que su popularidad o sigue bajando o se estanca entre el 25% o el 30%. El mismo porcentaje de respaldo que tuvo Duque a lo largo de su último año. Insuficiente para impulsar un candidato a una segunda vuelta y preocupante porque las elecciones de 2018 y 2022 se caracterizaron porque tuvieron un factor en común: ganó el candidato que se asumió en la oposición más férrea ante un gobierno impopular.
Y ciertamente la explicación de esa impopularidad tiene múltiples variables, que van desde el posicionamiento de una matriz mediática negativa a los múltiples y vergonzosos escándalos que han socavado el ideal de pureza insertado en la narrativa del “cambio”, pero lo más preocupante, es la decepción entre los electores que se activaron por primera vez en el 2022, aquellos que entienden poco de correlación de fuerzas o de los bloqueos de los poderes fácticos, los mismos que ahora están decepcionados porque no ven el cambio elucubrado en discursos retóricos.
Son quienes en el 2026 no se van a tirar masivamente hacia lo derecha (al menos, eso creo), aunque si van a caer en cierta apatía y desidia; total: llegaron prometiendo el cambio para hacer más de lo mismo.
La falta de un liderazgo cohesionador
En la última década toda la discusión en torno a la izquierda y las fuerzas alternativa ha oscilado alrededor de la imagen de Petro. Ya fuera como alcalde de Bogotá o como candidato presidencial, Petro fue relegando a la categoría de jugadores menores a todos los dirigentes de la izquierda que emergieron con la creación del Polo Democrático en 2004. Esa excesiva personalización fue la base de la campaña de “Vota Petro, vota Pacto”, tan efectiva, que le permitió ambientar su victoria en la primera vuelta con sendas bancadas en Cámara y Senado.
El lio es que sin Petro en el tarjetón esa estrategia ya quedó desfasada y relegada a la historia. Con el agravante de que en su movimiento o entre las fuerzas alternativas que actualmente lo apoyan no existe un liderazgo cohesionador con la capacidad de crecer más allá de la izquierda. No deja de resultar paradójico que la clave de la victoria en 2022 se haya convertido en el principal factor de debilidad de cara al 2026. A lo que se suma que el eventual candidato o candidata de Petro deberá cargar con el lastre de un gobierno impopular, con escándalos y cuestionamientos.
Y las elecciones de 2018 y 2022 también nos demostraron que el candidato del presidente de turno ni le alcanzó para entrar a la segunda vuelta. ¿Se repetirá la historia?
Del “chao Duque”, al “adiós, Petro”
Volviendo a las paradojas, estoy convencido de que de cara al 2026 las mayores posibilidades las tendrá un candidato que ofrezca un cambio ante el gobierno del “Cambio”. Lo ánimos no estarán para darle bríos al continuismo o a un presidente que terminará gobernando para su base más galvanizada, desestimando los sectores de centro, liberales y no partidistas que sí resultaron decisivos para su victoria en segunda vuelta. Petro será un jefe de debate negativo, su candidato o candidata corre el riesgo de recibir el “abrazo del oso”. Así le pasó a Vargas Lleras con Santos y a Federico Gutiérrez con Duque.
Pero en su artículo The Economist deja un espacio abierto a la incertidumbre e invita al presidente a “corregir el rumbo”. No sé muy bien esto cómo se podría hacer, solo sé que el electorado en la última década se ha movido más por el hartazgo que por los incentivo ideológicos o programáticos, y no me refiero al electorado matriculado en los partidos, me refiero a la gente del común que vota dominada ya sea por una emoción positiva o negativa. El electorado que termina definiendo quien gana la elección.
Solo me basta decir que Petro todavía puede dar la sorpresa y repuntar su popularidad convirtiéndose en el efectivo jefe de debate de un continuista. No creo que lo logre, antes creo que le pasará lo mismo que ya le pasó en la alcaldía, pero la historia no siempre se mueve como uno piensa.
Amanecerá y veremos.