Un amigo que jugaba muy bien el billar siempre que hacía una extraordinaria jugada decía: “Al saber lo llaman suerte”. No obstante, sabía que en momentos determinados algo que podría llamarse “suerte” le ayudaba a ganar. Quienes juegan le llaman “estar enchufado”.
Hoy el progresismo y las izquierdas colombianas están “enchufadas”. No se trata de suerte ni de coincidencia -como decía mi amigo- sino de la confluencia de varios factores que lo hacen posible. La agudización de las malas condiciones de vida; la fusión de inconformismo, indignación y conciencia política; y la existencia de acumulados organizativos, han generado una situación nueva.
En un artículo de hace más de un año (06.03.2021) planteamos que habíamos entrado en Colombia en un “nuevo momento político”. El tema de la “paz pequeña” (desmovilización de las Farc) estaba básicamente superado y para garantizar la “paz grande” se requería el cambio del modelo económico y político. En eso estamos en la actualidad.
Decíamos (entre otras cosas) que “el bloque de poder oligárquico está debilitado”, “las clases medias empiezan a girar hacia el progresismo”, “la pandemia ayudó a desnudar nuestras miserias”, “la crisis de los partidos políticos obliga a que surjan nuevas expresiones políticas” y “existen evidencias que las mujeres y los jóvenes serán determinantes para ese nuevo momento”.
Después del estallido social y del intento fallido de las castas dominantes de hacer creer que era “una estrategia subversiva para destruir la institucionalidad democrática”, se puede afirmar que vivimos ese nuevo momento político. Los resultados de las elecciones del pasado 13 de marzo confirman la existencia de un proceso con fuertes raíces sociales, que -por desgracia- el conflicto armado instrumentalizado por el imperio (y el narcotráfico) no dejaba apreciar y desencadenar.
Gustavo Petro y Francia Márquez, los dos precandidatos ganadores dentro del Pacto Histórico, encarnan esas dinámicas sociales que son complejas y no-lineales. Cada cual representa en su particularidad la diversidad de luchas populares que -afortunadamente- confluyen en la coyuntura actual pero que tienen orígenes, esencias y naturalezas diferentes.
Dos visiones que deben encontrarse
Todo apunta a que en Colombia se empieza a plasmar un proceso político que intenta combinar -en forma creativa- el trabajo gris y cotidiano de construir formas de poder popular con la acción electoral para poner a nuestro servicio la institucionalidad existente, sin pretender transformarla de un día para otro y sin abandonar la lucha por cambiar la sociedad a partir de “autogobiernos”.
Esa tarea está en el centro de los debates de las luchas populares, progresistas y de izquierda que están en desarrollo en América Latina y el mundo. Actualmente existen 2 tipos de procesos que parecen antagónicos (los “autonómicos” vs. los “institucionalizados”) debido -en lo fundamental- a que las distintas experiencias hasta ahora ejecutadas han llevado a la cooptación y debilitamiento de los movimientos populares por parte del Estado en manos de gobiernos progresistas.
En forma panorámica podemos afirmar que Evo y Linera en Bolivia se dejaron cooptar, aunque los movimientos sociales bregan “desde abajo” por rectificar; Correa nunca tuvo una estrategia popular, quiso hacerlo todo desde el Estado (desde arriba); Lula, desarrolló una práctica muy similar a pesar de la existencia de “los sin tierra”. Ahora arranca Boric en Chile pero existe una dislocación con el movimiento popular que no está muy organizado, a excepción del pueblo mapuche. El peligro de las experiencias como las de Lula y Correa es que le preparan el camino a los Bolsonaros.
Desde otra perspectiva, está la valiosa experiencia de los “neozapatistas” mexicanos que, aunque se sostienen en sus dinámicas locales, parecieran aislarse en su “autonomismo” y se desconectan de la vida y del pueblo de la nación mexicana y del mundo. En Colombia, la experiencia indígena y afro está en medio de la lucha por autonomía y un proceso de cooptación institucional sin que haya habido todavía un gobierno progresista. Es una realidad compleja por definir y explicar.
Sin embargo, todo eso puede cambiar si se evalúan seriamente los procesos anteriores y se logra aclarar el problema. Por lo general, se le echa la culpa a los “políticos” y se exculpa “a priori” a la dirigencia “social”. Ello lleva a asumir una conducta “purista”, facilista y de aislamiento. Se le deja el espacio abierto a todo tipo de oportunistas sin darles la lucha en su terreno, y luego, cuando la burocratización y la corrupción han hecho carrera, se dice olímpicamente… “¡se los dijimos!”.
Es por ello que debemos impulsar un debate más profundo sobre el carácter y la naturaleza del Estado, y desarrollarlo con la gente, sin temores ni fundamentalismos, sin verdades eternas y con espíritu de aprendizaje. La vida de los pueblos y la sobrevivencia de la humanidad nos obliga.
Francia y Petro frente a las leyes (escritas y no escritas) y a la historia
Francia Márquez ha sido escogida como candidata a la vicepresidencia en fórmula con Gustavo Petro. Ella se formó en un proceso netamente “social” de campesinos y mineros negros del Cauca, mientras que él, de origen popular de un barrio de Zipaquirá (Cundinamarca) fue formado en “política” partir de su militancia en el M19, guerrilla democrático-nacionalista de los años 70s y 80s. Cada uno tiene su propia historia de luchas valiosas y meritorias.
Encontramos en la acción política de Francia unas características particulares. Su “éxito” electoral -hasta ahora- consiste en comportarse como lo que es, sin máscaras ni poses. Es una auténtica “outsider” muy diferente a tantos candidatos que hoy posan de “antipolíticos” sin serlo, y por ello no pueden competir con ella. Ella es transparente y espontánea; ellos turbios y predecibles.
Francia es una rebelde pacífica que actúa dentro del sistema. Alguien que dice las cosas sin cálculo pero con convicción; una persona que actúa rigiéndose por una ley que no está escrita (Ubuntu) y por eso, ella no se traiciona. Sus ideas de igualdad, dignidad y justicia social están alimentadas por prácticas reales y vitales, que la comprometen con causas de pueblo y de humanidad.
Ella está protagonizando algo inédito, algo transformador en sí mismo, algo nuevo, porque su actuar en todo sentido se sale de la política tradicional. Su lucha por los derechos de los excluidos, de las mujeres y de género, de los jóvenes, de las víctimas del conflicto armado y por el cuidado de la naturaleza, no surgen de los libros y las teorías sino de su propia vida y la de su gente.
En cambio, Petro tiene que jugar a lo tradicional, tiene que actuar con base en la ley escrita, y de alguna manera se traiciona (ojalá lo haga conscientemente) porque la imagen que le han construido es la de ser un guerrillero y un comunista. No obstante, también se la ha jugado toda su vida, enfrentando el paramilitarismo y a la corrupción, desafiando a la oligarquía y al uribismo, y construyendo un programa que contempla transformaciones importantes para la sociedad tanto en lo nacional como regional (latinoamericano) y global (mundial).
La contradicción a resolver en medio de la práctica, tanto por ellos como por los movimientos sociales y políticos, ha sido planteada por Francia en sus intervenciones. Es, a la vez, una consigna de los jóvenes colombianos: “No solo se trata de cambiar de gobierno (subsistema del Estado heredado) sino que la tarea es cambiar la sociedad”.
No se niega a participar en un gobierno pero sabe que la acción principal no es “administrativa”. No se trata de “hacerle el favor” al pueblo desde el Gobierno o de ilusionarlo con leyes y decretos que van a cambiar su realidad. Se trata de aprovechar esos espacios institucionales para fortalecer la organización popular y la sociedad civil.
Recorderis
Es importante recordar que todo acto verdaderamente transformador se funda en una ley que no está escrita. Todas las civilizaciones y sociedades tuvieron sus leyes no escritas, de carácter comunitario y colectivo, que se parecen mucho entre sí. Cuando las sociedades se dividieron en clases y/o castas y surgieron los gobernantes, llámense reyes, emperadores, marajás, jeques, incas, aztecas, etc., llamaron a los hombres sabios de su época y les pagaron para que escribieran los “libros sagrados”.
Desde ese momento esas leyes perdieron su carácter colectivo y comunitario. Fueron instrumentalizadas por el poder de un sector minoritario de la sociedad: los poderosos, los hombres, los “sabios”, los opresores, los que mandan.
No obstante, esas leyes están allí. Existen en la memoria colectiva. Hacen parte de la humanidad y de la tradición de muchos pueblos ancestrales. Hoy, dichas leyes son indispensables para restaurar la vida y construir un futuro digno para el conjunto de los seres humanos. Francia Márquez, cuando rememora sus ancestros nos recuerda esas leyes no escritas. Y en eso consiste su fuerza.
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