La historia de Aldemar Soto Charry, reincorporado de las antiguas Farc, permite apreciar la situación de numerosas familias que habitaron las zonas de operación guerrillera. Sus padres contribuyeron a fundar la región de El Pato, al sur de la cordillera de Los Picachos, en el noroccidente del Caquetá, límites con el Huila, y fue allá donde se desarrolló su infancia, entre operaciones militares y marchas campesinas de protesta.
Así que no fue extraño que Aldemar Soto terminara en las filas de la insurgencia. Para su familia tampoco era algo trágico, la guerrilla era parte del paisaje, una opción de vida para los jóvenes, y, además, predicaba un discurso político que todos compartían, el programa agrario de los guerrilleros, la organización de las comunidades, un envidiable ambiente de paz mientras no penetrara el Ejército a la zona.
Con el tiempo, Aldemar fue tenido en cuenta para misiones importantes en la columna Teófilo Forero, bajo las órdenes del paisa Óscar. Hasta que en un mal día fue capturado por sus enemigos. Y acusado de tomar parte en dos acciones temerarias, el secuestro del senador Jorge Eduardo Gechem Turbay, que puso fin a los diálogos de paz del Caguán, y el atentado frustrado a Uribe cerca del aeropuerto de Neiva. Casos grandes.
Su condena a muchísimos años de prisión fue rápida. A alguien había que cobrarle la osadía de las Farc. Para su familia, especialmente para sus hermanas, aquella sentencia también pesó de manera dolorosa. Con todas las dificultades, y más en los tiempos del presidente Uribe, cada domingo se veían obligadas a soportar la humillante requisa ante la guardia que autorizaba su paso a las visitas, además del entorno de estigma que las rodeó desde entonces.
Finalizando los diálogos de paz, estando su hermano preso en alta seguridad en La Picota, conocieron a Javier Quintero, un hombre de trato agradable, que en apariencia recién había caído también tras las rejas. Su historia era simple. Aseguraba pertenecer al Bloque Martín Caballero, el antiguo Bloque Caribe, y haber caído a prisión cuando cumplía tareas ordenadas por Iván Márquez y Jesús Santrich, sus queridos jefes.
De piel blanca y cabellos castaños, lucía también un ligero color rojo en sus cachetes. En poco tiempo se había hecho amigo de Aldemar. Nada en él despertaba desconfianza. Los dos fueron trasladados a mediana seguridad cuando, como consecuencia del Acuerdo Final de Paz, se habló de la libertad para los guerrilleros presos. Primero salió Aldemar, mientras Javier quedó en la lista de espera.
Las cosas habían cambiado mucho. La larguísima relación de su familia con las Farc se había resquebrajado como consecuencia de hechos que resultaron imperdonables. Por orden del paisa Óscar, dos miembros de ella habían sido ejecutados en distintos momentos, bajo la acusación de ser colaboradores del Ejército. Cuando tras el Acuerdo de Paz, Iván Márquez y el paisa Óscar volvieron al Caquetá, se presentó el reclamo y la ruptura por esas muertes.
Se dedicó a trabajar en la tierra que había sido de sus padres, en El Pato, y a vivir también en Neiva, pobremente. Hasta que apareció Javier Quintero, su excompañero de últimos meses en prisión
Por tal razón Aldemar nunca fue a Miravalles, el sitio donde se concentraron los ex Farc al norte del Caquetá. Ni su familia quiso tener el menor trato con ellos. Se dedicó a trabajar en la tierra que había sido de sus padres, en El Pato, y a vivir también en Neiva, pobremente. Hasta que apareció Javier Quintero, su excompañero de últimos meses en prisión. Lo visitaba en la finca, adulaba su familia, ganaba cada día más su confianza.
Aseguraba trabajar con un señor muy rico y mostraba afán porque lo relacionaran con el paisa Óscar, propósito que desde luego no logró con ellos. En su conversación resaltaban las palabras negocios y dólares. Pronto aumentó sus relaciones en la región, con otros familiares de Aldemar. Y con un sobrino de Iván Márquez, Omar Marín, conocido como el mono, un sujeto con una historia similar a la de su primo Marlon, el que enredó a Santrich en su lío.
Hasta que una mañana de 2019 Aldemar fue detenido sorprendentemente en Neiva, con orden de extradición. El tal Javier, por increíble que pueda parecer, resultó ser un agente de la DEA y fue él, con su testimonio, quien lo involucró en un supuesto concierto para exportar cinco kilos de cocaína a los Estados Unidos. Al parecer, hasta grabaciones de conversaciones en la prisión fueron sumadas al proceso. Todo el tiempo, ese Javier estuvo urdiendo la trama.
Hoy, surtido el trámite ante la Corte Suprema de Justicia y la JEP, Aldemar espera que el presidente Petro no firme su extradición. La última esperanza de su familia, que Petro no haga como Pilatos y se lave las manos con él, víctima, sin duda, de un repudiable entrampamiento, figura que prohíbe la ley colombiana.
Por demás, valga mencionarlo, hoy, las disidencias de Mordisco tienen corrida de El Pato a la familia de Aldemar, como a otras muchas. Amarga saga.