Los años sesenta fueron definitivos en el desarrollo urbano y en la herencia arquitectónica que tiene hoy en día Berlín. Se construyó el muro y comenzó una carrera urbanística respondiendo a las necesidades de vivienda y de reconstrucción de espacios públicos en una ciudad que continuaba en ruinas por los bombardeos de quince años atrás. Así surgen dos nuevos ordenamientos y modelos de ciudad en la Berlín socialista y la Berlín capitalista, que se integraron posteriormente en la reunificación alemana.
Comparar la historia de Berlín con la de Bogotá puede ser riesgoso. Sin embargo, tienen en común que los ciudadanos conocieron dos diferentes formas de planificar la ciudad en muy poco tiempo; algunas medidas fueron copiadas y adaptadas a las realidades de cada ciudad; competían con concreto y megaobras para demostrarle a la otra los progresos que se lograban al otro lado del muro. La disonancia comparativa está en el discurso de izquierda bogotano, donde el cemento fue visto con desprecio y burla, no más que recordar dicha frase sonora “menos cemento, más alimento”.
El ostracismo político que estuvo confinado el alcalde electo Enrique Peñalosa, durante quince años, tendría que dejarle grandes aprendizajes de ese complejo arte de gobernar. Conoció de primera mano las numerosas críticas a sus anteriores medidas; sufrió en cada elección fallida de sus obras incomprendidas y desconocidas por gran mayoría de bogotanos; usó su capital político –cuando gobernó– en medidas impopulares como no continuar con la construcción del Metro. Esto, sumado al despilfarro de recursos por los gobiernos de izquierda en los años siguientes, derrumbaron la incipiente estructura que se proyectó como modelo de ciudad.
Según sus propios diagnósticos, va a encontrar una ciudad totalmente caótica y quebrada, además de burocratizada durante estos años. Para lograr esos cambios radicales que ha prometido - y por la razón que lo eligieron – tendrá que usar nuevamente el principio de gobierno del garrote y la zanahoria. Así mismo, los proyectos estratégicos que piensa llevar a cabo tendrán que tener la colaboración de los diferentes intereses que existen en la ciudad.
La historia de Bogotá tiene gran cantidad de asociaciones que se organizaron para defenderse del ímpetu al cambio y desarrollo urbano que se propuso entonces: Centro Empresarial San Victorino; Junta de Acción Comunal de Niza o Humedales de Bogotá, entre muchos otros, son ejemplos de asociación que surgieron como reacción a las medidas implementadas.
Gobernar en medio de la normal reticencia “no en mi patio trasero” será un asunto a tener en cuenta. Es necesario un gobierno de la ciudad que sepa escuchar y canalizar las demandas de sus ciudadanos y asociaciones. De aquí estará el reto de transformar estos conflictos en acuerdos y no en victorias para alguna de las partes.
La eficacia y sostenibilidad de los proyectos estratégicos en el tiempo – sin importar el vaivén del gobierno de turno – como le sucedió a la ciudad en materias criticas durante estos doce años, tendrá que tener una visión desde múltiples perspectivas. Por ejemplo, la cultura ciudadana, la comunicación y la participación fueron herramientas confundidas y tergiversadas por los gobiernos de izquierda. Cada una de ellas es un componente independiente y esencial de una gran maquinaria que es la ciudad.
Peñalosa no va a encontrar las mismas condiciones que encontró a la ciudad en su primer gobierno. Esta ocasión tendrá que preparar y comprometer a los ciudadanos para la acción y generar una cultura de participación y de colaboración, para darle mayor legitimidad a las acciones urgentes que pide la ciudad. Soldado advertido no muere en el patio trasero.
Twitter: @JuanCaMesa_