La semana pasada fue testigo de ejemplos fatales de obediencia. Por un lado, durante la audiencia convocada por la JEP en Dabeiba, fue impactante escuchar cómo varios militares admitieron haber asesinado a 49 personas inocentes. Estas cobardes acciones fueron presentadas en su momento como valientes ataques contra la guerrilla. Aunque ya se tenía conocimiento de los hechos y los uniformados habían reconocido su participación por escrito, escucharlos hablar públicamente, a aquellos que supuestamente deben proteger la vida de los ciudadanos, fue doloroso. Los testimonios son bienvenidos, ya que la verdad es indispensable. Alguno de los militares llegó a decir: "Mi deseo era complacer a mis superiores..."
Por otro lado, aunque se venía hablando de ello desde hace semanas, ahora salen a la luz las grabaciones publicadas por Semana, en las que Oscar Iván Zuluaga, exministro y excandidato presidencial, reconoce la comisión de graves delitos electorales asociados, cómo no, a Odebrecht. Estos audios y hechos demuestran también una fuerte dosis de obediencia implícita en el marco de un proyecto político considerado redentor. ¿Atreverse a violar la ley para favorecer ambiciones políticas personales y alcanzar el triunfo de su movimiento?
En el caso de Zuluaga y otros miembros de su partido que han sido condenados por diversos delitos, llama la atención cierta inequidad en su contra, ya que cargan con la responsabilidad de actos delictivos cometidos para favorecer intereses que los trascienden a ellos mismos. Zuluaga proviene de una familia de empresarios de Pensilvania, Caldas, con un notable legado industrial, y uno se pregunta cómo la lealtad a un proyecto político puede llevarlo a arruinar su reputación de manera tan estrepitosa. También se recuerda a Roberto Prieto, condenado por la ambición de Odebrecht y el financiamiento ilegal de la campaña, cargando sobre sus hombros el peso de actos que no solo lo beneficiaban a él.
En el caso de Zuluaga uno se pregunta cómo la lealtad a un proyecto político puede llevarlo a arruinar su reputación de manera tan estrepitosa
Pienso en María del Pilar Hurtado, en Sabas Pretelt, en Andrés Felipe Arias. Sin duda, el cohecho atribuido a Pretelt de la Vega y a Diego Palacio ha sido cometido por gran parte de los ministros del Interior: intercambio de cargos públicos por votos favorables a proyectos del gobierno, mermelada común. En este sentido, no hay comparación con la gravedad de los delitos que culminan con la muerte de personas o el saqueo de recursos públicos.
Volviendo a los falsos positivos, el tema de la obediencia en guerras y conflictos es recurrente. Es el hilo conductor de "Eichmann en Jerusalén" de Hannah Arendt. Eichmann y otros responsables del Holocausto podrían considerarse, según ellos, "empleados del mes" debido a su celoso cumplimiento del deber, que resultó en el asesinato de millones de judíos, comunistas, gitanos, homosexuales y personas que para los nazis, por cuenta de alguna discapacidad, no merecían vivir.
Los obedientes, dispuestos a todo con tal de complacer a una autoridad y beneficiarse a sí mismos, están presentes en todas partes. Sin duda, en este país violento, ha habido un exceso de actos de obediencia por parte de miembros de la guerrilla, los paramilitares y el narcotráfico, de los miembros de redes de corrupción. La corrupción menuda es justificada con frecuencia: “Si los de arriba roban…”
Recuerdo la película "I... como Ícaro" de 1979, con Yves Montand, en la que se recrea el experimento de Stanley Milgram, que confirma que la mayoría de las personas "normales" son obedientes y tienen la capacidad potencial de hacer daño a otros si se les ordena.
Las barras bravas de los equipos de fútbol están compuestas por gente obediente que ejerce violencia. Y las barras bravas de nuestros líderes políticos en las redes sociales, también. Su forma de obediencia consiste en pretender destruir moralmente al otro, a aquel que piensa diferente. Están a la derecha y también a la izquierda. Cero pensamiento crítico, ciega obediencia, dispuestos a aniquiliar moralmente al otro.
A veces ser desobediente puede salvar vidas, preservar reputaciones y propiciar respeto por los otros.