Cali es una ciudad dividida. Dividida por el río, por clases sociales, por ricos y pobres, por occidente y oriente.
El oriente y en especial la comuna 21 tiene condiciones especiales de habitabilidad y de desarrollo. Los que residen en el otro lado de la ciudad, en el oeste, en el norte, en el sur, poco o nada conocen del oriente. Muchos, ni siquiera han puesto un pie en Potrero Grande, Desepaz o Llanogrande. No saben dónde queda y mucho menos cómo llegar hasta allá.
Se trata de un sector vulnerable, poblado por comunidad mayoritariamente afrocolombiana desplazada por la violencia del pacífico colombiano; de ahí esa amalgama maravillosa de etnias y culturas. Cada uno con sus saberes, cargados de pasado y de vivencias, tratando de construir tejido social y nuevas dinámicas para enfrentar la cotidianidad. El promedio de edad no supera los 50 años, mientras que el desempleo aventaja los índices nacionales y es en el “rebusque” en lo que se basa su economía.
No es para nada un territorio ajeno a la violencia. En muchas ocasiones impera la ley del más fuerte en ausencia de la autoridad. Las fronteras invisibles y la muerte son la noticia cuando se habla del sector. Ese titular es el que ha llevado a la estigmatización de Potrero Grande y Desepaz entre otros barrios y lo que vuelve más compleja las posibilidades de empleo digno para sus pobladores. “Yo por allá no voy” se oye decir a taxistas, talleristas y educadores. Y si en la hoja de vida se menciona que se reside en cualquiera de sus barrios, ese hecho es motivo para que no sea considerado para el posible empleo, aunque nunca se hará explicito el veto.
Diversas administraciones municipales y también el sector privado se han preocupado por dotar de infraestructura educativa, cultural y deportiva al oriente de Cali. Se destacan esfuerzos como el colegio y la Biblioteca del “Nuevo Latir” o el megacolegio inaugurado en el 2019 “Nuevo Amanecer”.
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Los planteles educativos del sector tienen sus puertas cerradas debido a la pandemia. Esta medida debe ser seriamente revisada por la administración distrital
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Los planteles educativos del sector tienen sus puertas cerradas debido a la pandemia. Esta medida debe ser seriamente revisada por la administración distrital. Las casas de habitación en el sector son estrechas y en ellas viven familias extensas. El hacinamiento es una constante. El promedio de niños por casa es de cuatro. Las posibilidades de educación virtual son mínimas. Si existe conectividad, la prioridad de la precaria economía familiar no es invertir en ella. Si tienen cómo asumir su costo, o reciben ayuda para tal fin, no cuentan con dispositivos electrónicos suficientes. No tienen tabletas, computadores o teléfonos para la totalidad de quienes deben atender la educación virtual. La brecha tecnológica tendrá consecuencias inimaginables en el atraso escolar de sus habitantes. Y Cali se demorará años en recuperarla.
Con medidas de bioseguridad y alternancia, los chicos del oriente estarán mucho mejor en sus planteles educativos, que son amplios y ventilados, que en casa sin opción de continuar sus estudios vía internet.
El Tecnocentro “Somos Pacifico”, un espacio de formación en tecnología y cultura ha abierto sus puertas siguiendo todos los protocolos de bioseguridad. Las familias han acudido masivamente a inscribir a los chicos en danza, música, artes plásticas, robótica, lectura. La mayoría de sus empleados son personas que residen en Potrero Grande y que han tenido la oportunidad de estudiar y entienden las dinámicas y lógicas del sector.
Ese ejemplo debe ser seguido por todas las entidades de educación, formación para el trabajo y educación no formal establecidas en el oriente.
La escuela de música Desepaz, única en su género, y ejemplo de excelencia en su desarrollo pedagógico – pues se trata de un verdadero conservatorio donde los niños y jóvenes atienden un programa de formación durante once años, 4 horas diarias – debe abrir sus puertas a la presencialidad con bioseguridad.
Las medidas para el oriente de la ciudad no pueden ser las mismas que se implementan en otros lugares de Cali; sus especiales condiciones hacen que sea necesario pensar distinto, fuera de la caja, ser creativo, atender sus necesidades básicas a ver si logramos cerrar las brechas y potencializar las excepcionales condiciones de la mayoría de sus pobladores y soñar con una sola Cali donde vivir en paz sea posible, sin exclusiones.
Lo que el oriente necesita es que le den más oportunidades para que su gente creativa y maravillosa pueda salir de la pobreza en la que hoy vive.