Solo hasta el 2008, cinco años antes de morir, Estados Unidos retiró de la lista de terroristas a a Nelson Mandela; abogado, filántropo, líder contra el Apartheid (sistema fundado por los colonos blancos neerlandeses) y presidente de Sudáfrica.
Cuenta un hombre de su esquema de seguridad que, siendo presidente —luego de estar veintisiete años en la cárcel, donde fue sometido a tortura, humillaciones y los peores vejámenes—, invitó a un desconocido a sentarse en su mesa en un restaurante en Ciudad del Cabo, capital de Sudáfrica.
Al salir del lugar, sus escoltas le preguntaron si notó a aquel hombre temblar durante todo el almuerzo, él les contestó que era normal: él había sido su carcelero, el más duro y cruel.
Qué ejemplo de humildad y resiliencia en una época donde los gobernantes posan de semidioses, y donde desprecian por la calidad y la condición de las personas.
Ojalá que en las grandes potencias posicionen más modernistas que permitan la racionalización de las relaciones entre pueblos.
Ser negro debe ser un orgullo, no una etiqueta, ni mucho menos un estigma.
Mandela, Obama, Kamala y Sonia Sotomayor, referentes de la raza, lección para la humanidad.