En días pasados alguien me preguntó: ¿de dónde eres? Le respondí: “De Montería”. Lo primero que el personaje atina a decirme es “¡Ah! Como los bandidos más grandes del país”. Quedé atónito. Me estaba pasando en mi propio país lo mismo que me ha pasado varias veces en el extranjero cuando digo que soy colombiano y de inmediato me hablan de drogas. A un extranjero se le perdona la ignorancia, pero en otro colombiano no sabe uno cómo reaccionar.
Lo más triste es que era un bogotano de estrato alto, de los que han tenido la oportunidad de estudiar en países del primer mundo y ser colombianos en el exterior por un tiempo. De nada le sirvió el posgrado en Estados Unidos porque no se dio cuenta de que allá todos somos colombianos, y punto. Y por lo visto no hubo un gringo que le preguntara por Narcos, Pablo Escobar o le hiciera chistes malos sobre colombianos llevando cocaína. Me extraña que no haya notado que más allá de nuestras fronteras nadie hace separación de costeños, paisas o cachacos; nos echan a todos en el mismo saco.
Lo que me dio rabia no fue solo que su expresión “como los bandidos más grandes del país” partía del cliché del político costeño corrupto, sino que técnicamente me estaba diciendo “esos bandidos son de tu tierra, no de la mía”. Mejor dicho, se podía intuir que en el pensamiento de este personaje Colombia está fragmentada. Cree que lo que pasa en la costa es problema de una gente allá lejos que nada tiene que ver con los del interior. Lo preocupante es que así como este personaje hay millones que piensan igual en todo el país; cachacos, costeños, paisas, vallunos, isleños, etc. Somos un país que no entiende que el cerro de Monserrate le pertenece a un costeño igual de lo que el río Sinú le pertenece a un bogotano. Lo mismo sucede con los problemas.
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Alguien me sugirió que debí responderle con nombres de bandidos bogotanos. Sin embargo, me abstuve de hacerlo porque eso hubiera sido igualarme a su ignorancia y seguir fracturando al país. Responderle de esa manera habría sido asumir una postura según la cual Bogotá no me importara, ni me afectara. Nací en Montería pero soy tanto de allá como de Bogotá. Después once años en la capital, y con una parte importante de mi historia acá, siento que esta ciudad es mía. Y el hecho de que sea mía significa que la disfruto pero me toca cuidarla, defenderla y velar por ella.
Es lo mismo que cuando otros costeños ven fotos mías, o no me notan el acento tan marcado, y dicen “cachacho tenía que ser”. A lo que yo respondo “No lo soy, pero si lo fuera, ¿qué tiene eso de malo?”. Nuestros prejuicios rayan casi que en el racismo. Pensamos que físicamente la gente de la costa tiene que ser y hablar de una manera, y la del interior de otra. Por lo tanto, quienes tengan tal color de piel o tales facciones tienen que ser de tal lugar, y no de otro.
Montería es una ciudad que en los últimos ocho años ha crecido más de lo que lo había hecho en los ochentas y noventas. Si no fuera por el talento, la creatividad, inteligencia y toda una serie de cualidades en su gente, este crecimiento no hubiera sido posible. Así como eso está pasando allá, puede suceder en todo el país. Si bien es cierto que —como en todo el país— hemos tenido alguno que otro dirigente que no ha hecho su trabajo como debía, las metidas de pata de unos pocos no pueden empañar los logros de muchos más. La costa Caribe en general es una región fundamental en la construcción de identidad del país. El día que entendamos que Colombia es una sola, sin duda tendremos un mejor país. Estamos lejos.