El onceavo mandamiento colombiano: honrarás a Diomedes sobre todas las cosas

El onceavo mandamiento colombiano: honrarás a Diomedes sobre todas las cosas

'Daniel Samper, no dijo usted que apoyaba su criminalidad, pero dijo que eso no le impedía admirarlo. Usted ilustra una triste cartografía mental de mi país'

Por: Rodrigo Vélez *
agosto 24, 2015
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El onceavo mandamiento colombiano: honrarás a Diomedes sobre todas las cosas
Foto: tomada de diariodelhuila.com

En Colombia se ha puesto convenientemente de moda el trazar la división entre la vida del artista y la obra artística del artista. He dicho la “división”. Agregaré más: la interesada división. Que RCN quiera remarcar esta división entre el artista (sus crímenes) y su obra (el puñado de canciones que un pueblo melodramatizado canta) es comprensible y evidente: comprensible, porque la insensibilidad que demuestran los medios de comunicación de Colombia con el proceso de nación que sufrimos está confirmando su ranciedad; evidente, porque los ingresos que consiguen con su decidido intento de facturación son inversamente proporcionales al empobrecimiento de mi país.

Hace unos días salió una entrevista a Daniel Samper Pizano, hombre de literatura y humor, pedigrí y abolengo, lo mejor y lo peor, que me dejó con un apasionamiento pendular entre la rabia por el guiño favorable a un proyecto de ley para homenajear a Diomedes Díaz y la admiración que le tenía por escritos edificantes como el prólogo hecho a la antología a Álvaro Cepeda Samudio de 1977. Cuando le preguntaron a Samper Pizano qué pensaba del proyecto de ley que empujaba el homenaje a Diomedes, con su respuesta le ha dado un empujón a los jugos fétidos que producen los crímenes a mujeres por artistas, futbolistas y soldados que, con los años, el dinero, los contactos en el Congreso y la venia degradante de la Casa de Nariño, los usufructuarios del raspado de las cenizas y la música de aquel sex simbol vallenato siguen recogiendo. No dijo usted que apoyaba su criminalidad, pero dijo que eso no le impedía admirarlo, por lo cual, a mi modo de ver, usted ilustra una triste cartografía mental de mi país: este cantante mato a una mujer y ahora se le hacen telenovelas, efigies parlamentarias y legitimaciones por cerebristas. ¿Quién estará empujando dentro del Congreso, en beneficio de quién, ese proyecto de infamia? Socarrón (intolerable en el nombre de Doris Adriana Niño), dice usted que los congresos de otros gobiernos han hecho homenajes; cita a B.B. King y Saul Bellow en Estados Unidos (comparación prearcaica y exhibicionista, como comparar un caballito de palo con la locomotora) y dice que este artista ha dejado un puñado de obras dignas de recordar (machistas, sexistas, pagadas a peso a otros compositores cuando el vallenato era inteligente, de un gusto kitsch entre lo folclórico y el esnobismo colombiano galvanizado en la poesía del reggaetón) y que ayudó a extender el género musical (yo creí que ya estaba extendido).

Pese a su meditación desbocada, yo no creo que en Diomedes haya un artista de raza como Rafael Escalona o Lucho Bermúdez, mejor dicho: no creo que Diomedes vaya a hacer época; creo, sí, en su talento tan políticamente metafísico como para que después de un crimen multicefálico bajara de 12 a 6 años de condena que quedaron al final en 32 meses -¡es la condena de un dandy!- y se le erigieran estatuas, series de TV y las actrices cobren calladas ya que el cheque es corrosivo. Lo de Diomedes es un ascenso fulgurante: desde la reja metálica hacia la celebridad. Y me produce dolor que entre el proyecto del Congreso de mi país y las razones de rechazo a esta propuesta, sus respuestas son un oxímoron donde usted, Samper, interpreta como un actor (legitimado desde su intelectualidad) y jura que está haciéndolo dentro de la vida (imparcialmente). Yo, en su lugar, con su nimbo de pelo blanco, me entristecería.

Cuando Doris Adriana Niño desapareció, Diomedes y sus guardaespaldas dijeron que había salido del apartamento del cantante en Bogotá a la 5 de la madrugada en un taxi; sin embargo, medicina legal determina su muerte a la 3 a.m. Cuando la encontraron en un baldío de Tunja, fue reconocida por una prostituta de allí como su colega de prostitución y enterrada como una NN por un cura; el generoso cura le puso Sandra a la entonces NN porque, según él, tenía cara de Sandra. La prostituta, que dio falso testimonio, y el sospechoso cura, cuando estalló la verdad, huyeron. ¿Habrían dado sendos testimonios falsos gratuitamente? En primera instancia, Doris Adriana habría muerto por una sobredosis de cocaína; sin embargo, sus familiares y amigas tienen claro que ella no consumía drogas; medicina legal dijo que si hubiese sido consumidora su cuerpo habría tolerado las dosis. Entonces Diomedes se declaró inocente; luego dijo que sí habían consumido cocaína pero que él a nadie le ofrecía; mejor dicho, ella se drogó por decisión propia y si era culpable de su muerte era porque estaba dentro de su apartamento, no más; pero luego Diomedes se le voló a la justicia y, prófugo, se determinó que su muerte no fue por sobredosis sino por asfixia mecánica, lo que quiere decir que los restos de cocaína son añadidura de la sevicia que envolvió su asesinato: fue encontrada con restos de cocaína también en el ano y la vagina y se le encontraron restos de semen de tres hombres que la abusaron cuando ya Doris no era una mujer sino una mujer asesinada: las pruebas de semen arrojaron que pertenecían a los dos guardaespaldas de Diomedes, los mismos que la habían visto abordar un taxi a las 5 am., dos horas después de que hubieran vuelto su cuerpo vertedero de fatalidad, humillación y semilla podrida. Cuando el cantante Santiago Cruz, tras el fallecimiento de Diomedes se solidarizó con la familia de Doris Adriana, un tuitero le dijo: “Eres un ser lleno de soberbia y venganza”, otro amenazó a su familia diciéndole “qué pena que se fueran pa' donde Doris”; sospecho que esta reacción es el legado pedagógico que Diomedes ha dejado por lo cual le cocinan hoy una ley que le conmemore.

No solo fue un asesinato, fue un símbolo. En este se lee claramente la crisis social y la tolerancia a los límites de barbaridad a que hemos llegado usted, Colombia y yo. ¿Vamos a dividir su conducta de su aporte artístico ni siquiera comparable con Escalona o Ananías Caniquí, suponiendo que eso fuera importante?

Después de esto creo yo, mi querido Samper, que ha perdido usted el humor y la senilidad lo coge con ganas de figurar en los medios que nunca le dieron la espalda. ¿Por qué? Extraño: en este país te hacen homenajes si has sido premio Nobel o artista con crimen, al uno se le imprime un billete, al otro una ley. Sospecho que los mismos que abalan esta curiosa ley mañana planificarán la serie televisiva de Garavito como el santo colombiano. Su moraleja es clara: si vas a ser asesino, hazlo en serie y, como dijo Ricardo III de Shakespeare, memoriza “trozos de las escrituras para cubrir tu villanía”. Y los actores y actrices que allí actúen se justificarán diciendo que repudian el crimen pero aman al mesías. Y habrá suscriptores: se venderá como un producto evangelizador y ejemplificante: Jesús perdona.

Por amor a la libertad, Samper Pizano, le diré: goce su derecho a admirarlo.

* Pedagogo Licenciatura en Arte Dramático Universidad del Valle, Cali

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