Nos seguimos quejando porque la violencia no termina, porque las mujeres siguen siendo violentadas y la discriminación no cesa. Resentimos cada crimen y señalamos hacia todos lados, acusando a cualquiera, mientras los dedos nunca apunten hacia nosotros.
Ya la educación ha sido nombrada y gastada como respuesta a los más grandes problemas sociales, y con escasas y aisladas excepciones, por más que “eduquemos”, los problemas permanecen, y como sociedad continuamos cuestionando sobre cuál es la raíz real de los asuntos que enlutan a diario nuestras ciudades, y nuestros hogares.
No hay error en elegir la educación como el camino para mejorar los asuntos sociales, el error craso se encuentra en lo que estamos enseñando, y peor, en lo que estamos dejando de enseñar.
Seguimos recitando los mismos discursos a los niños, convencidos de que las arengas de hace décadas son la solución; y sin racionalizar los mensajes aparentemente bien intencionados, perpetuamos a cincel los mismos errores del pasado, o iniciativas que fueron necesarias en cierto momento, pero que ya son obsoletas. La sociedad cambió, igual que las personas, las mentalidades y la realidad. No podemos permitir que lo ganado con sacrificio sea sepultado bajo el incipiente olvido. Los derechos de igualdad y equidad social, logrados con siglos de represión debemos izarlos y usarlos para editar las viejas retahílas.
Las mujeres lograron imponerse y superar incluso en muchos ámbitos a los hombres. Debemos alimentar esa mentalidad, pero en todos los niños, las niñas pueden y tienen las capacidades, los niños también. Cien años de evolución del pensamiento social e inclusivo, impulsando a la mujer a transitar el camino de la historia codo a codo.
A los niños a diario les seguimos repitiendo que deben respetar a las mujeres y he ahí el error, el craso error por el que la violencia no termina. A todos, niños y niñas, adolescentes y adultos tenemos que enseñar que el respeto es para todos. Respeta a las mujeres, y a los hombres, a los cristianos y a los musulmanes, a los humildes y a los acaudalados, a los homosexuales y a los heterosexuales… tenemos que respetar a todos por ser personas, todos somos iguales en derecho y dignidad.
Una persona no merece ser degradada, minimizada o violentada. Todos somos iguales, pero también, todos somos diferentes. Algunos mestizos, otros mulatos, algunos ingenieros, otros artistas; algunos creyentes, otros ateos; algunos sexuales, otros asexuales; algunos altos, otros bajos. Y todos, en medio de esta diversidad, necesitamos y ganamos el derecho a ser miembros de la sociedad; y esas particularidades solo deben sumar, no ser usadas para atacar.
Los niños necesitan atención y ser guiados. No abandonados a su suerte, ni “aprender” cómo escalar en la sociedad pisoteando a otros. La violencia, desde hace mucho, tiene su raíz en la infancia, en la escuela o con sus amigos, los niños se relacionan y aprenden a avanzar y llamar la atención pasando por encima de otros. El matoneo y violencia en las escuelas es la verdadera causa, y debemos dejar de excusarnos y disculparlos por ser niños. Estamos obligados a educar en valores, y transmitirles las enseñanzas de la historia para no repetirla. Enseñar que reír juntos es ideal, pero burlarse de otros es inaceptable. La memoria de guerras y violencia debe ser la que imponga el alto a estas dinámicas, e impulsar a las nuevas generaciones con un aire de libertad, tolerancia, respeto, igualdad y equidad que redundará en bienestar social.
Justo de esto se trata el verdadero feminismo, no de imponer géneros, ni de segregar o dividir en una guerra de los sexos. El feminismo, como ideología desdibuja las diferencias e invita a la integración. Es humanismo con una desacertada elección de nombre, pues, por ignorancia, a veces es tomado como una afrenta y oposición a los hombres. Es por ello, que en el discurso actual —y a razón de que las ideologías sectarias y que dividen hombres y mujeres— el feminismo, por su degeneración como ideología, el machismo, la misandria y la misoginia quedan obsoletas y se redirige este humanismo en lo que siempre debió ser: identidad de género.
La identidad de género no es una invitación o influencia a que alguien cambie su preferencia sexual, tampoco es sinónimo de libertinaje, ni de apoyo a delitos y delincuentes que abusan de niños adolescentes o adultos.
Identidad de género es respetar a otros por ser seres humanos, sin importar que se vista diferente a como los códigos tradicionales lo acostumbran. Respeto por la forma en la que otros se sienten e identifican, y si alguien desea presentarse a la sociedad, tenga libertad y autonomía de elegir su nombre, sin que sea difamado y burlado por exteriorizar lo que piensa y siente.
Identidad de género es apoyar y ayudar al que no se siente cómodo o conforme consigo mismo; respetar si decide modificar su apariencia para ser feliz. Muy diferente a lo que los conservadores dogmáticos quieren hacer creer; no es apoyarlos en engañar a otros, ni mentir; sino permitirle a las personas ser, sentirse y presentarse tal y como se sienten, sin ser agredidos.
Nuestra fisiología no puede modificarse, pero la forma en la que pensamos, nos sentimos, vestimos o nos llamamos sí puede cambiar. La idea tradicional de que el género es binario —masculino, femenino—, evoluciona en base a la realidad, no al capricho de algunos. Hay intermedios, incluso si lo limitamos al espectro heterosexual. Hay hombres heterosexuales con amaneramientos y formas de comportamiento delicadas, y hay mujeres heterosexuales con personalidades fuertes, rudas, relacionadas regularmente con lo masculino, y que visten como socialmente encasillamos a los hombres. En medio de estos dos espectros, de lo masculino y femenino, hay una inmensa diversidad de matices: heterosexual, queer, andrógeno, intersexual, bisexual, homosexual, transexual, transgénero, etc.
El género es una construcción sociocultural, nosotros como sociedad, en un intento por etiquetar y diferenciar, caemos en estereotipar y adjudicar ciertos rasgos, cualidades y conductas a grupos específicos, arrojando generalizaciones que al día de hoy sólo dividen y segregan.
Dejo como labor social, comenzar desde la familia a educar a las nuevas generaciones, e invito a quienes opinan de forma diferente a que investiguen y se responsabilicen por sus palabras y actos. La violencia siempre traerá más violencia. Estamos en un momento de la historia donde tenemos que cambiar, o nos exponemos, en serio, a una megaextinción impulsada por las diferencias, creencias y posturas, que por demás, son adoptadas, y siempre pueden mejorar o cambiar.
No espero que con estas líneas modifiquen su forma de pensar, pero sí que sea incentivo para reconsiderar y analizar que la humanidad no se estancó en el siglo XIX, sino que evoluciona a diario, y si no seguimos su paso acucioso, terminaremos haciéndonos daño, o dañando a otros.
Educación y comunicación asertiva es lo que necesitan las nuevas generaciones. Inclusión, respeto, equidad, igualdad, tolerancia y amor, para sí mismos y para todos. Ser hombre y ser mujer no se mide o limita a los estereotipos socioculturales y lo que debemos inculcar es que todos somos personas, todos merecemos respeto, todos necesitamos ser reconocidos por nuestras destrezas y valores, y no por lo que los cánones tradicionalistas retrógrados quieran imponer. Es más, debemos comenzar a adoptar los principios que nos encumbran como seres racionales, el tratado internacional de los derechos humanos nos presenta como iguales en trato, dignidad y derechos. Educar sobre estas bases es lo que marcará la pauta en el futuro.