(...) Yo quería a mi papá con un amor que nunca volví a sentir hasta que nacieron mis hijos. Yo sentía que a mí nada me podía pasar si estaba con mi papá. Y siento que a mis hijos no les puede pasar nada si están conmigo. Es decir, yo sé que antes me haría matar, sin dudarlo un instante, por defender a mis hijos. Y sé que mi papá se habría hecho matar, sin dudarlo un instante, por defenderme a mí (...).
Esto escribía Héctor Abad Faciolince, con el corazón hecho un puño, veinte años después de aquel fatídico día, 25 de agosto de 1987, cuando deshecho, inconsolable, se aferraba al cuerpo inerte de su padre, el médico Héctor Abad Gómez, acribillado por sicarios en moto, en una calle del centro de Medellín.
Seguramente, sin dudarlo un instante, el joven escritor también habría dado su vida por salvar la de su progenitor, pero ya era demasiado tarde.
Destrozado ante la repentina tragedia, en medio de la zozobra y el miedo de una Medellín, la de los años 70 y 80, azotada por el tartamudeo de las metralletas y los pistoletazos de los gatilleros al servicio del narcotráfico y el paramilitarismo, Héctor Abad esculcó en las vestiduras del yacente padre, y en el bolsillo del saco encontró un recorte de papel escrito a mano.
Era un soneto inédito de Jorge Luis Borges, que el galeno había leído en mayo de ese mismo año en un programa radial. El poema dice:
Ya somos el olvido que seremos
El polvo elemental que nos ignora
Y que fue el rojo Adán y que es ahora
Todos los hombres y que no veremos.
Ya somos en la tumba las dos fechas
Del principio y el término.
La caja, la obscena corrupción y la mortaja
Los tiempos de la muerte, y las endechas.
No soy el insensato que se aferra
al mágico sonido de su nombre.
Pienso con esperanza en aquel hombre
que no sabrá que fui sobre la tierra.
Bajo el indiferente azul del cielo
esta meditación es un consuelo.
El soneto borgiano se hizo epitafio en el sepulcro del médico, y a su vez inspiró un poderoso libro, El olvido que seremos, un tributo a la vida y al amor (al amor filial), pero también un acto de redención y esperanza que trasciende más allá de la muerte.
Desde 2006, cuando se publicó, el libro no ha cesado de replicarse en nuevas ediciones, en traducirse a varios idiomas, y en convertirse en un testimonio de culto y de estudio en facultades de periodismo, literatura y sociología. Sobre el mismo, su hija, Daniela Abad, en compañía de Miguel Salazar, realizó un profundo y revelador documental titulado Carta a una sombra. Después vendría un audiolibro, narrado en la voz de su autor.
Solo faltaba una película, que ni siquiera al escritor de El olvido que seremos le había pasado por la mente. Se la sugirió uno de sus cercanos amigos, Gonzalo Córdoba Mallarino, directivo de Caracol Televisión, después de haber quedado impactado con la lectura del libro.
Abad Faciolince pensó que el director ideal para ese proyecto sería el español Fernando Trueba, con quien había compartido años atrás en un Hay Festival, y a quien admiraba por su obra cinematográfica, en especial por "Belle Epoque" —laureada con el Óscar en 1994 a Mejor película en habla no inglesa—, y a finales de 2017 no vaciló en enviarle un mensaje para proponérselo.
Trueba, al principio, se abstuvo del ofrecimiento, porque había leído su sentido manifiesto, que además de bello, le pareció muy íntimo y personal: una declaración de amor a su padre y a su entrañable familia.
Sin embargo, después de posteriores conversaciones, terminó aceptando, con la condición de que Héctor adaptara su libro para llevarlo a la pantalla, pero el escritor le pidió que no le hiciera ese encargo de revivir su doloroso episodio, y que además no era guionista.
Fue su hermano, David Trueba, experimentado narrador cinematográfico, el que tiró de la carreta de la adaptación, y una vez puesto el punto final, los pasos a seguir corrieron por cuenta de la acreditada productora de Dago García y su filial Caracol.
¿Pero quién iba a interpretar a Héctor Abad Gómez? Fue su hijo, el escritor, el que le sugirió a Fernando Trueba que el más parecido en su físico, en el rostro y en la calva de su padre, era el virtuoso y multipremiado actor español Javier Cámara, a quien no le fue difícil paladear el acento paisa para redondear una viva y asombrosa postal del eminente y consagrado médico.
El coprotagónico femenino le fue asignado a la talentosa actriz colombiana Patricia Tamayo, que perfiló una fiel semblanza de doña Cecilia Faciolince, esposa del doctor Héctor Abad, y nutrieron la nómina criolla Juan Pablo Urrego, como el joven escritor; Aída Morales, Laura Londoño, María Teresa Barreto, Elizabeth Minotta, Camila Zárate, Laura Rodríguez, Gustavo Angarita, Kepa Amuchastegui, entre otros.
La película se rodó en gran parte en Medellín, y en ese periplo siguieron las huellas del médico en la facultad de medicina de la Universidad de Antioquia, donde fue catedrático, y en la Fundación Hospital San Vicente de Paul, escenario de su apostolado.
En septiembre de 2019, dos años después de la memorable encomienda que le hizo al director Fernando Trueba, Héctor Abad Faciolince veía conmovido El olvido que seremos, "detrás de una cortina de lágrimas", como lo ha dicho en varias ocasiones. Luego la compartieron en familia. Doña Cecilia, sus hijas y sus nietos, igual expresaron una profunda emoción pasada por el llanto.
Al año siguiente, y en medio del caos de la pandemia, El olvido que seremos se citaba en el palmarés de selección del Festival de Cannes, y al poco tiempo clausuraba el Festival de San Sebastián, el más importante de la cinematografía en habla hispana.
A comienzos de 2021, cuando la siniestra peste hervía en Colombia en su segundo pico, nos asomábamos orgullosos al Premio Goya (el Óscar español), otorgado a El olvido que seremos a Mejor Película Iberoamericana.
A partir de esos fortuitos acontecimientos, curábamos los insomnios releyendo el libro, mientras esperábamos ansiosos el estreno de la película, después de ser aplazada varias fechas por temor y prevención del contagio.
Por fin, luego de quince meses de cierre, el 15 de junio de 2021, las salas de Cine Colombia reabrieron sus puertas con El olvido que seremos, y un público que en su primer día de exhibición salió conmovido ante una magistral historia que toca en su hondura las fibras, y que reafirma —como dice el escritor Gustavo Álvarez Gardeazábal— ese sino nefasto al que nos hemos venido acostumbrando en Colombia: "siempre esperando que la violencia nos saque adelante".
Paradojas de un retrato que arroja sombrías tonalidades del ayer y el ahora, el estallido social represado por el agobio de la pobreza, la miseria, el desempleo, la corrupción, la ineptitud y la mentira estatal, con decenas de muertos y cientos de heridos de ambos bandos, de los que protestan en calles y plazas a bandera limpia, y de los uniformados con la arremetida voraz de sus armas y detonantes: una cruenta batalla entre el mismo pueblo, el rendido y desesperado, el mal pagado y humillado, el negado a las oportunidades.
El olvido que seremos, en pantalla, es un precioso fresco de una familia de clase media paisa, donde la cabeza es un eminente epidemiólogo que en su lucha por ejercer con honestidad y vocación su profesión, por garantizar la salud pública, y abogar por la sanidad preventiva y las campañas de vacunación contra las pestes y males que aquejan a la población infantil en los sectores desamparados, se gana la enemistad oficial que lo señala de contestatario y comunista.
Su vida se reparte entre el amor y la dedicación a su familia -en especial a su hijo Héctor, el único varón entre cinco mujeres-, y la misión encarecida como profesional de la medicina, ya como docente encausado en la enseñanza con valores, criterio y libertad, o en la actividad hospitalaria ejercida con rigor y alto sentido humano, en miras y favores hacia los desprotegidos, lo que aumenta la ira de sus contradictores.
En la casa vivían diez mujeres, un niño y un señor. Las mujeres eran Tata, que había sido la niñera de mi abuela. Tenía casi cien años y estaba medio sorda y medio ciega; dos muchachas del servicio, Emma y Teresa, y mis cinco hermanas: Maryluz, Clara, Eva, Martha y Sol Beatriz; mi mamá y una monja. El niño, yo, amaba al señor, su padre, sobre todas las cosas. Si cierro los ojos, puedo oír su voz recia, gruesa, enfrentada a mi voz infantil.
Así recuerda Abad Faciolince a su padre, el médico, en su libro, como el padre predijo que el hijo lo recordaría. Y, al pie de la letra, se cumplió esta memoria en su pulpa, que irrumpió en documental, en audio libro, en película, y hasta en una hermosa novela gráfica creada por el artista y diseñador catalán Tyto Alba, que con dibujos y acuarelas narra para todos los públicos la historia de amor de un médico colombiano por su familia y su profesión.
Si la novela cautiva en cada párrafo por su sensibilidad, su belleza literaria, y su poderosa carga emocional, la película se hace delicada, universal y cómplice con el gran relato.
Con El olvido que seremos, los Trueba y el gran equipo técnico, actoral y de producción han pincelado una obra impecable y para la posteridad. La trama se refleja como impronta en el sentir del espectador de a pie, lo ajusta a su realidad, remueve la inconformidad y la eterna desazón de un país donde se amenaza y se asesina al que piensa diferente, y se empeña en hacer el bien, y donde los aniquiladores virus de la crueldad y la impunidad imperan.
Solo el arte y la imaginación como únicas vacunas de redención.
(Qué afortunada coincidencia que justo en este mes de junio, y en la tan anhelada y paciente reapertura de salas, se hayan fijado en cartelera dos enormes películas: El olvido que seremos y The Father, con las monumentales actuaciones de Anthony Hopkins y Olivia Colman).