En el 2006, se publicó EL OLVIDO QUE SEREMOS, su autor Héctor Joaquín Abad Faciolince, se propuso contar la historia familiar que giraba alrededor de su Padre, sus luchas, su trabajo y su muerte y en la página final escribió sobre su objetivo “....… que lucharía por rescatarlo del olvido al menos por unos cuantos años más, que no sé cuánto duren, con el poder evocador de las palabras.”
Este elogiado libro tuvo once ediciones en los dos primeros años, los sé, por qué la que tengo pertenece a la décimo primera del 2007, a la fecha, entiendo que tiene más de cuarenta ediciones, no alcanzo a calcular a cuantos ejemplares equivale ese número de ediciones y entiendo que con éxito ha sido traducido a 8 o 10 idiomas.
Calificada como un escrito testimonial, como novela, y también catalogada en el género del realismo literario, es una historia de culto, en razón a que además de conseguir semejante éxito de ventas, ha seducido al público, lo cual no es fácil con una obra como esta, que involucra una desventura tan intensa como la historia sangrienta y violenta de Colombia, que se dá en el marco de una fábula conmovedora: la leyenda de una familia afectuosa, en la que cada uno a su manera enfrenta con amor filial una tragedia, que era la de ellos, pero también era la de todos en Medellín y que sigue siendo la nuestra. Una historia dolorosa contada sin amargura, con una vocación de valentía y sin resentimientos, casi que con un espíritu didáctico.
Ahora, quince años después de entregar ese texto al poder evocador de las palabras, esas que conforman la escritura, la que según un historiador italiano de apellido Liverani afloró en los años cuatro mil antes de Cristo, nos encontramos con el texto mutado al séptimo arte, definición que nace de adicionar el cine a la arbitraria lista que hasta el año mil novecientos, existía de las artes, en la que por cierto la fotografía, el teatro y la literatura no figuraban. Otro italiano, dramaturgo, escritor y periodista, Ricciotto Canudo adiciono esa caprichosa codificación, con el argumento de que era arte plástico en movimiento, y tal vez sin darse cuenta, incorporo la literatura, la pintura y la poesía y puso la cultura universal en el camino de la modernidad. Esto lo debía tener presente en su clarividente trabajo el autor quien estudio, vivió y conoció la patria de Dante.
La suma del esfuerzo y el trabajo de Caracol Televisión, Dago García, Fernando Trueba y una decena de actores encabezados por Javier Cámara y Patricia Tamayo, logra con ritmo y medida, escena tras escena, con una fidelidad asombrosa con el contenido del texto, sin excesos, ni omisiones mayores, una película que llega al alma. Premiada con un Goya, exhibida en Cannes, San Sebastián y Bangladesh. El guión de la película, a cargo del menor de los Trueba, David, es magistral, muestra de su acertado oficio de actor, escritor y periodista, la base para que la película reflejara a plenitud el contenido del libro, entregando como resultado una completa cinta biográfica, que fiel a su naturaleza literaria, le entrega al espectador dos horas de arte e historia en movimiento, que con seguridad trascenderá en el tiempo, la convertirá en cine de culto, como lo es el libro, y será un activo histórico de la memoria nacional donde todo confluye para no olvidar nuestra realidad violenta y trabajar para cambiarla.
Tengo una fórmula que me facilita y acrecienta el disfrute del cine, el teatro y la ópera y consiste antes de verla, en leer y a veces releer la novela o el texto dramático en la que los productores, guionista, actores y directores trabajan su puesta en escena, no falla, es la base para establecer la calidad de la película o del montaje, su fidelidad en la puesta en escena y favorece la comprensión de la idea y el objetivo del autor con el resultado que logran sus intérpretes, guionista, productor y director, a partir de esa comparación, se puede valorar la integridad de lo visto.
Héctor III (quienes leyeron el libro o vieron la película, sabrán porque y los que no lo saben y quieran saberlo deberán leer o ver) escribió en su columna dominical “Vivo aquí, todavía vivo aquí. Esperanzado en el proceso de paz…”, emociona el valor, el tozudo amor por la nación que su padre soñó, para seguir aquí, pudiendo estar en otro lugar, gestionando quimeras que sin ser las suyas son de su propiedad, las de su padre, los sueños de quienes buscan lo imposible en un “país en conflicto consigo mismo” tan desesperanzador como incomprensible, que subyuga y causa miedo, tan rico y tan pobre a la vez.
Pocas personas pueden decir que, con el paso del tiempo y honrando el compromiso que hizo consigo mismo, de cumplir con un propósito; lo hayan logrado de manera tan asombrosamente exitosa y suficiente, como lo hace Abad Faciolince, libro y película muestra a un padre, “de mano firme de algodón”, calificativo que uso Irene Vallejo al dedicarle a su madre, El Infinito en un Junco. Un hombre comprometido, un profesor inteligente que enseño un camino, que siguió su hijo, que cumplió con ser un gran escritor y que para satisfacer las conjeturas filiales de su padre a plenitud solo le falta el Nobel, lo cual poco importa, ¡con gran talento ya cumplió! contrariando a Borges, Héctor Abad Gómez no será olvidado.
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