Venezuela acaba de recibir un último golpe por parte del gobierno Biden. Le confiscaron el avión presidencial, que se encontraba en mantenimiento en República Dominicana. Por una parte, las sanciones impuestas, según exponen desde Washington, prohibían a empresas norteamericanas negociar con ese país, cosa que afirman se hizo a través de una empresa fantasma, y como si fuera poco, para transportar a Nicolás Maduro.
Las autoridades dominicanas aseguran que no tuvieron alternativa. Se trataba de cumplir con trámites judiciales y administrativos inobjetables. Sus pares de Norteamérica les presentaron la documentación respectiva. El hecho pone en evidencia que las sanciones unilaterales que se imponen a un gobierno, en realidad recaen sobre toda la población y los bienes del estado sancionado. Los trece millones de dólares los había pagado el erario venezolano.
La saña con que actúan los Estados Unidos cuando se trata de perseguir a la revolución bolivariana, que representan en Nicolás Maduro, convertido en el mayor monstruo del mundo contemporáneo, contrasta con la simpatía y los apoyos de todo orden que ese país le ofrece sin el menor titubeo al primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, quien ha ordenado el asesinato de más de 40,000 palestinos en total impunidad.
Sabemos que la Corte Penal Internacional adelanta, a petición de un fiscal suyo, el trámite para expedir una orden de captura contra Netanyahu por sus crímenes contra la humanidad, y que en la Corte Internacional de Justicia cursa una causa criminal contra el estado de Israel por la consumación abierta de un genocidio en Gaza. Sin embargo, Netanyahu sigue siendo el más respetable de los gobernantes para el mundo occidental.
Las bombas que han convertido la próspera ciudad de Gaza en impresionantes ruinas a las que siguen reduciendo al polvo, son suministradas sin pausa por Washington, el mismo gobierno que ordena situar en el Mediterráneo, en apoyo a Israel, sus dos más modernos portaviones, listos a repeler cualquier ataque de gravedad contra su aliado incondicional. Simultáneamente, colonos israelíes, respaldados por su ejército, despojan en Cisjordania a miles de palestinos.
Eso de las sanciones norteamericanas, ahora también mecanismo de uso por la Unión Europea, constituye un acto abiertamente ilegal, que viola todas las normas del derecho internacional. Ningún estado se haya facultado para sancionar de manera unilateral a otro. Para eso existe el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, el único ente autorizado para imponer sanciones, siempre que sean aprobadas tras cumplir con los debidos procedimientos.
Los Estados Unidos hacen caso omiso de eso, poniéndose por encima de la juridicidad internacional. Y no de ahora. De hecho, llevan más de seis décadas bloqueando económica, comercial y financieramente a Cuba, a la que además acosan y sabotean permanentemente en sus angustiosos propósitos de desarrollo. Estrangulan su economía nacional y con ella condenan al hambre y las necesidades a todo un pueblo.
Como se han propuesto también hacer con Nicaragua. Y como se propusieron con Siria, invadiendo y ocupando las ricas tierras del Éufrates, las mayores productoras de alimentos del país, para privar de comida a toda su población, al tiempo que tomaban posesión, sin el menor derecho, de los jugosos yacimientos petroleros del norte, que saquean a la vista de todo el mundo. Con el pretexto de sacar del poder a su presidente Bashar Háfez al-Asad.
Adonde quiera que los Estados Unidos acuden a llevar la democracia, queda la peor de las anarquías
Y lo que es peor. Echando mano de sanguinarios grupos terroristas como Al Qaeda o el Estado Islámico, supuestos enemigos suyos, a los que ha financiado y armado mediante turbias negociaciones de sus múltiples agencias de seguridad, para que se encarguen de los trabajos más sucios. Adonde quiera que los Estados Unidos acuden a llevar la democracia, queda la peor de las anarquías. Es lo que planean, con riesgo para Colombia, también con Venezuela.
Contra la que ponen en práctica, por su petróleo, la más grande campaña mediática. El poder de los grandes medios de comunicación de los Estados Unidos tiene la capacidad de convertir en verdad todo aquello que su conveniencia les señale. Las grandes corporaciones privadas del complejo militar industrial y financiero del Pentágono son hoy las mayores accionistas de esos medios. Estos publican lo que conviene a sus intereses económicos.
Como si fuera poco están también las redes, propiedad de magnates comparables a Midas, empeñadas en que el pensamiento universal se corresponda exclusivamente con sus deseos y ambiciones. La disputa de Francia, que es la Unión Europea, que es la OTAN, con Telegram, pone en evidencia el afán por controlar las mentes. Algo que también se vive en Brasil, donde cerraron la red social X, con la oposición de la ultraderecha bolsonarista y el guiño de Biden y Kamala.
Lo respetable es pensar como disponen ellos. Quizás ponerse en el medio, sí, qué cruel el imperio, pero es que los otros son aún más malvados. Lo que no perdonan es pensar distinto, odio total.