Lo único lamentable de que Alberto Linero no siga siendo padre es que ya no tenemos las misas que él presidía. Lo hacía con la gracia de un cuentero de la Costa, alegre, convincente, revestido de un carisma que ya quisieran tener más de un sacerdote dogmático y radical. El verbo de Linero lo reivindicaba a uno como católico, daba fervor. Esta es una de las cosas por la cual tantos dejan de ser católicos para ser evangélicos, necesitan un pastor de alma que conecte con la gente y no que leyera de manera mecánica la biblia como si fuera un telepronter.
Hace dos años Linero dejó la sotana y sigue siendo un gurú. Mientras los progresistas casi siempre estamos de acuerdo con sus consejos, que sabe desperdigar de la mejor manera en Twitter, tiene que soportar la indignación de más de un camandulero al que le parece un pecado inadmisible que se haya retirado del sacerdocio para disfrutar de las tentaciones mundanas.
Él ha dicho sin ambagues que no cree en la castidad, que es libre como el viento y eso no le quita un ápice de su humanidad. El man está vivo, su publicación, mejoró aún más desde que se retiró, lo hace como un hombre, no como un santo, y esa conexión le hace ganar adeptos.
La que pierde con la colgada de sotana de Linero es la iglesia católica que necesita cada vez más de sacerdotes con ese nivel de carisma. Si, lo podrán odiar las camanduleras que siguen celosas porque consideran una traición la coherencia de Linero, pero, mientras tanto, y desde la mesa de Blu Radio, consolida una imagen entre un sector de la población que está alejado de cualquier pulpito y que se deja llevar por la pésima imagen que tienen los sacerdotes hoy en día, una nube que ya no se posa sobre la cabeza de Alberto Linero.