Una de las razones por las que Nairo Quintaba es el colombiano más querido se la debe a un articulo que publicaron después de que ganara el Tour de l’Avenir en el 2010. Mostraban a su papá paralítico, su casa cayéndose, su familia numerosa, la historia de llevar y traer en una bicicleta a su hermanita desde Arcabuco hasta su casa en Cómbita. Esa imagen del pobrecito, que incluso detestó siempre Nairo, fue lo que lo hizo tan popular. Nairo no es ningún pobrecito, es un ganandor implacable, muy parecido en mentalidad a Juan Pablo Montoya, el más grande de nuestros deportistas colombianos.
No le perdonaban su hablado rolo que muchos consideraban despectivo, gomelo. Y es que era difícil, claro, para enfrentarse a los hermanos Shumacher había que ser peor que ellos. Montoya era consecuente con su personalidad, era agresivo, temible, el sobrepaso a Schumacher en Interlagos en el 2001, o cuando ganó en Mónaco en el 2003. Trataba mal a la prensa colombiana pero, ¿uno qué podía responderle decentemente a Edgar Perea, a Carlos Antonio Vélez?
Ahora no hay un deportista, aparte de Egan, como Juan Pablo Montoya. Es que ganar un gran Premio de Fórmula Uno es algo que en Latinoamérica sólo han podido hacerlo muy pocos. Estuvo a punto de ganarle a Ferrari el campeonato del 2003, el motor BMW falló y eso lo mató, se acaloró en Mclaren y tomó la pésima decisión de irse a la Nascar. Cada vez que venía a Colombia la gente le tocaba el culo, lo mechoneaban, le gritaban gomelo hijueputa y se mamó.
Hoy, con 45 años y riéndose de sí mismo, dice que si, que fue una porquería pero que su hijo no cometerá sus errores y que llegará más lejos de él. Ojalá y sea un Montoya el primer campeón colombiano de la Formula Uno y el primero latinoamericano desde la época de Ayrton Senna.