La culpa de la victoria de Petro es de Uribe y sus huestes. Durante ocho años ostentaron un poder que los llevó a tener más de 80 % de popularidad. Mientras la izquierda ganaba en todo el continente, Uribe mantuvo viva a la derecha y terminaría además inspirando a jóvenes dirigentes políticos como Nayib Bukele. El país celebraba la torcida de pescuezo que le propinaba a las Farc, ahogándolos a punta de bombardeos e inteligencia, haciéndolos retroceder en unos cuantos años a sus nichos en la selva y obligándolos a sentarse a hablar de paz, logro que concretó Juan Manuel Santos en el 2016. A un porcentaje reducido de la población nos parecía que los métodos uribistas no eran los más éticos. Estigmatizar a la prensa, a las organizaciones de derechos humanos que denunciaban las alianzas entre paramilitares, ejércitos y políticos, a la población civil que nos escandalizaban porque aplaudieran de pie a un asesino de los kilates de Mancuso, llamándonos guerrilleros era ponerle una lápida encima a sus contradictores. Si Twitter hubiera existido en tiempos de Uribe, ¿se imaginan la trinadera? ¿Los señalamientos a periodistas? ¿Las peleas con Chávez?
Cuando, a regañadientes, Uribe entrega la presidencia a Santos, quien ganó con votos uribistas, nos fuimos dando cuenta del horror, de las mentiras, de la violencia. Se les pusieron números a los falsos positivos, a los desplazamientos, los jefes paramilitares, quienes fueron extraditados para que no contaran su verdad, sacaron a la luz del sol los métodos para asesinar a profesores que solo cumplían con su papel de abrirle los ojos a los alumnos desde el aula de clase. Se sobornaron testigos para hablar mal de congresistas, se le pagaban bonificaciones a los soldados pesándoles los litros de sangre que llevaban a final de mes a sus cuarteles. Se dijeron mentiras para sacar a la gente emberracada a votar. Se fraguó una campaña miserable y calumniosa contra el proceso de paz de Santos que terminó saboteando unos acuerdos que fueron un modelo de todo lo bueno que podría hacerse en una negociación.
Y poco a poco, quien fuera elegido como el Gran Colombiano en un concurso en History Chanell, terminó convertido en un Patriarca en su Otoño. Ese odio que generó en tantos colombianos nos hizo pensar que su némesis, Gustavo Petro, podría ser el antídoto al horror que él sembró. No teníamos muchas opciones. Fico nunca fue la gran cosa y representaba la continuidad del uribismo. Rodolfo Hernández, quien acaba de ser inhabilitado por 14 años producto del desfalco a Vitalogic, resultó siendo un personaje horroroso. Creímos en Petro, por supuesto. Creímos en el cambio. No le creímos a todos esos que han salido rotos por estar cerca de él. Fuimos sordos a la mezquindad, al mutismo, al comportamiento errático que siempre ha demostrado, a su radicalidad tonta, al delirio de creer, como otros líderes de izquierda, tipo Fidel, Chávez, que sabe de todo y, por esa megalomanía, toma decisiones pésimas como nombrar comisionado de Paz, en un país que lleva desde el gobierno de Alfonso López Michelsen creando mesas de diálogo, a una nulidad intelectual como Danilo Rueda, a ministras tan chambonas como Irene Vélez capaz de llevar a una cumbre datos chimbos sobre las reservas de gas en el país, o sostener a un personaje impresentable como Armando Benedetti quien protagoniza el último escándalo en la Casa de Nariño.
A las 10 de la mañana de un día cualquiera el presidente puede hacer 20 trinos. Sus retuiters han posicionado a personajes nefastos como el influencer que acosó a Camila Zuluaga y a su hija de un año.
Además está esa tuiteadera. A las 10 de la mañana de un día cualquiera el presidente puede hacer 20 trinos. Sus retuiters han posicionado a personajes nefastos como el influencer que acosó a Camila Zuluaga y a su hija de un año.
Es lamentable ver que Petro no tenía la grandeza que esperábamos. Nada funciona. El problema no es que Petro sea de izquierda, el problema es que el barco se hunde y no hay capitán. Su desconexión con los ministros es absoluta, su apoyo en la calle inexistente, él vive sumido en su silencio, con la mirada clavada en su celular, haciendo anuncios sin verificar nada. Los graves problemas que rodean a este gobierno quedaron evidenciados el día que el presidente afirmó lo del milagro en la selva, el famoso rescate de los cuatro niños que jamás se dio. Ese día dejamos de creer. El barco se hunde y el capitán no hace nada, está sumido en su maldito celular.