El odio irracional en elecciones presidenciales de Colombia 2022-2024

El odio irracional en elecciones presidenciales de Colombia 2022-2024

No hay lucha de clases ni guerra cultural, sino un combate a muerte de individuos contra individuos, como el de las langostas compitiendo por imponerse unas a otras

Por: Julián Alberto González Ávila
junio 09, 2022
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El odio irracional en elecciones presidenciales de Colombia 2022-2024
Foto: Pantallazo

El grito populista de la derecha colombiana, “todo menos Petro”, tiene como objetivo no solo facilitarle al indiferente o al ignorante librarse con practicidad de lo que para él es una inútil e improductiva pérdida de tiempo (inmiscuirse en cuestiones de política). Si no, de manera más radical, propone descartar todo ejercicio de reflexión, toda actitud desapasionada de ecuánime cavilación. Es una invitación a dejar de lado el juicio y la razón para permitirse el despliegue iracundo de las más bajas pasiones como un modo de goce perverso.

El filósofo francés Étienne Balibar ha realizado amplios avances analíticos con relación a la realidad de “crueldad excesiva” que caracteriza la vida contemporánea: desde la matanza fundamentalista, racista o religiosa, pasando por los denominados  “crímenes de odio”, hasta los estallidos “insensatos” de violencia cotidiana entre ciudadanos (abundan titulares desconcertantes sobre asesinatos realizados por las más injustificadas, frívolas e irrazonables discusiones: “me cerró con el carro”,  “le subió mucho el volumen al equipo de sonido”, “llevaba una camiseta del otro equipo”, etc.)

En psicoanálisis esto ha sido denominado por algunos pensadores como “mal de ello”: el mal estructurado y motivado por el desequilibrio más elemental en la relación entre el yo y el goce, la tensión entre el placer y el cuerpo extraño de goce que hay en su núcleo: una violencia sin ninguna base utilitaria o ideológica. Estas explosiones de violencia procuran ser inútilmente comprendidas desde una perspectiva racional, incluso los mismos autores de ella intentan justificarla en vano mediante esfuerzos racionales infructuosos.

La xenofobia y el racismo practicados por los llamados skinheads neonazis en algunos países europeos son un ejemplo paradigmático de este recurso: “nos quitan el trabajo, representan una amenaza para nuestros valores occidentales, etc.”, no es más que una racionalización secundaria más bien superficiales. La respuesta última que se obtiene de un skinhead neonazi es que: golpear a los extranjeros los hace sentirse bien, qla presencia de esas personas lo perturba.

El mal de ello escenifica, entonces, el cortocircuito más elemental en la relación del sujeto con el objeto causa de su deseo, primordialmente perdido. Lo que “molesta” en “el otro” (de otra raza, sexo, religión... o, para nuestro caso, posición política) es que parece disfrutar de una relación privilegiada con el objeto: el otro posee el tesoro-objeto (lo ha arrebatado, y por eso no se tiene), o amenaza la posesión de ese objeto.

Esto es perfectamente aplicable al caso colombiano: con frecuencia la derecha se refiere a alguien de izquierda haciendo uso de una serie de calificativos peyorativos que, en apariencia, designan cierta especificidad cualitativa la cual, en sí misma, explica las razones para invalidar estas personas. Sin embargo, no deben engañarnos, todo lo que se dice sobre las personas de izquierda: vagos, mamertos, drogadictos, guerrilleros, etc., pronto resulta claro que constituye una racionalización secundaria más bien superficial.

Lo que “molesta” a la derecha de “el otro” (la persona de izquierda), es que parece disfrutar de una relación privilegiada con el objeto: el otro posee el tesoro-objeto (lo ha arrebatado, y por eso no se tiene), o amenaza la posesión de ese objeto. Ahora bien, ¿cuál es ese objeto que ha sido arrebatado o amenaza ser usurpado?

Para identificarlo resulta útil analizar aquellas racionalizaciones secundarias superficiales, de las que se hablaron, utilizadas por el populismo de derecha para justificar su odio contra los de izquierda. Sin embargo, se debe aclarar que, dependiendo de su posición dentro de la escala de privilegios socio-económicos, dicha racionalización secundaria apunta a ciertos aspectos.

Especialmente (aunque no exclusivamente), las clases medias y altas acuden a la justificación intelectual para explicar (y explicarse ellos mismos) las razones de su odio. Por su parte, las clases bajas, en general, utilizan su testimonio de vida como argumento para defender su desdén con el sujeto de izquierda.

En cuanto al mecanismo de intelecutalización del que hacen uso las clases medias y altas, hoy en día, experimentamos un creciente aumento de la producción escrita del populismo de derecha. En sus best-seller, que funcionan como manual de uso en caso de ser interrogados por las razones de su mezquina desaprobación de la izquierda, fundamentalmente, cuestionan los principios éticos y los presupuestos epistemológicos y ontológicos con los que la izquierda ha conseguido posicionar su clara ventaja teórica y política frente a la derecha (desde la misma utopía de Tomas Moro hasta el esbozado comunismo marxista).

En oposición, la derecha contemporánea adhiere a la tesis liberal hobbesiana homo homini lupus "El hombre es un lobo para el hombre" frase utilizada por el filósofo inglés en su obra El Leviatán (1651) para referirse al estado de naturaleza del hombre que lo lleva a una la lucha continua contra su prójimo por defender su interés individual,  abandonado (o subordinando) cualquier presupuesto trascendental o religioso sobre la humanidad, un principio constitutivo de la convencional identidad conservadora.

Los reconocidos representantes de la ideología Alt Right en Latinoamérica, Nicolás Márquez y Agustín Laje, cuestionan directamente los presupuestos antropológicos en los que se sustentan los objetivos y esperanzas de la izquierda:

Es importante hacer notar también el mito que se esconde detrás de estas ideas, que no es otro que el del “buen salvaje”, mito trillado que permitió a Tomás Moro componer su Utopía, a Montaigne idealizar al indio americano en Los ensayos, a Rousseau fantasear con su “hombre en estado de naturaleza” [...] y se plantean los conductos a través de los cuales es factible volver hacia atrás, pero yendo presuntamente para adelante (de ahí que, paradójicamente, se digan “progresistas”).

Cualquiera que se atreva a imaginar una sociedad fundada en principios como la solidaridad y la fraternidad, o bien, es un hipócrita, o bien, es un ingenuo soñador. La única manera de ser realistas y honestos es limitar intencionadamente la disposición altruista a sacrificar el propio bien por el bien de otros, conscientes de que la manera más efectiva de evitar una catástrofe totalitaria es seguir el egoísmo privado de cada cual (el mantra liberal capitalista que permitió a ideólogos como Francis Fukuyama sentenciar a la humanidad al “fin de la historia”).

Jordan Peterson, por su parte, un representante mundial de la ideología Alt Right sostuvo en una de sus conferencias una férrea defensa del egoísmo innato del hombre:

Ni lucha de clases ni guerras culturales, lo que la naturaleza nos muestra es un combate a muerte de individuos contra individuos, como el de las langostas compitiendo por imponerse unas a otras, confirmando una tendencia innata a la jerarquización de todos los seres que ningún correctivo social, ni el Estado del Bienestar ni la socialización de los medios de producción, ni mucho menos el lenguaje políticamente correcto, podrá enderezar nunca en aras a la igualdad universal.

En la medida en que, para la derecha, debido a la naturaleza envidiosa y egoísta de la humanidad, una sociedad fundamentada en la bondad y el altruismo nos llevaría a catástrofes totalitarias como el socialismo, no habría otra cosa más por hacer que moderar premeditadamente las aspiraciones evitando así un mal mayor.

“Afortunadamente” para la humanidad, existe un mecanismo que ha demostrado ser capaz de articular dicha naturaleza en una experiencia colectiva, esto es, el mercado.  Esto explica por qué, para la derecha, la esfera económica es sencillamente una “neutral” plataforma de distribución de bienes y servicios, un contenedor vacío “objetivo” que simplemente replica la naturaleza humana y le permite su orden colectivo.

De esta premisa se desprende, entonces, que las posibles crisis que surjan, no será posible afectarlas con medidas democráticas cuyo objetivo sea el de minimizar el impacto a los menos favorecidos, toda vez que esto podría generar colapsos económicos mayores puesto que el sistema obedece a su propia lógica pseudo-natural: “si queremos que nuestra economía se estabilice, simplemente tenemos que hacer lo que se nos pide y aguantar el trago amargo…”.

Si la lógica económica solo refleja el ajuste “natural” de los intereses individuales, los recortes financieros, y todo tipo de medidas de austeridad (recorte de las prestaciones sociales, reducción de los servicios gratuitos de salud y educación, inseguridad laboral cada vez mayor, etc.) no pueden ser entendidas, dentro de esta lógica, como decisiones basadas en alternativas políticas, sino como algo impuesto por una lógica económica neutral.

Así, queda completamente justificada la acusación que se hace a la izquierda de realizar promesas populistas, pues, dentro de esta aceptación resignada de los mecanismos del mercado (como aquel mediador anónimo que producirá la paz social independiente de la voluntad, así como de los méritos de los individuos) no resulta “viable” y/o “realista” apostarle a mejorar las condiciones de los menos favorecidos mediante intervenciones políticas, pues no se puede luchar contra la naturaleza humana.

Este triunfo del fundamento liberal capitalista que hoy se posiciona en la derecha para explicar la naturaleza humana, los ha llevado a desbancar los principios conservadores morales que, se supone, dotan de especificidad a su identidad (son su tesoro-objeto), en favor de una pragmática actitud realista que acepta sin discusión la naturaleza instrumental de la racionalidad económica del individuo. Debido a su naturaleza egoísta y tendenciosa, el hombre solo puede aspirar a mantener a raya los egoísmos de los demás, y, soñar, únicamente, con la posibilidad de realizar sus intereses y el de los suyos.

Es por esto, por lo que la izquierda es la única que puede atribuirse hoy estar guiada por principios éticos y morales. Se han invertido las clásicas posiciones: las personas de izquierda son los conservadores éticos y morales (le han robado su preciado objeto a la derecha), oponen a la perversión instrumentalista del mercado valores como la solidaridad y la igualdad; mientras que los representantes de la derecha se han transformado en “progresistas” que no aceptan ningún obstáculo ni límite a la racionalidad económica del individuo.

Ahora bien, con respecto a las clases bajas, resulta bastante explicativo hacer uso de una ingeniosa catalogación que se ha realizado sobre “síndromes” contemporáneos, los cuales vinculan estereotipos de la televisión y el cine con modos de conducta de ciertos grupos poblacionales: El síndrome del Tío Tom, el síndrome de Doña Florinda, y el síndrome de Stephen Candie.

Todos estos síndromes tienen en común que sus representantes, personas que fueron excluidas de los beneficios sociales (incluso algunos que aún lo son), desprecian a aquellos que comparten su misma realidad ¿Por qué personas que pasaron por innumerables dificultades, momentos de humillación y degradación de su dignidad, durante el proceso por conseguir mejorar su situación, les parece inmoral que otras, que viene de similares circunstancias, no pasen por ellas si quieren también conseguir lo mismo?

En un comienzo, estas personas con lo único que contaban (y que constituía el fundamente de su identidad) era su integridad (tesoro-objeto de deseo) -no poseían ningún privilegio material. Pero, una vez que lograron superar su situación de precariedad (en ocasiones no por mucho), la mayoría de las veces, pasando por un sinnúmero de indeseables complicaciones, empezó a considerarse, para ellos, inadmisible el hecho de que “otro” pareciera conservar una relación privilegiada con aquella integridad que fue tan fuertemente violentada en su proceso por lograr mejorar su situación económica.

Este “otro”, parece negarse a exponer su integridad a los mismos vejámenes de los que ellos fueron víctimas. Incluso, algunos de estos “otros” (los de izquierda), luchan porque aquellos que aún se encuentra en similares circunstancias de precariedad, no deban entregar su dignidad para alcanzar esas ventajas económicas de las que ellos ahora gozan.

Como señaló Jacques Lacan en su Écrits, el problema del deseo humano es que, siempre es “deseo del otro” en todos los sentidos del término: deseo por el otro, deseo de ser deseado por el otro, y especialmente deseo de lo que el otro desea. Esto último hace de la envidia, que incluye el resentimiento, un componente constitutivo del deseo humano.

Es decir que no es cuando se piensa exclusivamente en uno mismo cuando se elimina la preocupación altruista por los otros; por el contrario, principalmente, es cuando, debido a las dudas que tiene sobre sí mismo, que el sujeto se ve profundamente perturbado, intrigado, fascinado por la privilegiada convicción que tiene el otro con su propia identidad, de modo que destina todos sus esfuerzos por destruirlo, incluso en contra de sus propios intereses.

Existe una conocida anécdota en Europa oriental, según la cual, un campesino que se encuentra un día caminando en sus praderas se encuentra con una hechicera que le dice: «Te daré lo que quieras, pero te advierto, ¡se lo daré por duplicado a tu vecino!». El campesino, con una sonrisa malévola, le dice: «¡Arráncame un ojo!».

Gore Vidal resumió el tema en un corto lema: “No me basta con ganar, el otro debe perder”. La trampa de la envidia/resentimiento es que no acepta sencillamente el principio del juego de suma cero, en que la victoria de alguien es igual a la pérdida del otro, sino que implica además un intervalo entre los dos, que no es un intervalo positivo (todos podemos ganar sin ningún perdedor), sino negativo.

En el marco de la experiencia de la envidia, si se tiene que elegir entre la ganancia del sujeto y la pérdida de su oponente, se prefiero la pérdida del oponente, incluso si eso significa también su propia pérdida. Es como si su ganancia, sin la pérdida del oponente, funcionase como una especie de elemento patológico que contamina la pureza de su victoria.

Durante las anteriores elecciones (2018-2022), en las que Petro confrontó a la derecha directamente en las votaciones, fue recurrente otra consigna que afirmaba el odio irracional por el otro de izquierda, esta era: duélale a quien le duela (mi candidato es el de la derecha). No importaba cuántas pruebas y datos se tuvieran para demostrar el peligro que representaba seguir por 4 años más en manos de las mismas élites que han gobernado por los últimos 30 años, incluso si se estaba muy al tanto de los daños personales que se pudiera tener, el otro de izquierda debía perder.

En resumen, la derecha odia a cualquier representante de izquierda porque le ha usurpado el tesoro-objeto de deseo que dotaba de consistencia a su identidad: En el caso de las clases medias y altas, principalmente, los principios éticos y morales que, para la izquierda, constituyen un potencial inherente a la naturaleza humana. Y, en el contexto de las clases bajas, en su mayoría, es la dignidad la fuente del resentimiento y la envidia de los que ya la cedieron para lograr un estatus económico.

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