El odio al otro

El odio al otro

Por: Nelson Cárdenas
diciembre 02, 2013
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Esquina de la Casa del Florero. Martes, mediodía. Unos chocoanos, tambor, marimba y bongó, sonando a selva y a mar. Varios peatones oyéndolos y un sombrero para colectar lo del día. Una señora, habitante de calle, les grita, nos grita “pa que le dan plata a esas gonorreas, que ya tienen, lo que tienen es plata”. Empuja sin querer, a un señor mayor con bigote cuidadísimo, traje y emblema de la virgen en la solapa “¿qué le pasa, vieja sucia? ¡respete¡”. “¿qué? si quiere véngase y nos damos” riposta ella y el hombre levanta su paraguas para empujarla como quien aparta de su camino el mugre, sin tocarlo, mientras llama ¡¡policía¡¡... En menos de 30 segundos el odio por el otro, el miedo por el otro, el asco por el otro, de una clase a la otra, seres que sin conocerse ya tienen suficiente para odiarse y jugar (en el mejor de los casos) a destruirse.

Viendo las imágenes que no nos mostraron en las noticias nacionales sino hasta que ya las habíamos circulado miles de veces en la red, se pregunta uno ¿cómo puede un ser estar tan lleno de odio contra otro que ni siquiera conoce? Cosas que pasan, dijo una amiga. ¿cosas que pasan? Pasa la lluvia, o un terremoto, o la muerte por arrugas. Pero ¿golpear a otro en el suelo, entre cinco de a pie, hasta reventarlo? ¿o romper los vidrios de las casas, casa de gente como ellos, de su país, de su estirpe, hasta vecinos serán, para culpar a otros?¿poner bombas al paso de manifestaciones, golpear fotógrafos? Pero no son los únicos que odian. Lo he visto en persona y mil veces en la tele (ahí sí) en muchachos que aun tienen espinillas, tirando ladrillos con la firme intención de matar al policía que tienen enfrente. O como me pasó con otra amiga, muy estudiada y muy lúcida, que ante una foto de unos desconocidos en París con ruanas portando carteles de “apoyamos el Paro” de primeras los descalificó por exhibicionistas, acomodados, niños ricos (no sé si soy preciso, pero eso quería decir), como sí ser acomodado (si es que lo son, que los que conozco en París la ven dura para conseguir para la papa) fuera razón suficiente razón para no oír su voz, como si ver la torre “Infiel” de París fuera una especie de prueba reina de Fiscalía para saber todo (antecedentes, motivaciones, intenciones ocultas) de unos pelados que en la distancia se tocaron de patria. Otro amigo mío, ante la imagen de un pelado de marcha, casi sin labio superior y chorreando sangre por un impacto de proyectil ESMAD, comentó algo así como “él se lo buscó”. ¿será que tengo amigos con rasgos muy sicopáticos? Pues nada, al Presidente le oí decir que el Paro no existía (sabiendo que sí y tan solo para provocar las masas -porque lo dijo dos veces en una semana, a pesar de la evidencia-), a su ministro de Defensa prácticamente decir que lo que iba a haber era bala, a personajes nefastos y enceguecidos (“enceguecedores”, estaría mejor) a cargo de micrófonos y cámaras contando un solo lado de los hechos y dando credibilidad a las versiones oficiales (que ya sabemos cuan verídicas son), buscando “la restitución del orden normal de las cosas” caiga quien caiga, desde sus mullidos sillones, sin recordar que hablan de personas con hambre, mamadas del atropello y de ser limpión de la economía. “Gonorrea”, decía la señora, “tombos hijueputas”, teclean en las redes, “niños ricos”, “terroristas”, “maricones”, “infiltrados”... Todos tan dispuestos a matarnos, a dar un codazo, un putazo, antes que pensar que el otro es uno también, que mi bienestar no puede ser si el bienestar del que tengo enfrente no lo es. El que llegue primero, el que robe mejor, el que hable más duro, el vivo, el que dispare sin que lo vean. Todos tan valientes, tan dispuestos a arrasar con el otro, pero con la cobardía implícita de escuchar sus razones, de validarlo como interlocutor, de desarticular, si es que cabe, sus argumentos con los nuestros. Valientes para matar, cobardes para escuchar. Y los entiendo, la verdad, porque oyendo al otro cabe la posibilidad (que no es pequeña) de que de pronto tenga que poner mis intereses atrás y mis principios adelante. Mis principios, los que nos enseñaron en casa: “mijo, comparta con su hermano, no sea egoísta, dejen de pelear, ayude, sea correcto”.

Y claro, alguien con hambre no puede darse el lujo de pensar. Un policía, amigo mío, un pelado con cara de buena gente me dijo, después de que me mostrara la foto de un ESMAD con la pierna destrozada por una papa bomba y de que yo le replicara que ninguna violencia era buena, ni la de ellos, ni la de los otros, “claro, eso lo sabemos, y sabemos que esos pelados y esos campesinos son como nosotros, pobres. Pero si uno medio dice algo, lo van es trasladando. Pero nosotros sabemos”. Y así todos, todos sabemos, pero cuidamos el sueldo. Tal vez ese es el gran error del gobierno en Boyacá y en Catatumbo: que ellos ya perdieron todo “y el que está mojado ya no le asusta el agua”. No sé.

Yo creo que estamos pariendo un país. Y duele. Y esperanza. Sangre, llanto, sonrisa y despertar. Hoy, tras esta semana en que muchos perdimos la inocencia, en la que vimos qué tanto nos informan los que nos informan, qué tan rudo puede ser el Estado que se cree que “es” per se, sin pasar por la voluntad popular y qué tanto poder tenemos si tomamos conciencia de nuestra valía. Hoy, que hemos visto que la violencia es idiota porque se vuelve en nuestra contra, así tenga las causas, así haya sido pagada o puesta como falsa bandera. Hoy, en medio de este país que me duele, rechazando las armas de zurdos y diestros, y poniendo la razón y el deseo, hoy siento que hay un país que viene, y que quiero verle amanecer.

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