Colombia es tinterillo de los medios internacionales en este 2021, gracias a la violencia irracional que nos ha hecho famosos en el ámbito mundial. La noche del 3 de agosto desadaptados disfrazados de hinchas de Independiente Santa Fe y Atlético Nacional sacaron a la luz una característica déspota de los colombianos que ya habían mostrado los hinchas de Millonarios, América de Cali y el mismo Atlético Nacional hace una semana en Orlando, Florida: la intolerancia hacia la diferencia.
El esfuerzo de la Alcaldía de Bogotá, del IDRD y de las decenas de personas que vivieron más de un año y medio de pobreza e incertidumbre producto de la pandemia de la covid-19 para reactivar la economía y el espectáculo del fútbol fueron echados a la basura en una hora por personas que, dejándose llevar por las pasiones efímeras, y alimentados por el consumo de sustancias alcohólicas y psicoactivas, sacaron el lado más salvaje de su rabia no argumentada en contra de grupos familiares con menores de edad que simplemente iban a ver un partido de fútbol.
El deporte rey, como se le conocía hasta hace pocos años en Colombia, está perdiendo cada vez más popularidad. En gran parte por las alternativas de entretenimiento digitales que hoy ocupan la atención de las audiencias más jóvenes. Además, por el exceso de avaricia de la División Mayor del Fútbol Colombiano que, por querer recaudar más dinero para mantener contentos a los presidentes de los 36 clubes profesionales, crearon un "canal premium", restringiendo el acceso de la enorme mayoría de colombianos al espectáculo deportivo. Y, para colmo de males, por la violencia, que considero es alentada por uno de sus más laureados comentaristas, Carlos Antonio Vélez, que sugirió continuar el partido cuando un escuadrón del Esmad se acercaba al estadio.
Pero este no es el verdadero problema de fondo: como el fútbol en esta parte del mundo es un referente de la sociedad, evidenciamos que Colombia está dividida por castas (ni siquiera por sociedades), que están dispuestas a imponer sus reglas y dogmas a cualquier precio sin importar las consecuencias de sus actos ni tampoco las secuelas psicosociales y económicas que estas deriven.
Me quedo en la cabeza con la foto del niño cargado por su madre desesperada saliendo del bochorno. Así como yo tuve una época en la que el fútbol fue prácticamente todo en mi vida, hoy veo cómo esa llama se apaga entre mí y quienes compartimos la afición por este deporte. La apatía se exacerbará, y los niños de hoy se encargarán de que el fútbol sufra la peor crisis de impopularidad de toda su historia.