Según los datos del DANE, el incremento anual del IPC terminó marcando un 10,23 %. Ante tal dato, el aumento nominal del salario mínimo decretado por Petro para este 2024, que fue del 12,06 %, resulta irrisorio, pues, descontada la inflación, solo representa un incremento real del 1,83 %, es decir, el más bajo que hemos tenido desde el año de 2019.
Pese a lo anterior, dicho incremento fue recibido con satisfacción por parte de algunos líderes del movimiento popular, lo cual puede tener cierta justificación en el grado de credibilidad que todavía conserva nuestro primer mandatario, así los mil obstáculos que le han sembrado las derechas a su gestión, además de los provenientes de algunos cercanos colaboradores, no le hayan permitido avanzar todo lo que él quisiera en el propósito de mejorar las condiciones de vida de los colombianos.
Lo grave es que de esa satisfacción esté participando el movimiento sindical. La circunstancia de poder contar en su dirección con no poca lucidez para la evaluación objetiva del acontecer nacional haría esperar de él una conceptualización más rigurosa de lo que en general pasa en nuestro país y, en particular, de lo que en realidad representa ese pírrico aumento.
Lamentablemente no es así, y por eso estamos viendo a Fabio Arias Giraldo, actual presidente de la CUT, calificar de positivo el incremento, al tiempo que otros dirigentes, para justificarlo también, andan echando mano del copioso arsenal de argumentos que, para utilizar en casos semejantes, les ha sido propio a los gremios empresariales y a los anteriores gobiernos: que es que la contracción económica… que es que los efectos inflacionarios… que es que el PIB… que es que la informalidad… que es que los costos de producción…, etcétera, evitando repetir, eso sí, para no incurrir en semejanzas absolutas, que un incremento mayor generaría pérdidas en la confianza inversionista y dificultades para la creación de nuevos puestos de trabajo.
Esta condescendencia en nada contribuye a hacer de Petro un mejor gobernante, tampoco a garantizarle mejores resultados a sus proyectos de reforma y mucho menos a que el movimiento sindical se aprestigie, crezca y se ponga en condiciones de cumplir más cabalmente una tarea que parece estársele olvidado: la de ser un factor efectivo de organización, educación y movilización popular. Más bien sí a acentuar la desesperanza que comienza a notarse en algunos sectores otrora radicalmente petristas.
Termino recordando una consigna que cantan los camaradas venezolanos ante algunas inconsistencias del gobierno de Maduro, que en nada desdibujan el carácter antiimperialista de la Revolución Bolivariana. Ellos dicen: ¡Gobierne quien gobierne, al pueblo se defiende!