"¿Qué estás haciendo ahí?". Eso fue lo que le dijeron los policías a Álvaro Herrera Melo, músico caleño, antes de detenerlo con despotismo y golpearlo tanto física como emocionalmente en un centro de policía de Cali (ver: “Esa no es la respuesta, me dijo un uniformado”). Conducta policial que se ha repetido a lo largo y ancho de las montañas, la llanura y las calles del país para reprimir e infundirle miedo y terror a la sociedad civil.
“¿Qué estás haciendo ahí?” nos recuerda la brutalidad policial norteamericana contra el afrodescendiente George Floyd: “No puedo respirar”. Y el mensaje de fondo es: “Quédate en casa si no quieres lo mismo: plomo”.
Es la práctica del terror de Estado (ver: La nación soñada) para inmovilizar a la sociedad civil inconforme se recurre al pánico y al horror. La idea concreta es mantener a raya a los marchantes que protestan contra el mal gobierno, hasta diezmarlos poco a poco, ya sea por cansancio o por el espanto.
¿Cómo explicamos la táctica del aparato represivo del Estado, que camufla a sus agentes de vándalos —existen videos que lo prueban—, enciende la mecha (es decir, le prende un fósforo a las emociones colectivas de los protestantes) y enseguida la reprime con la máquina de muerte del Esmad y el resto de las fuerzas del desorden institucional?
Es una estrategia de saboteo y desprestigio del movimiento del paro.
Hasta el día de hoy se han contabilizado más de cuarenta ciudadanos muertos por las balas de la policía, igual desaparecidos, torturados y las intolerables violaciones y abusos sexuales contra las mujeres. Todavía no hemos podido olvidar las imágenes de Alison, la niña payanesa que forcejando para salvar su vida le gritaba a los del Goes: “Yo no estoy haciendo nada”. Pero fue tanta la brutalidad sexual contra ella que terminó suicidándose.
El nuestro es un Estado violador de los derechos humanos consagrados en la constitución política del 91, como también en los pactos y en las convenciones internacionales de derechos humanos. Es tan arbitrario que se cree con licencia para matar como el agente OO7, James Bond. Los ejemplos cunden en la nación del Sagrado corazón: las masacres paramilitares, la desaparición física de un partido político: La U.P., sin excluir el magnicidio de varios candidatos a la presidencia de la república, también las 6.042 ejecuciones extrajudiciales dadas a conocer por la JEP este año, el asesinato de líderes sociales y de derechos humanos. Es un sinfín de un Estado macabro.
Es inaceptable e injustificable desde todo punto de vista la persistencia de un Estado salvaje que ha considerado a los civiles enemigos de los malos gobiernos si protestan. Un Estado que se ha negado a representar los intereses civilistas y democráticos de la sociedad civil, porque sus intereses de clase están por encima de los demás derechos. En fin, un Estado incapaz de reformarse democráticamente para el bienestar de toda la sociedad.
“¿Qué estás haciendo ahí?” no es una expresión amiga, es una amenaza, una frase que contiene todo el peso del poder de quienes son capaces de robarle la vida al otro. Y tiene todo el respaldo de la bota militar, de la salvaje arremetida del crimen de Estado.
Y “yo no estoy haciendo nada” es la expresión de la impotencia, de la fragilidad humana, y sale del alma, del alma que se siente amenazada por las fauces del monstruo de las mil cabezas, verdes, aparatosas, violentas, violadoras de los cuerpos cautivos por un poder que creíamos invisible, aunque él nos esperaba para arrancarnos la vida de un tajo.