Tiene 34 años, pero parece de 24. Barbilampiño, caribonito, judío, abiertamente homosexual. Acaba de ser nombrado primer ministro de Francia, y por estas latitudes nadie se entera. Gabriel Attal llega a esa posición navegando por las aguas del privilegio. Dicen de él que toda su vida ha transcurrido en dos barrios elegantes y vecinos de París, su escuela, su universidad, su entrada a la alta burocracia. Se inició en política como miembro del Partido Socialista Francés, la izquierda exquisita, pero luego apoyó al partido La República en Marcha, que llevó Emanuel Macron a la presidencia. Su ascenso ha sido fulgurante. En 2018 fue nombrado secretario de Estado en el Ministerio de Educación, en 2022 fue nombrado ministro delegado de las Cuentas Públicas, en 2023 fue nombrado Ministro de Educación Nacional y Juventud, y el 9 de enero de 2024, fue nombrado primer ministro en reemplazo de Élisabeth Borne, de 63 años, que parece su abuelita. En cada uno de esos cargos ha sido la persona más joven en ocuparlos en toda la historia la V República Francesa que tiene ya 66 años.
Esa V República comenzó en 1958, luego de la terminación de la II Guerra Mundial cuando Francia no solo había sido ocupada por los alemanes sino dividida entre la zona ocupada y la Francia de Vichy, colaboracionista con el invasor, lo cual dejó huellas políticas profundas. Durante cuatro años los alemanes se pasearon por París, incluyendo a Adolfo Hitler. Charles De Gaulle entendió que el régimen parlamentario anterior a la guerra había muerto y propuso una nueva Constitución con un régimen semipresidencialista que fue aprobada en un referéndum. La nueva constitución acababa con la elección indirecta del presidente de la República, elegido antes conjuntamente por el Senado y la Asamblea Nacional, que había producido una sucesión de gobiernos débiles, a cambio de la elección directa del presidente por voto popular, (reforma que se aprobó en 1962) con enormes poderes y un período de siete años que luego se redujo a cinco, en el año 2000, con derecho a una reelección.
El presidente traza las políticas interior y exterior, y nombra al primer ministro y su gabinete, los cuales son responsables ante la Asamblea Nacional. Es decir, una coalición parlamentaria puede tumbar a un primer ministro. De todo ha sucedido. En 1986 François Mitterrand, socialista, tiene que cohabitar con un primer ministro de derecha Jacques Chirac, para mantenerse en el poder. Y en 1977 Jacques Chirac tiene que cohabitar con el socialista Lionel Jospin.
Es entregarle a un muchacho sin mayor experiencia política ni mayor identidad ideológica pero con enormes dotes de comunicador y conciliador, el éxito de lo que resta del quinquenio
Toda esta explicación para decir que el nombramiento Gabriel Attal, el niño terrible (l´enfant terrible) de la política francesa, como primer ministro para manejar una Asamblea Nacional donde el Gobierno, a diferencia de su primer mandato, no tiene mayorías absolutas y ha tenido que sacar sus más importantes reformas por decreto, acudiendo a los mecanismos excepcionales de la Constitución, es una apuesta enorme. Es entregarle a un muchacho sin mayor experiencia política ni mayor identidad ideológica (distinta de la que le dicte el gobierno) pero con enormes dotes de comunicador y conciliador, el éxito de lo que resta del quinquenio. Si le va bien, los analistas ven en él la reencarnación de Macron, que fue elegido presidente a los 40 años, el más joven de la V República, y su sucesor. Si le va mal, es un error de juventud, siempre perdonable.
Nadie se interesa en Colombia por la política francesa, que mucho se parece a la nuestra. Nuestro mundo político, desbarajustado por la inexistencia de partidos organizados y la multiplicación de partidos sin mayor representación en el Congreso, ha sido incapaz de construir una coalición mayoritaria que le permita al gobierno sacar adelante sus reformas.
La fórmula para lograrlo en Colombia esta cantada en el audaz y riesgoso nombramiento de Gabriel Attal como primer ministro de Francia: una persona con carisma, con la capacidad de conciliar las actuales diferencias, de armar una coalición viable, identificada con el Gobierno, comprometida con sus ideas de cambio. Si le va bien, abre el camino para la sucesión del Pacto Histórico en el poder, hoy muy enredada, y puede ser su sucesor. En Colombia ese papel le corresponde al ministro del Interior y el principal trabajo del gobierno debería ser encontrarla.