Thomas Buergenthal (1934 - 2023) murió el lunes 29 de mayo en Estados Unidos. Nacido en Lubochna, antigua Checoslovaquia, hoy Eslovaquia; a los cinco años forzado junto a sus padres, al igual que miles de judíos, por la Guardia de Hlinka —un partido fascista eslovaco apoyado por la Alemania nazi—, a abandonar su tierra, a concentrarse en Katowice, Polonia, y luego en el gueto de Kielce tras la invasión hitleriana a Checoslovaquia.
Con nueve años, separado de su madre, fue conducido a Auschwitz, en agosto de 1944, donde muere su padre. Es trasladado al campo de concentración de Sachsenhausen y obligado a incorporarse a la Marcha de la Muerte de 1945.
Si un maestro quisiera explicarles a sus alumnos el concepto de resiliencia, no podrá encontrar mejor ejemplo que el de este «niño afortunado», según él se autodefinía, sobreviviente «por suerte», o mejor, por la combinación de factores que le permitieron a Tommy seguir con vida.
Narra este fundador de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que presidió entre 1979 hasta 1991; este juez estadounidense de la Corte Internacional de Justicia (CIJ), el principal órgano judicial de las Naciones Unidas con sede en La Haya; el también miembro de la Comisión de la Verdad de la ONU para El Salvador y del Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas y fundador del Instituto Interamericano de Derechos Humanos (IIDH), porqué tituló su testimonio Un niño afortunado. De prisionero en Auschwitz a juez de la Corte Internacional (Plataforma Editorial, 2007).
«En el gueto de Kielce estuve junto a mis padres, quienes no solo me protegieron sino que me inculcaron nociones fundamentales de supervivencia. Luego, en mi período inicial en Auschwitz y después de haber sido separado de mi madre, tuve la suerte de que mi padre y yo siguiéramos juntos. Eso le permitió continuar cuidándome e instruirme sobre modos de evitar acabar en las cámaras de gas».
Buergenthal admite que «fue fruto de una buena fortuna no haber sido sometido al mortífero proceso de selección que solía hacerse al llegar». Algo parecido a lo vivido por otro ilustre sobreviviente del Holocausto, el reconocido psicólogo Viktor Frankl, fundador de la logoterapia, quien merced una distracción del oficial de las SS que lo clasificó logró evadir la muerte en Auschwitz.
Seis décadas después de esos hechos, en sus reflexiones sobre la supervivencia en los campos nazis, Buergenthal decía que «en muchos sentidos exhibía las mismas características que he observado en los «niños de la calle» de América Latina, quienes diariamente se enfrentan a incontables peligros y privaciones».
El sobreviviente del Holocausto llegado a EEUU en 1951 tras reencontrarse con su también madre sobreviviente; titulado en Harvard, especializado en derecho internacional y derechos humanos, afirma que «los niños, incluso los más pequeños, aprenden astucias o trucos callejeros cuando las circunstancias se lo exigen, y los aprenden muy rápido cuando sus vidas dependen de ello».
«También fue una suerte que la mía fuese una inmersión gradual en el infierno (al escribir estas líneas estoy consciente de que mi uso de la palabra «suerte» aquí resulta muy extraña, pero la verdad es que eso es lo que fue en su contexto). Supongo que también ayudó el que yo hablase fluidamente y sin acento discernible el alemán y el polaco, y que mi aspecto no fuese evidentemente judío».
Resiliencia. A Buergenthal le preguntaban si por momentos padeció el llamado síndrome del superviviente que se traduce en un sentimiento de culpa por haber sobrevivido a circunstancias que significaron la muerte para millones de personas, incluso de familiares directos. Síndrome que en algún caso genera graves problemas psicológicos. El también profesor en varias universidades durante 39 años, entre ellas la Facultad de Derecho en la Universidad George Washington responde: «He acabado viendo el hecho de sobrevivir o no sobrevivir como un juego de azar. ¿De qué otro modo explicar el hecho de que no cogiese la difteria a pesar de dormir en la misma litera que el amigo mío que contrajo esa enfermedad tan contagiosa?».
La resiliencia, tiene que ver con lo que la neurociencia denomina las neuronas espejo, que se activan con solo ver o sentir lo que le pasa al semejante. El médico y biólogo italiano Giacomo Rizzolatti (1937) descubrió que las neuronas espejo se activan cuando realizamos una acción determinada en primera persona como cuando vemos que otras personas lo hacen. «Esta capacidad neuronal que poseemos abre un mundo de maravillosas posibilidades en la resiliencia, es decir, en capacidad que tenemos de superar tragedias o acontecimiento fuertemente traumáticos, a través del contacto con un entorno positivo que nos motive imitar», sostiene la psicoterapeuta venezolana Viola Edward.
Buergenthal encontró en el derecho humanitario la superación del deseo de venganza.
Buergenthal no fue un superhombre. Era incapaz de ver películas sobre el Holocausto o de leer libros sobre el tema. Su resiliencia tuvo esas y otras imposibilidades. No obstante, si su madre era incapaz de escribir sobre la tragedia bajo el nazismo, él no. «A diferencia de ella, yo siento que el pasado mío realmente no afectó a mi futuro», escribe en su testimonio de 293 páginas publicado en diez idiomas. Y no niega que el conflicto de los Balcanes (1990-2001); su entrevista a la única sobreviviente de la masacre de El Mozote, en El Salvador (1981), o cuando investigó la muerte varios sacerdotes jesuitas ocurrida en ese país en 1989, traían a su mente los horrores padecidos durante su niñez.
Aquella experiencia en los campos nazis tuvo mucho que ver con el devenir de la vida profesional de Tommy «así como mi actitud general hacia la vida. A diferencia de casi todos mis compañeros de estudios en la facultad de derecho, nunca me interesó la práctica tradicional de la abogacía». En su lugar se inclinó por el derecho internacional y el derecho internacional de los derechos humanos. Su obra escrita se encuentra, en los libros La protección internacional de los derechos humanos (1973); La protección de los derechos humanos en las Américas (1995); Manual sobre derechos humanos internacionales (2007), además de otros trabajos. Este sobreviviente no sucumbió ante el odio ni la desesperanza, sin embargo, siempre mantuvo el número B-2930 tatuado en su brazo: «No me quiero borrar el número. Nunca quise. Es parte de mi vida, es mi identidad».
Buergenthal creía, quizá de un modo ingenuo, que fortalecer esas áreas del derecho evitarían a generaciones futuras las terribles tragedias humanas que la Alemania nazi infligió al mundo. Asume que después de Camboya, Ruanda, Dafur y muchas horripilantes violaciones a los derechos humanos que se han producido, sus expectativas han quedado en gran medida sin cumplirse.
«El hecho de que en las últimas décadas haya sido testigos del fin del apartheid en Sudáfrica, de la desaparición de la Unión Soviética y del derrocamiento de muchos regímenes opresivos sobre todo en América Latina — escribe en 2007— me ha servido de antídoto contra el cinismo».
El cinismo para Buergenthal es un «feroz enemigo del progreso en el terreno de los derechos humanos. Sencillamente no podemos permitirnos claudicar en el intento de construir un mundo basado en el derecho y la justicia, no importa cuánto tiempo nos pueda tomar».