El mes de octubre ha resultado aciago para el neoliberalismo en América Latina. Para sorpresa, ante todo de sus ideólogos, sus agentes políticos y mediáticos y sus beneficiarios directos, las megasempresas nacionales y sobre todo multinacionales. Todos ellos convencidos de que el derrocamiento de Dilma Roussef, las victorias electorales de Iván Duque y Mauricio Macri y la traición de Lenin Moreno al partido y al programa político por el que fue elegido aseguraban el fin del ciclo de gobiernos progresistas en nuestro continente y su retorno feliz y por fin incontestable al poder. Estaban tan convencidos de lo decisivo de su victoria que a Moreno no le tembló el pulso a la hora de poner en marcha un paquete de medidas económicas de cuño neoliberal probablemente convencido, como lo estaban sus asesores económicos, que las mismas traerían sufrimiento ahora pero prosperidad ilimitada después. Pero, como bien sabemos, el pueblo hizo otra lectura de esas medidas, las consideró un grave atentado contra sus intereses vitales y se lanzó a las calles y a las carreteras del país para impedir su consumación. Con las poderosas organizaciones de los pueblos originarios a la cabeza. La primera reacción de Moreno demostró que tiene memoria, porque recordando la historia de otros presidentes derrocados por la presión popular abandonó Quito precipitadamente y se refugió en Guayaquil. Sus asesores seguramente le dijeron lo mismo que Berta Puga le dijo a Mariano Ospina el 9 de abril, cuando las masas populares insurrectas asediaban el palacio presidencial: “Más vale un presidente muerto que uno fugitivo”. Y Moreno regresó a Quito, dando órdenes terminantes al Ejército y a la Policía de reprimir a sangre y fuego a los insurgentes. 9 muertos, decenas de heridos y centenares de muertos no bastaron sin embargo para disuadir a los manifestantes ni poner fin a la virtual parálisis de la economía nacional. Así que se vio forzado a dar marcha atrás y a suspender el paquete de medidas económicas que con tan alegremente decidió aplicar. Ahora confía en conseguir, a base de maña y de marullas, una segunda oportunidad para aplicarlas. Lo veo difícil. Las organizaciones indias están alertas y lo suficientemente experimentadas como para salirle al paso a todo intento de imponer de nuevo la plenitud del modelo neoliberal.
La impresionante movilización en las calles de Santiago de Chile,
demuestra no solo el hartazgo de los chilenos con un modelo que los arruina,
sino su decisión de convocar una asamblea nacional constituyente
En Chile, ese Chile del que llevan décadas presumiendo los neoliberales, el detonante de la explosión popular fue, como en el Ecuador, una subida de tarifas, en este caso del tiquete del Metro de Santiago. Pero solo fue un detonante, porque rápidamente y al mismo ritmo que se expandía, la movilización popular puso en cuestión el modelo de privatización de todos los servicios y las empresas públicas, de bajos salarios y de generalización del trabajo precario. La impresionante movilización que la semana pasada reunió a más de un millón de personas en las calles de Santiago de Chile, demuestra no solo el hartazgo de los chilenos con un modelo que los arruina y expolia inmisericordemente sus recursos naturales sino su decisión de convocar una asamblea nacional constituyente que cambie la Constitución que les dejó como una herencia envenenada el general Pinochet.
Y como si faltara algún acontecimiento para demostrar la fortaleza del rechazo popular al neoliberalismo se produjo el domingo pasado en la Argentina la victoria electoral de la fórmula presidencial Alberto Fernández- Cristina Fernández de Kirchner. Una victoria anunciada desde las primarias celebradas semanas atrás pero que anteayer se consumó de manera contundente. Una victoria que la explican no solo la audacia y la destreza políticas de Cristina sino el enojo del pueblo argentino con los resultados catastróficos del gobierno de Macri que resumió en su discurso Axel Kicillof, elegido gobernador de la provincia de Buenos Aires en esa misma jornada electoral, en estos términos: “El panorama que tenemos después del gobierno de Macri y Vidal es de tierra arrasada. Después de cuatro años del mismo tenemos un retroceso de casi el 10 % de la actividad económica”. Y apuntilló: “Estamos delante del fracaso del programa económico neoliberal, delante del fracaso de un forma de gobernar”. Pues sí.