El negocio del Festival Vallenato

El negocio del Festival Vallenato

Entrar a la premiación de Rey Vallenato cuesta $384.000, ir a escuchar a los viejos juglares $80.000 y si quiere que su hija salga en el baile tradicional de ‘Las piloneras’ debe pagar $250.000 

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mayo 05, 2015
El negocio del Festival Vallenato

El viernes festivo aterricé en Valledupar. Se abrió la puerta del avión y el vaho del medio día me recibió con las notas de un acordeón en la capital del Cesar. La caja, la guacharaca y ese fuelle nostálgico, como lo llamaba Gabo, me dieron la bienvenida, en el borde de la pista, al Festival Vallenato. Unas modelos bailarinas nos uniformaron con sombreros vueltiaos de papel mientras animaban a calentar motores con una copas aguardienteras que nos colgaron como collar.

En el almuerzo rodaron bandejas de cerdo guisado, bollo limpio, bloquesitos de queso blanco, yuca cocida…un banquete exquisito y generoso a puertas abiertas en que iban rotando los recién llegados y los enguayabados de la parranda de Beto Barros. Una fiesta donde, como en todas las que se organizan en las casas y los clubes sociales de la ciudad durante los cuatro días de Festival, rodaron bandejas de fritos, se vaciaron botellas de Old Parr y tocaron, uno tras otro por más de 12 horas, los conjuntos vallenatos.

El martes había sido el desfile de ‘las Piloneritas’, niñas y niños aficionados a los que sus papás entrenan todo el año para que ese día salgan a mover sus faldas y sombreros durante tres horas por la avenida principal. 250 mil pesos les cuesta el cupo de inscripción al desfile. Al otro día fue el de ‘las Piloneras mayores’. El pilón es una danza que nació con el movimiento de caderas de Lola Bolaño, pero Consuelo Araujo Noguera ‘La Cacica’, lo popularizó. Con los cuarenta grados que calentaron ese día al pueblo vallenato, la gente salió por más de seis horas a ver bailar a más de 600 parejas.

En los andenes de la avenida Novena -que van desde el barrio Novalito donde tienen casa el actual gobernador Luis Alberto Mosalvo y su mamá Cielo Gnecco, la familia Mattos, el ganadero Miguel Villazón, el contralor Edgardo Maya Villazón, entre otros políticos y empresarios-, hasta el Parque de la Leyenda Consuelo Araujo, las indígenas wayúu extendieron sobre sabanas blancas sus mochilas, sombreros y mantas que habían traído desde las rancherías en la Alta Guajira para venderle a los turistas. Entre ochenta y cien mil pesos se conseguían estos bolsos coloridos tejidos a mano.

Pero después del desfile, allí en esas calles, no se vivió más la guerra del volumen entre equipos de sonidos, ni los corrillos desordenados de gente eufórica que dan vida a los verdaderos carnavales. Todos estaban reunidos en los sitios autorizados por la Fundación Festival de la Leyenda Vallenata, la empresa organizadora creada hace treinta años, en cabeza ahora de Rodolfo Molina Araujo, hijo de ‘La Cacica’, fundadora del Festival Vallenato.

Para quienes no tienen recursos para acceder a los escenarios privados está la Plaza Alfonso López donde se realizan las eliminatorias para elegir al rey vallenato. Hace cincuenta años ese era el escenario principal de las parrandas, las eliminatorias y la coronación. La entrada era libre, la gente sacaba las sillas de sus casas, se sentaban a escuchar vallenatos debajo de los amplios arboles de mango y tomaban whisky durante cuatro horas hasta elegir a los mejores cantantes y acordeoneros de la región a punto de aplausos. Las cosas ya no son lo mismo. El Festival se convirtió en un negocio: la entrada al Tsunami Vallenato, que es el concierto popular, cuesta diez mil pesos, una cerveza vale cuatro mil pesos, y un jurado donde no faltan las intrigas es el encargado de elegir al rey en un concierto privado donde la boleta empieza en 80 mil pesos.

En 1968 se coronó a Alejandro Durán como el primer rey vallenato. En la Plaza Alfonso López, rodeada de las casas tradiciones del viejo Valledupar, la gente celebró por primera vez el Festival Vallenato con Alfonso López Michelsen como primer gobernador del Cesar. Consuelo Araújo Molina se ofició como gestora cultural y organizadora de la mano de Rafael Escalona, Andrés Becerra, Poncho Cotes y el pintor Jaime Molina quienes recorrían el departamento en un jeep Willys componiendo, parrandiando y animando a la participación en el recién nacido festival.

El 2 de mayo de 1992 debajo de la tarima Francisco El Hombre, Gabriel García Márquez cantó vallenatos acompañado del acordeón del Rey Vallenato, Julián Rojas. Juan Gossain y Enrique Santos lo acompañan en la foto /regióncaribe.org - El negocio del Festival Vallenato

El 2 de mayo de 1992 debajo de la tarima Francisco El Hombre, Gabriel García Márquez cantó vallenatos acompañado del acordeón del Rey Vallenato, Julián Rojas. Juan Gossain y Enrique Santos lo acompañan en la foto /regióncaribe.org

Hasta 2001, Araujo Noguera manejó el Festival y en la tarima Francisco, ‘El Hombre’ de la Plaza Alfonso López, Gabriel García Márquez, los periodistas Juan Gossaín y Enrique Santos Calderón coronaron a Álvaro López, el rey vallenato de 1992. Con la trágica muerte de La Cacica en un fallido rescate cuando estaba secuestrada por las Farc, el propósito y sentido del festival cambió. No permaneció más de dos años en la Plaza Alfonso López y luego se trasladó al Parque de La Leyenda, un complejo cultural con tarima giratoria al que hoy acceden más cachacos que vallenatos raizales. El terreno de 28 hectáreas donde está localizado el parque, fue hasta 2004 propiedad de la gobernación pero le fue cedido a la familia Araujo Molina por el en ese entonces gobernador Hernando Molina, también hijo de La Cacica. Para muchos en Valledupar esta fue una movida poco transparente razón por la cual el abogado Evelio Daza interpuso una demanda para que el terreno regrese a manos de la gobernación. El poder vallenato en Bogotá se ha hecho sentir y aún así este litigio legal duerme en un gaveta desde hace cuatro años.

Aparecieron también los cantantes internacionales como Gilberto Santarosa y luego los reguetoneros Don Omar, Daddy Yankee y Pitbull, pero también Ana Gabriel, Ricardo Arjona y Enrique Iglesias. Este año las estrellas fueron Marc Anthony y Juan Luis Guerra, pero el concierto estelar fue el del sábado con el puertorriqueño y el ídolo vallenato Silvestre Dangond, antecedido por la final en la categoría infantil y juvenil. Las mejores boletas eran de $384.000 y fueron ocupadas, como todos los años, por una buena representación de políticos nacionales y la élite local que aprovecha para hacer relaciones publicas en las parrandas privadas y en el gran concierto durante los cuatro días que dura el festival.

El whisky Old Parr se consume a rodos, a 280 mil pesos la botella; los sánduches Subway, cuyo precio corriente es de $ 7.000, allí se ofrecen a $15.000 y una botella de agua cuesta $8.000. El animador presentaba al Ministerio de Cultura y a la empresa Tigo como los grandes patrocinadores del concierto. El público, con una buena representación de Bogotá, Medellín y Barranquilla poco entusiasmo mostró, una frialdad que el propio Marc Anthony notó, al punto que al despedirse afirmó: “Tranquilos que ya me voy”.

Asistir a la totalidad de los eventos, con hospedaje y alimentación, puede costarle a una pareja 10 millones de pesos. Los altos precios desplazaron a los vallenatos que disfrutaban hasta en las esquinas del acordeón, y lo más grave, es que poco a poco el reguetón ha ido desplazando la música autóctona que llenan los bares y fiestas. La Fundación del Festival controla hasta el movimiento de una hoja y todo aquello que está en la órbita de los cuatro días de actividades paga un porcentaje. Finalmente, una fiesta con grandes raíces populares se convirtió en un negocio que poco disfrutan quienes aportan la música: los compositores y acordeoneros vallenatos, muchos de los cuales viven en los pueblos y las veredas del Cesar.

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