Ordenados en fila india, los ceros de la cifra del “negocio del año” no le caben a uno en la cabeza, aunque sea cabezón. (Aunque tenga un tomate por nariz, por bebedor).
AB InBev compró a su competidor SABMiller por 107.700 millones de dólares la semana pasada. Después de varias intentonas en la mitad de la cancha, transmitidas todas las mañanas de muchos días por la radio, se dieron las cosas. Pufff, soltamos aliviados los espectadores el aire que conteníamos: la jugada terminó en gol y el James del empresariado quedó con el seis por ciento del nuevo monstruo cervecero (una de cada tres espumosas que se consuman en el mundo saldrá de una de sus cuatrocientas marcas) y un puesto en la junta directiva. ¡Qué maldita dicha, hip!
Con un compatriota en las grandes ligas se les hace la boca agua a muchos informadores aunque al país en nada lo beneficie el asunto —ni al susodicho el pasaporte colombiano—, como no sea para presumir de joven y apuesto millonario en las veladas de sociedad y sus posteriores registros fotográficos.
Y es que el “negocio del año” llegó como prueba reina de la pura y dura realidad: cada vez son menos los que tienen más. Porque entre las muchísimas locuras que padece este planeta, la de la plata (el dinero, el “vil” billete) es tal vez la más vergonzosa y lacerante porque determina la calidad del diván (la aldea global, el mapamundi) en el que se recuestan siete mil millones de personas desde que nacen hasta que mueren.
Las cifras hablan por sí solas, solo que estamos demasiado ocupados consiguiendo plata —por ambición o necesidad— para ponerles rostro a esos millones de personas que, por no tener dinero ni manera de conseguirlo, se vuelven transparentes para los poderosos del globo y aun para los semejantes del montón que apenas sí tienen tiempo de pagar la osadía de estar vivos. (Son mayoría los que caminan al filo del diván).
Este año —los anteriores también, pero este en particular— ha sido pródigo en noticias de esas que nos cuestionan, bueno, que nos deberían cuestionar como sociedad, como humanidad.
¿Estamos ingresando a la categoría –si la hubiera- de mundos fallidos?
Por primera vez los denominados ultrarricos
(34 millones con capitales superiores a mil millones de dólares)
poseen el 45 por ciento de la riqueza global
Según los resultados del “Informe sobre Riqueza Global 2015”, publicado hace pocas semanas por Credit Suisse, una de las principales instituciones financieras de Europa, la respuesta es: SÍ. El uno por ciento de la población mundial tiene casi tanto patrimonio como el 99 por ciento restante. Por primera vez los denominados ultrarricos (34 millones de personas con capitales superiores a mil millones de dólares) poseen el 45 por ciento de la riqueza global. Un récord que por sí solo no estaría ni bueno ni malo —ojalá en todos los bolsillos hubiera plata—, si la brecha que los separa de los ultrapobres no fuera cada vez más ancha, más profunda. Es ahí, en el abismo que marca el término “ultra” —un agujero negro que succiona oportunidades—, donde está la nuez del asunto.
Del estudio se desprende que nunca antes el mundo había movido tanto dinero y había sido tan inequitativo como lo es hoy. Y eso sí que es una vergüenza.
Algo anda mal en la mente universal, cuando la base de la pirámide -en la que llevan del bulto los que no llegan al final del mes y, peor, al final del día- se engorda y la cresta de la misma se enflaquece.
Algo anda mal, cuando la alimentación de los nueve mil millones de habitantes que habrá en la Tierra en el 2050 –para entonces la producción deberá aumentar en un sesenta por ciento- depende de media docena de empresas que dominan el mercado agroalimentario y cuyo poder omnímodo puede decidir no sólo qué se come sino cómo y dónde se cultiva y se procesa, y de qué manera se presenta en los supermercados.
Algo anda mal, cuando un tercio de los alimentos producidos para el consumo humano —1300 millones de toneladas-—se desperdician anualmente, según informe de la FAO. (Para que nos hagamos una idea, la producción neta de alimentos en el África Subsahariana es de 222 millones de toneladas, lo que quiere decir que con los desperdicios, estos países podrían alimentarse durante seis años).
Algo anda mal cuando el treinta por ciento de los que a punta de cerveza se emborracharán, quedarán debiendo el favor al nuevo imperio.
Algo anda mal. Muy mal. (Y eso que no me refiero a lo sucedido en París, en el Sinaí, en Kenya…, en cualquier lugar.)
ETCÉTERA 1: ¿Tiene sentido que la revista Forbes explote la “pornoriqueza” año tras año, con el cartel de los diez más adinerados del diván?
ETCÉTERA 2: Esta columna dejará de aparecer por algunas semanas. ¡Hasta el 2016!