Colombia mató hace años a la gallina de los huevos de oro. En lugar de recoger pacientemente uno a uno los huevos que encontraba en el gallinero, se empecinó, como reza la fábula, en cercenar de un tajo a la ponedora, para así extraer de una vez la riqueza. Mala decisión: se quedó sin la plumífera y se privó de la dicha de recoger con paciencia el oro producido.
Colombia, a raíz de los peajes, mató la gallina de oro del turismo por carretera. Ya casi nadie viaja por nuestros pueblos. Muy pocos son los que se esmeran en conocer los paisajes de nuestros campos y ciudades. Si bien es cierto que la Ruta del Sol nos obliga a no entrar a poblaciones intermedias (afectando con esto la economía local de pequeños municipios), también es cierto que el costo de los peajes es un verdadero atraco a mano armada en contra de quienes pretenden estimular el turismo en automóvil.
A estos peajes arbitrarios se suman el costo del combustible y, para colmo de males, las dichosas fotomultas. Y digo dichosas porque por más que usted sea un conductor responsable, ético y comprometido con su seguridad y la de sus familiares, los delincuentes electrónicos y digitales están camuflados esperando que usted deba disminuir la velocidad en tramos que le permiten 80 km/h, pero en menos de cien metros usted debe bajar a 30 o a 20. Y lógico, por más que usted se esfuerce, por más que su automóvil tenga las propiedades del batimóvil del héroe de las tiras cómicas, en ese instante la cámara registra su exceso de velocidad.
Y ríase, amigo, haga el ejercicio de viajar de Cartagena a Los Montes de María para que de regreso a casa lo esperen sendos comparendos provenientes de Turbaco y de Arjona. Si suma el valor de los comparendos (un millón de pesos) al costo de los peajes (en el hipotético caso de que usted viaje de Cartagena a Neiva), deberá pagar $146,200 por 14 peajes que lo esperan con ojos sonrientes y manos ávidas. Agregue a esa cifra la gasolina, sí, la gasolina, ese económico combustible que usted puede conseguir a precio de huevo en las vías de Colombia (?). En el mismo ejercicio de su ruta Cartagena-Neiva, el costo de su combustible por trayecto será de $200.000. ¿Se da cuenta? ¿Alcanza a intuirlo? Sume a esos costos la comida, el hotel, el cansancio, los riesgos que acarrea el viajar por "carreteras tan bien cuidadas y mantenidas".
Colombia ha matado la gallina de los huevos de oro. En lugar de mostrar sus fauces a conductores amantes del paisaje y de la naturaleza, debería estimular el tránsito por pequeños pueblos y veredas; en lugar de pretender enriquecerse con fotomultas arbitrarias y delincuenciales, debería fomentar el comercio y el derecho al trabajo de pequeños emprendedores; en lugar de "clavar" impuestos a camioneros y a transportadores debería abaratar los costos de la gasolina y de los peajes para que haya más flujo de efectivo en hoteles, hostales, restaurantes y comercios de poblaciones pobres y sin industria.
Como van las cosas, es muy probable que después de semejante inversión en la Ruta del sol, poca gente haga uso de ella. Llegará el día en que nadie transite por esas carreteras y todos prefieran subirse a un avión. Viajar en avión es rápido, seguro y algo económico. Pero en un avión el paisaje nunca será el mismo. Se privará usted del verde de los yarumos, del lenguaje del río, del rumor de la montaña, del batir de un pájaro. Se privará usted de la lentitud de su automóvil, del detenerse en un mirador, de comerse un tamal mientras el Magdalena desciende a toda prisa por la geografía nacional.
Mientras tanto, hagamos el esfuerzo de imaginar una novela distópica donde nadie transite por las carreteras; donde nadie visite pueblos y los habitantes de esos pueblos deban abandonar sus casas y sus parcelas; y donde el gobierno cree volverse rico a través de reformas tributarias y sobrecostos en peajes y fotomultas, mientras su población se encierra en casa y no tiene suficiente presupuesto para conocer el país que los vio nacer.
Colombia mató hace años a la gallina de los huevos de oro. Le torció el pescuezo.