Cuando tenía 20 años, Felipe Grimberg empezó a vender obras de arte. Su obsesión era llegar donde el pintor colombiano más cotizado en el mundo, Fernando Botero. Tocó a su puerta, le ofreció sus servicios, pero el maestro paisa era desconfiado.
Durante 15 años, Felipe Grimberg estuvo tratando de ganarse la confianza del maestro Fernando Botero hasta que lo consiguió, pues eso de vender obras por encargo, no le gustaba. Sin embargo, con el tiempo, Grimberg se convirtió en el hombre que más Boteros vendió en el mundo: 500 cuadros y contando…
Ganarse la confianza de Botero no fue fácil. Grimberg recuerda que lo tuvo que seguir por exposiciones por todo el mundo, siempre cortándole el paso. Su método fue la intensidad, para unos o perseverancia, para otros. Intensidad sin llegar a convertirse en un admirador alocado, en un inoportuno que apareciera en cualquier parte perturbando a un artista con el carácter duro que tenía el pintor y escultor antioqueño.
Entonces, llegó el momento en el que Botero lo puso a prueba. Estaba encartado con una escultura, una mujer que él consideraba que no le había quedado bien. Se la dio a Grimberg y este logró conseguir 100 mil dólares por la pieza. El artista quedó complacido. Con esto, quebró uno de sus principios: no vender a particulares y sólo a galerías.
Fernando Botero y su marchante de arte
Así, la figura de Felipe Grimberg se hizo inseparable de la del pintor hasta el punto de que lo conocen, desde comienzos de los años noventa, como el “Botero Man”. Se hizo su amigo. Lo acompañó en largas sesiones de fotografía en Pietrasanta y a retiros frente al Adriático.
Entre sus hazañas está la de vender un cuadro de Botero pintada en la década del setenta por tres millones de dólares y desde entonces, Grimberg ha visto cómo la obra del artista paisa se ha cotizado, pues a comienzos de los años ochenta, una de sus esculturas valía 30 mil dólares y hoy, sin problema, puede llegar a 500 mil dólares.
Grimberg es bogotano y vive en Miami desde hace 23 años. Estudió Administración Textil en Filadelfia. Su amistad y cercanía con el maestro Fernando Botero quedó plasmado en el libro: Selling Botero que él mismo le entregó en una de las últimas ocasiones que lo vio, cuando ya la enfermedad redujo los movimientos del pintor quien falleció el viernes de la semana pasada a los 91 años.
La muerte y el tiempo, ese juez implacable, les concederá más valor a las obras de Botero ya cotizadas en el mercado internacional. Grimberg lo dice sin tapujos: él se considera un dealer (vendedor) del arte. Por sus manos han pasado las creaciones más caras de cotizados artistas como Warhol, Claudio Bravo, Manolo Valdés o Basquiat y él ha tenido el talento para multiplicar sus precios.
Tal y como se lo dijo a la revista Semana, Felipe Grimberg está seguro de que, a pesar de lo recio de su enfermedad, el artista antioqueño pintó hasta los últimos momentos de su vida. En su libro, Grimberg retrató a Fernando Botero como un hombre escrupuloso, silencioso y amable con un pincel cerca como si fuera la extensión de sus dedos. No se sabe cuánto era la comisión que recibía el vendedor de arte, pero lo cierto es que es uno de los más exitosos y efectivos del mundo.
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