Cuando iniciamos el año 2020, lejos estábamos de avizorar la tragedia que se nos venía y las penurias por las que deberíamos pasar en el transcurrir del mismo. Una vez emitido el Decreto 457 del 23 de marzo que ordenó el primer aislamiento hasta el 13 de abril, las predicciones fueron de todo índole. Creo que la más atrevida nunca llegó a estar siquiera cerca de esta cruel realidad que ronda los 40.000 fallecidos y un desempleo del 14.7% con corte al mes de octubre (según el Dane).
Las previsiones tomadas por el gobierno para contener la pandemia y para salvar la economía han sido un rotundo fracaso, pues no consiguió ni lo uno, ni lo otro, ya que acudió a un modelo pantallero carente de sustento científico y económico que condujo al país al desastre que hoy nos ubica por encima de países como Perú, Chile, Ecuador, Paraguay, Uruguay, Bolivia, Venezuela, Guatemala, Honduras, y solo por debajo de Brasil, Argentina, México y EE. UU., cuyas poblaciones (a excepción de Argentina) triplican a la población colombiana. En esta parte del mundo ocupamos el deshonroso cuarto lugar de tan macabra lista.
Para desventura nuestra, el gobierno de Duque no tuvo en este campo un desempeño siquiera aceptable y menos en el tema de la violencia e inseguridad, que durante este periodo se agudizó en todo el territorio patrio: 80 masacres, que hasta el 11 de diciembre, según datos de El Espectador, dejaron 340 personas muertas. Además, se suma a este cifra el asesinato de 284 líderes sociales y 243 desmovilizados de las antiguas Farc, hasta el 5 de diciembre según Indepaz. Y qué decir de la inseguridad rampante en la mayoría de las ciudades de Colombia, en donde los ciudadanos inermes caen víctimas de los delincuentes ante la indiferencia estatal, que responde cada vez con un desorientado discurso, pero no con acciones reales para solucionar esta tragedia que a diario vivimos los colombianos.
El número de vidas perdidas nos ha pasado una factura muy alta; pero no solo lloran las familias de las víctimas del virus y de la violencia, también lo hacen los habitantes de San Andrés, Providencia, Antioquia y Chocó, en donde la naturaleza causó una gran tragedia por la ola invernal que desataron los huracanes Eta y Iota. Y, como si fuera poco, lloran los seguidores efusivos de la Selección Colombia, que también sufrió repetidas derrotas como hacía años no veíamos... y hasta los seguidores del ciclismo, deporte en el que habíamos colocado nuestras ilusiones por cuenta de Nairo, Egan, el Chavito, Rigo y Gaviria.
Este fatídico año ha impactado en los pobres de Colombia de una manera infame, si bien ya nuestras economías venían reventadas, ahora hay que sumarle el gasto en la compra de los insumos de bioseguridad que hemos tenido que utilizar para poder salir a trabajar y llevar a casa el sustento diario. Todo esto mientras los obreros rasos deben de estirar los $900.000 que reciben como salario para enfrentar estos gastos extras, teniendo que pasar de servir a la mesa solo dos comidas de las tres que tenían. Así las cosas, podemos decir con claridad que el año 2020 nos dejó un legado nefasto y nuestros gobernantes coadyuvaron con sus miopes políticas a ese resultado.