A fines del siglo XVIII, en Caracas, nació hoy hace 237 años el Libertador Simón Bolívar. El mundo se sacudía como consecuencia de la derrota británica por cuenta de los colonos norteamericanos, en una guerra que involucró las grandes potencias de la época. Esos hechos anunciaban profundas transformaciones a escala mundial, que se harían evidentes seis años después con el estallido de la revolución francesa.
Así que el niño Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios no sería nada distinto al producto refinado del entorno mundial que lo arrulló en su infancia. El porqué terminó encabezando la gesta de independencia que recordamos el pasado 20 de julio, seguramente responde a una afortunada combinación de factores sociales y familiares, fundidos en el crisol de una personalidad excepcional, cincelada por maestros como Simón Rodríguez y Andrés Bello.
Nadie podía imaginar ese niño mimado y tempranamente huérfano, ascendiendo a los Andes desde los llanos de Venezuela, al frente de un ejército de desharrapados camino a liberar cinco naciones. Ese Bolívar estudiante en Madrid, amante de la buena vida, que regresa años después felizmente casado a la hacienda que heredaría de sus padres, sería el mismo que una década después entraría triunfalmente a Caracas tras el asombroso paso de la Campaña Admirable.
América era entonces objeto de enorme atracción para Europa. Esta vez no por sus inmensos filones de oro o su exuberante naturaleza, sino porque si en el viejo continente habían madurado las ideas más avanzadas en los campos filosófico, jurídico y político, su materialización en realidades tangibles y sorprendentemente nuevas se producía del otro lado del Atlántico, con la Constitución de Filadelfia y las nacientes repúblicas que emergían del Caribe al río de La Plata.
En medio de debates acalorados no exentos del fanatismo que producía guerras civiles, los americanos estaban creando tres siglos después de su sometimiento, el nuevo mundo que los europeos habían estado imaginando desde cuando Juan I de Inglaterra aceptó firmar la Carta Magna de 1215. Aquí las constituciones políticas se hacían realidad en todos los países y se elegían los gobiernos en justas democráticas, mientras allá se reafirmaban las monarquías.
Por eso Simón Bolívar llegó a convertirse en una figura mítica. Y además eternamente polémica. Porque entre otras cosas se negó a tragarse entero el cuento del mundo feliz concebido por la cultura europea. Para el Libertador había que establecer distancias y poner los pies muy bien sobre el piso. Comprender nuestra realidad y crear instituciones acordes a ella. Éramos un continente de indios, de negros y mestizos, con propias realidades geográficas, sociales e históricas.
Si bien los principios filosóficos tenían gran relevancia, había que adecuarlos a nuestra naturaleza tropical. Nuestra constitución no podía ser fiel copia de la norteamericana, estábamos obligados a reconocer la herencia de nuestro pasado y ajustarnos a él. Qué difícil de aceptar resultó esa idea para los puristas liberales como Santander. Bolívar terminó tachado de godo, de dictador y tirano, contra él se fraguaron complots y atentados, hasta lograr desterrarlo humillado.
Tanto influjo ejerció la condena al Libertador, que 28 años después de su muerte el propio Carlos Marx se referiría a él en términos que aún hoy horrorizan. Bolívar y Ponte tituló el padre del comunismo el artículo que escribió para la New American Cyclopaedia, en el que no bajó a Bolívar de cobarde, brutal y miserable. Curiosamente sería el secretario general del Partido Comunista Colombiano, Gilberto Viera, el encargado de aclarar el gravísimo error de Carlos Marx.
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Doscientos treinta y siete años después de su nacimiento, Bolívar sigue siendo objeto de los más fuertes encuentros ideológicos y políticos
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Lo cierto es que doscientos treinta y siete años después de su nacimiento, Bolívar sigue siendo objeto de los más fuertes encuentros ideológicos y políticos. Jacobo Arenas se convirtió en un defensor a ultranza de la vida y la obra del Libertador, hasta el punto de lograr imprimir a las Farc un talante bolivariano. Los fundadores del M-19 que venían de las Farc, hicieron de Bolívar un símbolo de la independencia y la democracia. Incluso llegaron a rescatar su espada.
Y claro, en Venezuela sí que desataron a Simón Bolívar con el ascenso del coronel Chávez a la Presidencia de la República, que desde entonces se llamó Bolivariana. Precursor del antiimperialismo lo han denominado autores muy respetables de la historia latinoamericana. Simón Trinidad, el guerrillero de las Farc extraditado vilmente por Álvaro Uribe a EE. UU., tomó su nombre del Libertador. Hoy crece la campaña por su repatriación y libertad.
El pasado 20 de julio la réplica de la oposición al Presidente Duque estuvo a cargo de Aída Abella, la dirigente comunista y de la Unión Patriótica que el presidente despreció por vieja. Y la última compañera de Manuel Marulanda Vélez, Criselda Lobo, conocida en las Farc como Sandra Ramírez, fue elegida segunda vicepresidenta del Senado. Qué duda cabe, Bolívar sigue encabezando la creación del nuevo mundo en América Latina.