En el conjunto de mitos y leyendas pertenecientes a los antiguos griegos, si ustedes recuerdan, Narciso, que terminaría dando nombre a una patologías, era un joven que rechazaba a todas las doncellas porque estaba enamorado de sí mismo. Un día observándose en las aguas de una fuente, se acercó tanto a su propio rostro, quizá para besarse en la boca, que se ahogó. Aquí tienen a una ahogada, víctima también del amor a sí misma. Miren cómo se retoca el rostro sabiéndose observada por sus acólitos demócratas. Reina sobre todos ellos, pero a ninguno hace demasiado caso, embebida como está por la imagen que le devuelve el espejo, espejito, quién es la más bella de todas las mujeres. Tanto de su esposo, como de los Rockefeller, como de los extraterrestres y Marte hay abundante información en Internet. Pueden ustedes asomarse a esas aguas para hacerse una idea de los arquetipos en los que a esta señora le gustaba verse retratada. No están todos los que son, pero son todos los que están.
Nos cuenta la leyenda que en el lugar donde se ahogó Narciso creció una hermosa flor que olía muy bien. En las aguas donde se ahogó Hillary Clinton, en cambio, nació una rosa negra de la que todavía emana una fetidez insoportable, y que nos salió por un ojo de la cara a todos los latinoamericanos, en especial a nuestros amigos mexicanos. No hay dedos para contar los millones de dólares que se colaban por el sumidero de la corrupción en la campaña republicana, mientras ella se pintaba los labios bajo la mirada sumisa de sus monaguillos. ¡Con qué pasión se amó y los despreció! El narcisismo mata…