Ver el mundo a través de los ojos de los niños, siempre es un reto. No hay aprehensiones, al menos no tantas como en los adultos, y quizás sus miradas son más fiables, puesto que aún no han sido negociadas bajo el altar de las reglas sociales. Y en el cine no lo puede ser menos. En septiembre, la Biblioteca Virgilio Barco proyecta en el ciclo “El mundo real y fantástico de los niños”, cuatro películas que nos muestran esta otra realidad.
La primera cinta del ciclo,“El regreso” (2003), la admirada ópera prima de AndreyZvyagintsev, nos enseña un mundo íntimo donde dos hermanos deben convivir durante una semana con un padre que se marchó cuando eran pequeños y ahora retorna sin previo aviso. La sorpresa es mayúscula. La madre lo recibe como algo inevitable, pero sus hijos lo harán de diferente manera.
Una impecable fotografía, donde los paisajes desolados, las grandes superficies de agua, los silencios, los choques con el recién llegado, conforman el fundamentode este relato,que nos sacude, nos ilumina, arrincona nuestras expectativas, pero también nos confirma que, después de todo, la vida es eso, un juego de aciertos y errores, al que debe apostarse sin descanso.
¿Qué somos en realidad?
Iván, el menor, con sus doce años a cuestas, a quien el temor a las alturas y la dependencia de su madre lo han signado en su corta vida, lanza su grito de rebeldía anteel que ahora dice ser su padre, rol que se lo confirma una vieja fotografía, pero no el presente. A estedesconocido lo enfrenta con preguntas, con actitudes hostiles, con desencuentros. Le reprocha a su hermano Andrei, su afán por agradarle a este hombre autoritario que no tiene idea de quiénes son ellos, que sólo obedece a sus reglas, alguien al que no le deben nada.
Zvyagintsev nos lleva de la mano por el mundo interior de los protagonistas y luego nos suelta para que nosotros encontremos nuestro propio camino. A través de paisajes de agua, de la lluvia que busca lavar las culpas, de la desolada laguna que propicia el encuentro de los tres pero también su rompimiento, de las enseñanzas de supervivencia que transforman un paseo en un viaje hacia la madurez, el director ruso construye una hermosa e inquietante película que funge como un cadalso de un mundo que no ha sido creado a imagen y semejanza nuestra, como nos han hecho creer desde siempre.
No, el mundo es ancho y ajeno y debemos encontrar nuestro lugar.
El problema del padre es que no sabe serlo.Pese a que una añosa fotografía que encuentran sus hijos en el carroles demuestra quesiempre los tuvo presentes, no basta. No estuvo con ellos en su niñez, tampoco en su naciente adolescencia, y quiere remediarlo con la torpeza del que no sabe qué terreno pisa pero que tercamente se lanza a caminar, sin importar los escollos que encuentre,pues lo importante es llegar a la meta. Padre no se es, hay que aprender a serlo... ¿y los hijos? También tienen que hacer la tarea.
El último plano de la película no es sino el primero de la nuestra como espectadores, que comenzamos a mirarnos si quizás no somos un poco como ellos, que necesitamos terminar de recorrer el viejo sendero para entender a cabalidad nuestro presente. Como en su momento lo hiciera Tarkovski, son más las preguntas que nos deja el filme que las respuestas. Porque de eso se trata, de cada quien se mire a sí mismo y encuentre los propios reflejos. Con bellísimas imágenes, cada una dotada de su propio enigma, Zvyagintsev nos deja sembradas las inquietudes de la complejidad humana.
Andrei, el débil Andrei del comienzo, el que a toda costa quiere agradar a su padre, en el séptimo día, cuando todo ha sido creado como en el relato bíblico, coge las riendas de su vida al igual que la de su hermano para seguir su camino hacia la adultez. Iván, el altanero, ahora baja la cabeza y se duele de no haber tenido la oportunidad de acercarse a ese extraño, de meterse en su corazón, de encontrar la réplica a sus miedos y quizás el remedio que da la seguridad de un padre.
No volverán a ser los mismos. Para bien o para mal, este viaje también los llevó al interior de sí mismos… y sobrevivieron. Ahora resta aplicar lo aprendido.