Desde hace unos treinta años, China es uno de los motores de la economía mundial. Un punto porcentual de crecimiento en China genera un 0,3% de crecimiento en el resto del mundo, según el Fondo Monetario Internacional (FMI). Si este motor se para, el mundo entero se verá afectado.
China es un mercado clave para unos cuarenta países exportadores. Asia y África son las regiones más expuestas. Las exportaciones de Zambia a China, por ejemplo, representan casi el 20% del producto interior bruto (PIB) de este gran productor de cobre del sur de África. Desde principios de año, el valor de las exportaciones asiáticas y africanas a China ha caído un 14%. En Corea del Sur y Taiwán, el crecimiento se ha revisado recientemente a la baja debido a la debilidad de la recuperación en el Reino Medio.
Freno a las materias primas
China consume tres quintas partes del hierro producido en el mundo, la mitad del cobre, el zinc y el níquel y absorbe cantidades astronómicas de petróleo. Es el segundo consumidor después de Estados Unidos. Cuando la construcción se ralentiza, la necesidad de estas materias primas se diluye. Si las compras chinas disminuyen, dada la magnitud de las cantidades importadas, es obviamente un mal negocio para los países productores.
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También hay un efecto secundario positivo: la falta de apetito de China por las materias primas hará bajar los precios. Es una buena noticia para los países afectados por la inflación. A corto plazo, las dificultades de China influirán positivamente en la economía mundial. Será más difícil si Estados Unidos y la eurozona entran en recesión.
Caen los precios chinos
La caída más llamativa se ha producido en el precio de la carne de cerdo, uno de los productos alimenticios más consumidos en China, con un descenso interanual del 26%. Es el indicador más contundente de la deflación que recorre China. En julio, los precios cayeron un 0,3% y las compras se ralentizan. Esto es especialmente cierto en el caso de las grandes compras, como casas, electrodomésticos, coches y joyas. Las ventas de estos productos se han desplomado en el último año.
Ante un futuro incierto, los consumidores chinos aplazan sus compras, apostando por una nueva caída de los precios, lo que agrava la tendencia deflacionista. Las empresas extranjeras de los sectores afectados, como los artículos de lujo y el automóvil, sufren esta deflación progresiva. El turismo también se ve afectado. Los chinos atrapados en casa durante este interminable periodo de confinamiento están lejos de haber recuperado el gusto por viajar. Su regreso, esperado con impaciencia sobre todo por Tailandia, no se ha producido realmente.
¿Una crisis comparable a la de 2008?
La desaceleración de China está teniendo un impacto muy selectivo en determinados países y sectores, pero la posibilidad de una crisis mundial desencadenada por China parece poco probable. En 2008, la crisis que estalló en el mercado inmobiliario estadounidense se propagó a Europa a través de los mercados financieros. Pero los mercados financieros chinos no están muy bien conectados con el resto del mundo. Los riesgos de contagio son, por tanto, mucho más limitados. Es probable que la crisis que afecta a los promotores inmobiliarios chinos permanezca confinada al gigante asiático.