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Hoy, que deben ponerme la segunda dosis de la vacuna china para quedar por lo menos sicológicamente reforzado ya que no se garantiza inmunidad mayor al 65 %, el país se acerca locamente a los 70.000 muertos, las camas de UCI se agotan en casi todos los hospitales y clínicas del país y, lo que es peor, como todavía no se sabe a ciencia cierta ni de dónde vino ni para dónde va esta maldita peste, está comenzando a crecer el pánico y hay la sensación que esto se va a salir de madre.
Se han hecho muchos esfuerzos. Se ha tratado de vadear el rio con medidas absurdas o con determinaciones ambiguas. Algunas han servido, pero se han cometido muchos errores, tal vez demasiados. Se ha subyugado nuestra voluntad, especialmente la de los gobernantes, a los designios de las farmacéuticas que apenas están acabando de inventar las vacunas.
No fueron capaces (o no quisieron ni dejaron) encontrar un medicamento efectivo contra el covid-19 y, lo que pudo haber sido peor, impidieron a toda costa que las opciones de curación como el coctel de los médicos del Ancianato San Miguel de Cali se estandarizara o llegare a investigarse en su real o mítico poder curativo. Los respiradores de las UCI que hace un año eran la salvación y la esperanza, ahora se miran con recelo porque son más importantes los anticoagulantes. Las medidas higiénicas de limpiar superficies o de fumigar a las personas, ya se olvidaron. Cada vez se descubre más que son los llamados aerosoles los que propagan el contagio y si bien el barbijo o tapabocas protege bastante, es la escafandra de plástico trasparente la que impide que esos bichitos entren por los ojos, pero no la usan sino los chilenos.
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Impidieron que opciones de curación como el coctel de los médicos del Ancianato San Miguel de Cali se estandarizara o llegare a investigarse en su real o mítico poder curativo
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Ya no recomiendan evitar pasarse las manos por la cara ni restregar los ojos y hasta han mermado la campaña para estarse lavando las manos todo el día. Permiten en cambio los viajes en avión, olvidándose que es un lugar cerrado donde se concentran los tales aerosoles que no son extirpados por los filtros del aire acondicionado sino después que cierran la portezuela del avión y, como resulta imposible que la gente se monte rápido en la aeronave y ocupe los asientos para poder cerrar la portezuela y comenzar la limpieza de aire, casi que es una trampa mortal.
Ya las autoridades ambientales no pueden exigir la insonorización de los bares y restaurantes que dejan abrir. Más bien recomiendan que la parranda y la comida se haga en las terrazas al aire libre. Es el mundo patas arriba tratando de acomodarse para poder volver a ponerse en pie.