No sabía decidirme si escribir sobre la nociva actitud servil de la subalternidad histórica y el rastacuerismo, a propósito del caso de la placa del alcalde de Cartagena; o sobre el feminicidio, a propósito del lanzamiento del libro sobre el crimen de Rosa Elvira Cely de Fernando González.
Fue el horrendo asesinato de Yonicela Zúñiga Bolaños y mi cercanía con su familia, lo que me hizo decidirme sobre el feminicidio y aplazar el otro, no menos interesante tema, para otra oportunidad.
Entre nosotros no es muy conocido el término, neologismo del inglés feminicide, que se refiere al asesinato violento de mujeres por razón de su género; término acuñado por dos autoras norteamericanas en los 80.
Algunas de las horripilantes cifras de la OMS indican que el 35% de las mujeres del mundo ha sufrido algún tipo de violencia sexual, sea de su pareja o de terceros en algún momento de su vida. El 30% de las mujeres dicen haber sufrido alguna forma de violencia física o sexual de su pareja en la intimidad. El 38 % de los asesinatos de mujeres en el mundo son cometidos por sus parejas.
Esta violencia genera graves problemas de salud, física y mental. Se suele creer que los riesgos están en las clases más pobres por el bajo nivel educativo, por haber sufrido maltrato infantil, por la violencia intrafamiliar, el abuso del alcohol, así como la actitud subalterna de aceptar la violencia y la desigualdad de género.
Sin desconocer los factores de riesgo antes descritos, también sucede en las clases altas, aún se recuerda aquel horrendo crimen contra Jacqueline Caballero en Barranquilla, típico feminicidio y otros más recientes como los de Clarena Acosta y Sildana Maestre que conmocionó a Valledupar.
Si bien aterradores son los casos en nuestro medio, pero hay otros juzgados como peores en otras latitudes; en China el 54,5 % de la población es masculina porque al poder tener un solo hijo, culturalmente todos quieren que sea hombre, y muchas parejas recurren al aborto selectivo, al infanticidio y obviamente a la violencia contra la mujer, que allá vale mucho menos que acá.
El feminicidio es fenómeno tan generalizado, que de acuerdo con estadísticas del Centro de Ginebra, entre 113 y 200 millones de mujeres desaparecen de la población mundial por diversas causas tales como, aborto selectivo, infanticidio, desnutrición y carencia atención médica que se desvía hacia los niños hombres de la familia, por crímenes de honor, celebrados a los hombres por cierto, tales como el adulterio, cuando una mujer es violada; estas son algunas de las atrocidades que aún ocurren en la posmodernidad del siglo XIX.
Argentina, país que mostraba cifras muy bajas de muertes violentas hace pocos años, los feminicidios aumentaron a 295 en 2013, 14 % más que en 2012.
Pero en Colombia la situación es peor, durante el primer semestre de 2013, se registraron 514 feminicidios, 3,5 veces que los ocurridos en Argentina, más grave aun, si tenemos en cuenta que nuestra población es tan solo el 16,6 % más grande que la del país austral. Aunque cabe anotar que Humberto Mendieta periodista de Televista de Barranquilla y experto en el tema, señala que esta cifra contiene muchos homicidios de mujeres que no necesariamente son feminicidios.
Lejos estamos de épocas pretéritas cuando en Cartagena se duró treinta años hablando del confuso asesinato de la Cochi Peña y su amante paisa en la habitación 301 del Hotel Caribe; o en Barranquilla del feminicidio de Jacqueline Caballero, caso novelesco por decir lo menos.
Jamás olvidaré a la Mona Gómez, mujer humilde asesinada a golpes de varilla por su esposo borracho, o a Rosa Elvira por la sevicia del caso, pero casi todos no pasan de ser la triste crónica roja del día y otra estadística como ayer el de Yonicela.