Como en un viejo chiste, podemos preguntar ¿en qué se parecen un votante promedio inglés, uno colombiano y uno estadounidense? En que los tres se autosuicidan (como dijo Maduro). Votan por la opción más retrógrada (o menos progresista) del panorama político y lo hacen con cierta convicción y aún con más orgullo.
No se trata simplemente de una travesura de los ingleses que para hacer rabiar a sus vecinos del sur decidieron votar No; tampoco de los cristianos colombianos asustados por la “ideología de género”, ni solamente que los nativos estadounidenses de la “América profunda” desenfundaran el voto a favor del arrogante más rico del Oeste (o del rico más arrogante). El problema no es de 2016; es el error de siempre: el mundo es de derechas y, a veces, de la peor de las derechas.
Por ejemplo, los parlamentos holandés y el francés se llenan de xenófobos que, en sus campañas políticas, llaman a la expulsión de los extranjeros; el Partido Popular español sigue en el poder a pesar de las evidencias de corrupción en su contra; Le Pen y otros similares en Austria y Dinamarca ascienden en las encuestas europeas gracias a sus consignas nacionalistas; Fujimori fue reelegido en un Perú descuadernado a pesar de las pruebas en su contra de corrupción y violación sistemática de derechos humanos; las antes masas soviéticas (ahora rusas) apoyan a Vladimir Putin a pesar de su comportamiento mafioso; el italiano Berlusconi repitió una y otra vez, entre escándalos de todo tipo; George Bush hijo fue reelegido a pesar de conducir a su propio país a una nueva guerra, Ariel Sharón, el genocida de palestinos, no cayó en las encuestas en una sociedad sedienta de sangre; México… no hay palabras para definir la “democracia perfecta” (por no decir la dictadura perfecta).
Oriente Medio no es la excepción: asesinos de sus pueblos siguen teniendo apoyos populares: en Siria, un presidente criminal usa armas químicas contra su pueblo y un sector de la población lo sigue apoyando; el revanchismo de chiíes y de kurdos iraquíes supera el deseo de justicia y se mezclan en un gobierno que tiene de todo menos de demócrata; Gadafi era adorado por unas masas libias enajenadas (y por una izquierda igual de enajenada) que lo creían un iluminado; lo mismo se podría decir de Mugabe en Zimbawe, Ben-Ali en Túnez, Omar Al-Bashir en Sudán. En Egipto, la gente apoyó al golpista del Al-Sisi que masacró a miles de opositores en pleno centro de la capital; y el turco Erdogán desató una cacería de brujas posintentona de golpe, con el apoyo de las masas que salieron a la calle a “defender la democracia” gritando consignas propias del radicalismo islámico.
La modernidad sigue siendo una promesa incumplida
y, de esa manera,
la democracia es simplemente una trampa
En nuestra pequeña finca, Colombia, los apellidos Santos, Pastrana, Lleras, López, se repiten en el espectro político, un día en la presidencia de un partido de oposición y el día siguiente en el Ministerio del Trabajo; lo wayuu salen a votar, en las elecciones para gobernador de La Guajira, en carros numerados por quienes viven bien gracias a la muerte de sus hijos; y se niega sin ninguna vergüenza un genocidio político (el de la UP) sin que eso genere molestia alguna en la sociedad.
No, no es el brexit, el plebiscito colombiano ni el candidato Donald Trump el problema: es una especie que busca la peor de las opciones y se regodea en ellas. Con razón hubo un Hitler, un Stalin, un Napoleón. El mundo es de derechas, conservador, retrógrado, racista, sexista, islamófobo. Y Estados Unidos es solo un buen reflejo de lo que pasa en el mundo.
Tal vez la culpa es de nosotros, por imaginarnos un ser humano racional y decente, del tamaño de nuestros sueños y no ver la realidad. La modernidad sigue siendo una promesa incumplida y, de esa manera, la democracia es simplemente una trampa.
P. D. Clinton no es tampoco de izquierda porque enfrente a Trump, como no lo es Santos aunque hable de paz; que ellos sean la “esperanza” solo ratifica lo mal que estamos.
@DeCurreaLugo