A pesar de las conmociones que están viviendo los Estados Unidos y la incertidumbre que rodea a la presidencia de Donald Trump, a quien cada día que pasa le surgen nuevos problemas, la economía norteamericana muestra una energía, un brío y una fuerza casi nunca vistos en la historia de este país. Si bien la herencia del presidente Barack Obama, en términos del cuadro macroeconómico que presentaba al final de su gestión, era óptima para el nuevo inquilino republicano de la Casa Blanca, el buen curso de las cosas ha continuado y eso es un éxito notable. A veces no hacer nada es hacer mucho. Trump es una buena demostración de esa tesis, la inercia del pasado mueve la cama de la economía americana.
En el haber de Trump tenemos que destacar el crecimiento continuado de la economía durante varios semestres, la caída del desempleo hasta niveles casi desconocidos -menos del 4%- y unos niveles de renta en dólares que seguramente para el próximo año superen los 60.000 mil dólares per capita, multiplicando por cuatro a la renta de los países más desarrollados de América Latina, incluyendo al primero de la clase, Chile, en la lista. Por no hablar de otros aspectos, como el aumento en el número de turistas y la fortaleza, sin mácula de duda, de la moneda, norteamericana, el dólar, en los mercados internacionales. Nada hace pensar, dada la estabilidad de la industria norteamericana y de sus instituciones, así como la estabilidad de su sistema político, que el liderazgo de los Estados Unidos vaya a declinar en la escena internacional en los próximos años. Canadá, mientras tanto, seguirá gozando de una buena salud, social y política sin que se avecinen en su escenario próximo turbulencias dignas de destacar, pero nunca será el actor internacional de peso que son los Estados Unidos por razones demográficas, económicas y militares.
CONSTATADO ESTANCAMIENTO DE AMÉRICA LATINA
¿Y qué pasará con América Latina? América Latina, desde América Central hasta el Cono Sur, está estancada, atrapada por las ideologías más perniciosas e infuncionales y habiendo fracasado en todos sus intentos por forjar y trabar proyectos fructíferos para la integración regional. El panorama no puede ser más incierto y desolador. Honduras, El Salvador y Guatemala son tres de los países más violentos del mundo y viven en un estado de inseguridad permanente sin que se atisben señales de medidas para aplacar este flagelo. Nicaragua está al borde de la guerra civil y padece una de las peores satrapías de su historia, casi peor que la impuesta por los Somoza. Más al sur, Ecuador está casi en un crecimiento económico negativo, Venezuela parece querer convertirse en el enfermo crónico desahuciado ya por todos fuera y dentro del continente y Colombia sigue sin encontrar su camino, entre la inercia de un pasado que siempre acaba dominando el presente y una corrupción galopante. Corrupción, que por cierto, gangrena a todos en una región sin excepción.
Por no hablar de Argentina y Brasil, dos de los gigantes del continente pero con pies de barro. Sus monedas se han devaluado, su crecimiento económico está estancado y la confianza de los mercados en ambas economías ha caído en picado, por no hablar de los innumerables escándalos que suman a sus respectivas sociedades en el desconcierto y la angustia. Y la crónica tendencia de sus sistemas políticos a la inestabilidad debido a una clase política irresponsable, cleptocrática y megalómana. Perú está casi en las mismas. Presidentes detenidos, huidos o procesados, si es que no están en el punto de mira por algún turbio negocio efectuado durante su mandato, han llevado a este país a una enorme crisis de credibilidad y a su economía, como a otras de la región, le falta fuerza y ha perdido fuelle.
Tan sólo en el continente parecen gozar de buena salud económica y política Chile, Costa Rica, Panamá y Uruguay, países que constituyen por ahora el “pelotón” que lidera esta zona del mundo y menos amenazados por los nubarrones que empañan por ahora a la región. En definitiva, y para resumir, América Latina seguirá en términos generales en la periferia del liderazgo a nivel mundial y sin que se vislumbres grandes revoluciones en un continente que necesita un revulsivo, al tiempo que la brecha que separa a los ciudadanos del mundo desarrollado en términos de salud, servicios, posibilidades, educación, acceso a las tecnologías y cultura de los latinoamericanos se agrandará en este siglo. México es un caso aparte, y su cercanía con el líder mundial puede redundar positivamente en su economía si no se llega a una confrontación no atisbada por ahora entre ambas potencias. Pero, en general, en las Américas vamos, decididamente, a menos. Estamos estancados y falta liderazgo para salir de crisis; hay mucha retórica y poco pragmatismo a la hora de dar soluciones a los problemas.
SIN NOVEDADES EN AFRICA, CRECIENTE PROTAGONISMO DE ASIA
En lo que respecta a Africa, no hay grandes cambios en la región y tampoco se destacan avances. El continente sigue plagado de conflictos, guerras, epidemias e ingentes desafíos. Incluso Sudáfrica, antaño la joya de la corona, atraviesa ahora un periodo turbulento marcado por la recesión económico, el deterioro de la seguridad pública, la erosión de las instituciones nacidas del proceso de transición a merced de una corrupción trepidante y, sobre todo, por la falta de expectativas a todos los niveles. Nigeria sigue siendo una gran potencia económica, demográfica y política en la región pero con problemas de toda índole y con grandes bolsas de pobreza y subdesarrollo en su interior. Pese a su peso demográfico significativo, de algo de más de mil millones de habitantes, Africa no representa ni el 5% del PIB mundial, según asegura el Banco Mundial en un reciente estudio. Otro asunto preocupante es el SIDA, una pandemia que afecta a millones de personas -se habla de treinta millones de afectados- y que crece sin control a merced del caos reinante. Africa presenta un mal cuadro médico en general en todos los sentidos y no parece que sus líderes sean conscientes de su crisis. Su presencia en el liderazgo mundial será nula en este siglo.
El gran avance operado en la segunda mitad del siglo XX fue el ascenso de Asia a los primeros puestos en protagonismo económico, innovador y emprendedor, destacando entre sus grandes éxitos la emergencia de países como China, Corea del Sur, India, Indonesia, Japón, Singapur y Taiwan, sin restarle méritos a Vietnam y a otros del Asia Central. En total, del PIB mundial los países asiáticos ya superan el 30% del mismo y el camino ascendente parece ya imparable. Su protagonismo en los próximos años irá creciendo y los estándares de desarrollo, cohesión social y mejoras en la salud y en la educación son notorios. Se trata de una región en alza y con perspectivas muy halagüeñas en el corto y en el mediano plazo.
La apuesta de Asia por una educación de calidad, incluyente y que premia la meritocracia, siendo hoy un referente mundial, ha dado sus resultados y ha mostrado al mundo que sin educación y valores cívicos no hay desarrollo posible alguno. Un buen sistema educativo favorece la movilidad social, promueve la libre competencia de los mejor preparados y los más aptos y crea las condiciones para una sociedad más justa, libre y democrática. Asia es la demostración evidente que la educación es la clave para la modernización social, política y económica.
RUSIA Y EL MUNDO ÁRABE
Finalmente, están Rusia y el mundo árabe. Rusia cuenta en su haber con grandes materias primas, un poder de disuasión nuclear que lo elevan al papel de potencia mundial y un enorme territorio que le implica y comunica el país con vastos territorios y continentes, pero tiene grandes retos ante sí. En primer lugar, el demográfico, ya que muestra una acusada tendencia al envejecimiento en los últimos años y en cada censo realizado pierde población. Luego la moneda rusa, el rublo, ha caído vertiginosamente en los últimos años a raíz de las sanciones norteamericanas y europeas, el país produce poco o muy poco y se ha convertido en monoexportador de commodities. También Rusia sigue siendo muy dependiente de los precios de las materias primas en los mercados internaciones, produciendo las variaciones muchos desajustes, y tiene una estructura económica muy poco competitiva, corrompida y muy burocratizada debido al escaso impacto de las reformas llevadas a cabo en el modelo soviético heredado. Seguirá siendo un actor de peso en la escena internacional, pero seguramente sin acometer cambios y reformas -algo improbable con Vladimir Putin al frente- su estrella declinará, aunque es difícil hacer conjeturas acerca del mundo en la turbulenta era Trump. Sobre Rusia pondríamos una gran interrogante en el mapa.
En lo que respecta al mundo árabe, tampoco le esperan señales muy alentadoras, toda vez que el petróleo perderá peso en la economía internacional en los próximos años y porque sus interminables crisis, desde Irak hasta Libia pasando por Argelia, Líbano, Siria, Egipto y Yemen, debilitan su liderazgo en el mundo, impiden una mayor integración regional y la conformación de un verdadero bloque que aúne fuerzas para hacer frente a un planeta cada vez más globalizado y con mercados más integrados a escala mundial. Es decir, el destino incierto del mundo árabe probablemente se tornará en más incierto y volátil en el corto y largo plazo. Sin hacer reformas estructurales, buscar la integración regional y modernizar sus decimonónicos sistemas políticos y económicos, probablemente el mundo árabe seguirá en la periferia del centro de decisiones a nivel mundial.