'El mundial de las vende humo': la falsa comparación de machistas y misóginos

'El mundial de las vende humo': la falsa comparación de machistas y misóginos

"No soportan la idea de que las mujeres expulsen sangre, tengan pijamas con manchas de vaca y utilicen pantys grandes. Las quieren amenstruantes, con baby dolls y tangas"

Por: Laura Nataly Bello López
junio 01, 2020
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'El mundial de las vende humo': la falsa comparación de machistas y misóginos
Foto: PxFuel

El mundial de las vende humo es el nombre de cabecera en redes sociales —o por lo menos lo era hasta el pasado 29 de mayo— de un perfil en el que se colgaban dos fotos de la misma persona, de la misma mujer. La intención era compararla, ver que “en la realidad” no tiene el culo ni las tetas que parecía tener en las fotos que ella sube a Instagram en shorts, crop tops y falditas. Entonces las muchísimas imágenes tenían dos cuadros: uno, la chica con una sudadera vieja, sin maquillaje, despeinada y barriendo; y dos, la misma chica, posando, maquillada, labios gruesos, ojos grandes, un collarcito pequeño y una blusa que deja ver la división del pecho. El perfil caleño que anunciaba el versus decía: “Chicas, así como a ustedes no les gusta ver pipis que no han pedido ver, yo tampoco he pedido ver esas tetas inmundas de buche triste, ni me gusta verlas. Me ofende ese contenido”.

La indignación no es un mero sentimiento, ¡dejémonos de bobadas!, es una postura política y es incómoda para el verdugo, además es peligrosa porque lo deslegitima, lo expone y deja en evidencia la acción violenta que, lejos de avergonzarlo, lo alienta. Por eso es que estos perfiles tiene rápidamente cientos de seguidores, likes y comentarios: porque la gente aplaude estas comparaciones desde su horrenda honestidad. “Ah, entonces que no suba fotos de lo que no tiene”, “quién la manda a subir eso”, “ese es el riesgo de las redes sociales”, “si no quiere que la miren entonces tápese las tetas”, “hay fotos de mujeres que son bonitas y no tienen la necesidad de mostrar nada”, etcétera.

Mientras escribo esto es imposible no llenarse de ira. Sí, de ira, ¿y qué? Tampoco es una simple emoción, gracias a ella es posible movilizar el pensamiento y referirse al espectáculo al que se expone a las mujeres.

Es verdad que al interior de las redes sociales hay elementos de reconocimiento, creación de un apariencia alternativa, falsa comunicación y un sin número de otros. Es un asunto fundamental —no solo para examinar el porqué de las fotos que suben las mujeres—, lo que está en juego es la predominancia de los valores de esta época, en los que por supuesto los criterios de “la mujer que gusta” no escapan y se aparecen como un fantasma en todos los escenarios de la sociedad. A todas las mujeres. Sin embargo, no es precisamente este asunto el único causante de indignación. Y si la indignación, como ya se dijo, tiene que ver con lo político, la eliminación de un orden que deje de mercantilizar y objetivizar a las mujeres como pedazos de culos y tetas al servicio de los machos, apuesta por desbancar lo más próximo, la actividad cotidiana, las relaciones personales propias, el uso de las redes sociales, por cierto, cuna de los lugares comunes al machismo y la misoginia.

Por esto recuerdo una ocasión en la que un pelado de la universidad nos contó a una amiga y a mí que tenía un grupo de WhatssApp con otros —otros hombres, por si hay dudas—. Allí, alguna vez habían compartido la foto de mi amiga comiendo arroz de una olla. Sí, comiendo arroz de una olla. Ellos habían descargado la foto de Facebook, la compartieron en dicho grupo y la comentaron. ¿Qué dijeron? No sabemos, pero ese día fue claro que se estaba refiriendo a lo ridícula y poco usual que era verla a ella —mona, flaca, buen culo— en “semejantes escenarios”, es decir, comiendo arroz de una olla.

¿Por qué la publicación de El mundial de las vende humo es equivalente a cualquier otra forma de falsa comparación entre dos escenarios de una misma mujer? Las personas, y sobre todo, los hombres machistas, no soportan la idea de que cada mes las mujeres expulsen sangre, coágulos y fibras de sangre que vienen del útero; que tengan pijamas con manchas de vacas; y que utilicen los pantys más grandes y simples —por cierto, más cómodos—. Las quieren amenstruantes, con baby dolls y tangas. De esta manera, tampoco soportan ver una foto que no sea la del culo y las tetas, ni de una mujer comiendo arroz de una olla. “¡Qué poco femenina!”. La comparación es falsa porque es que no hay otra, no es que una “venda” y menos que “venda humo”, o sea, que “venda” lo que no existe.

No solo es un ejemplo vivo del machismo, porque según esta lógica las mujeres tenemos que determinarnos hacia sus despreciables antojos. Es ejemplo de la violencia que supone, por un lado, el ninguneo de nuestros cuerpos, de nuestras representaciones, de nosotras en un amplio espectro; y por otro, el deseo de eliminación de nuestra existencia, la eliminación de la faceta “ordinaria”, que no es ninguna otra, es la misma mujer. No conciben y en ningún caso podrían concebir una que no les huela a coco, ni se maquille, ni barra por ahí despeinada, ni que esté en sudadera vieja, ni que coma arroz en una olla. Al mismo tiempo que sus deseos proyectan a la mamá subyugada, esto es, a “la mujer ideal”, la detestan y por eso la comparan —así de paradójico es el machismo—, pues la del culo y las tetas no puede ser otra que la del culo y las tetas.

Si una quisiera proponer su misma técnica en redes sociales, haría El mundial de los vende humo preguntándoles a los seguidores: ¿quién la tiene más chiquita? Claro, preguntándoles por la única neurona que les queda. Pero hay quienes no estamos dispuestas a competir por el puesto del verdugo, ni reproducir las mismas u otras técnicas de aniquilación. La indignación la utilizamos para pensar —no con la vagina, porque es improbable que una vagina piense, así como cuando dicen “actuó así porque piensa con el pene”— e indignarnos más con las prácticas del día a día y de la cotidianidad, apropiarnos políticamente y llevar estos y otros casos de machismo y misoginia a la instancia jurídica. La violencia de género en las redes sociales y en los grupillos de WhatsApp no es un chiste, ni algo sin importancia. Queda pendiente hablar del caso de otra chica que fue víctima de acoso por un grupo de WhatsApp en el que se encontraba un profesor universitario con sus estudiantes. Ella, en crop top, y uno de ellos: ¡Uf, yo me la como, qué rico!

El caso de aquella conversación con el compañero acerca de las maneras suyas y de sus amigos quedó inconclusa. Por ahí anda cada tanto expresando en redes sociales y en algunas clases su machismo y misoginia. La tarea es confrontar estas violencias, hablar y exponer la violencia a la que fue sometida, pese a la siniestra revictimización de la vergüenza.

Y si usted hace parte de un grupo de esos, usted no está en un grupo de “mala muerte”, está en un grupo de muerte.

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