No es la edad, es una necesidad imperiosa al interior de cada quien lo que conduce a unirse a este movimiento. Mi amigo Alfonso Fajardo me lo recordó al enviarme una presentación llamada “Elogio de la lentitud”*, pero lo más bello son las cortas y significativas palabras con las que nos motiva a abrir el video: “Con una sonrisa lenta y un despacioso abrazo y un chao sin final…”. Gracias Alfonso.
Con lentitud comienzo a eliminar los párrafos que había escrito —con rapidez— sobre la historia del slowfood. También borro los consejos que escribí para volvernos lentos. Retomo la alegría de escribir haciendo pausas, a mi ritmo. Al fin de cuentas “tengo bastante tiempo” antes de la fecha límite para entregar este escrito y que sea publicado.
Encuentro el Karoshi o muerte por exceso de trabajo en Japón, cuya víctima más famosa fue Kamei Shuji, agente de bolsa, superdotado, quien muere repentinamente a la edad de veintiséis años. En 1982 Larry Dossey acuña el témino “enfermedad del tiempo” para denominar la creencia inadecuada de —carencia de tiempo—. Otro paradigma inadecuado es creer que estar ocupado y ahorrar tiempo nos vuelve más productivos, cuando lo cierto es lo contrario.
“Tener tiempo” se ha vuelto esquivo, pero cuando se logra, el placer de hacer las cosas con lentitud es inigualable. Es una experiencia orgásmica, (Exaltación de la vitalidad de un órgano, según define la RAE). Adoptar el lento y meticuloso trabajo manual del artesano, puede ser un buen camino a recorrer en cualquier actividad humana, ya que humanizarnos es propuesta central del movimiento slow.
Recuerdo el asombro que se siente al ver imágenes en “cámara lenta”. La gota que cae al agua dibujando ondas en ella y volviendo a subir en partículas, queda grabada en la mente y no pierde su belleza después de muchos años.
La rapidez (en este caso del obturador de la cámara fotográfica) permite congelar el ala salpicando gotas por doquier mientras la mariamulata se baña en el agua de la piscina donde habito. La lentitud llega al quedarse contemplándolas (abrirlas en pantalla grande).
Conectar con los ritmos de la naturaleza y del cuerpo es tal vez el mayor beneficio del movimiento slow. Permitirse de nuevo el descanso, el ocio, la digestión, el tacto sexual y el silencio no tienen precio, no se pueden comprar. El campesino —que es campesino de verdad, verdad— vive este movimiento por naturaleza. También el costeño a quien pregunto sobre el tema y su cultura, mientras leía en la playa sobre la lentitud. Me dice —los del interior nos consideran perezosos—, concepto por demás alejado de la realidad.
Ejercicio SuperSlow, en el que se tarda veinte segundos en alzar y bajar una pesa, en comparación con los seis segundos convencionales, hace mayor beneficio al músculo y a la mente del deportista.
Cuando se requiere prisa, como en situaciones de vida o muerte, es necesaria la velocidad, ir contra el tiempo. Más que ello, es indispensable. Pero aún dentro de ella los médicos que hacen una pausa así sea de segundos, toman decisiones más acertadas.
Es el equilibrio, el balance, lo que se busca entre rapidez y lentitud. A cada quien pertenece. A tomarse tiempo para vivir de una manera más profunda, invita la era actual. Como experiencia personal: qué delicia pasar horas en silencio contemplativo, o escuchar la velocidad de la sonata Appasionata de Beethoven, seguida del Adagio de Albinoni.
“El virus de la prisa es una epidemia mundial, si lo has contraído trata de curarte”, concluye del video con que iniciamos esta columna. ¿Qué más que motivar a investigar y practicar puede hacer una columna de opinión?
Plauto, en el año 200 a.C. escribió:
¡Los dioses confundan al primer hombre que descubrió la manera de distinguir las horas, y confundan también a quien colocó un reloj de sol para cortar y destrozar tan horriblemente mis días en fragmentos pequeños… ni siquiera puedo sentarme a comer a menos que el sol se marche!
Carlos Toro
*Elogio de la lentitud, un movimiento mundial desafía el culto a la velocidad. Libro de Carl Honoré.
Logo del movimiento slow.