Son las 11 y algo de la mañana en el terminal de buses de Tequisquiapan, Estado de Querétaro, México. Estoy con Mariana Wheelock, presidenta de la asociación civil Soy Migrante, y su novio. Acabamos de bajar del bus que nos trajo de la capital. Es sábado y venimos a visitar la “Estancia del Migrante González y Martínez”, una pequeña organización humanitaria que brinda alimento y apoyo básico a los migrantes centroamericanos que pasan por este lugar rumbo a Estados Unidos. Bajo el sol del mes de enero, esperamos al vicepresidente, Martín Martínez, quien será nuestro anfitrión; la idea es estar aquí tres o cuatro días para recoger información y tratar de entender mejor la problemática de los trabajadores humanitarios y de los migrantes en esta parte de América.
El local de la organización humanitaria, ocupado desde hace quince años, está situado en las polvorientas afueras de Tequisquiapan, justo a escasos metros de las vías por donde pasa de “la bestia”. Ese es el nombre que se le da al tren que trasporta mercancías a lo largo de México y que los migrantes centroamericanos, arriesgando sus vidas, toman para acortar su travesía hacia Estados Unidos; en dicho éxodo, los migrantes son víctimas de toda clase de abusos, violaciones robos y asesinatos. Los victimarios son múltiples: la policía, las pandillas (conocidas como “maras”), la delincuencia común y hasta los comerciantes que, según Mariana, aumentan los precios de los alimentos que venden a los migrantes.
En ese bonito pueblo, por cuyo patio trasero pasa “la bestia”, vive Martín Martínez; tiene 55 años, esposa, tres hijas, un yerno hondureño (ex migrante que iba a EEUU pero finalmente se quedó en Tequisquiapan) y dos nietos. Martín llega sin retraso y de inmediato siento que es “buena onda” y que le gusta el humor negro e irónico. En su enorme camioneta, donada por un alemán, nos lleva a dar una vuelta por ese “Pueblo Mágico”, como llaman algunos pueblos coloniales en México. Luego, nos vamos al local y me cuenta que se fue de “mojado” (migrante ilegal) a Estados Unidos a principios de los años 80 y al volver, en 1985, comenzó a trabajar como laico en la iglesia de su pueblo; en aquel tiempo raramente se veían personas subidas en los trenes. Empero, las cosas cambiaron a partir de 1998, cuando los centroamericanos comenzaron a verse por centenares. Preocupado por la situación, Martín no dudó en aplicar el evangelio poniéndose al servicio de los desterrados que iban pasando camino al norte; él había vivido en carne propia el drama de la migración y sabía que cualquier ayuda era vital para “los muchachos”, como él los llama. En aquel tiempo, su esposa Carmen y él se iban a un pueblo vecino donde prestaban ayuda y repartían víveres; puesto que no tenían un local propio, se ubicaban bajo un árbol situado al lado de las vías y ahí esperaban la llegada de los trenes. Por esos días, el dinero con el que sostenían la causa provenía de las arcas de la familia; la pareja trabajaba (y trabaja) para sostenerse y para ayudar a los migrantes, pero cierto tiempo después la situación se tornó insostenible y tuvieron que pedir apoyo económico a la Iglesia, al Estado y a cuanta organización o persona se sensibilizara con su labor. Llevando a cabo esta actividad humanitaria conocieron al padre Mario, con quien yo tendría la oportunidad de hablar dos días después en su parroquia de su pueblo, Colón.
El padre Mario es uno de esos religiosos latinoamericanos modernos que siguen los preceptos de la Teología de la Liberación y que siempre han militado por causas justas; desde que inició su carrera religiosa ha estado comprometido con los más pobres. Para él, la teología de la liberación es pura práctica y día a día la aplica a su manera. Siendo muy joven, conoció la historia de monseñor Oscar Romero, (asesinado en 1980 por defender a los pobres El Salvador, razón por la cual pronto será beatificado) y desde entonces se sintió inspirado por su obra y manera de vivir la religión católica. Como muchos jóvenes sacerdotes, en sus inicios quiso ser revolucionario e innovador dentro de su institución pero rápidamente comprendió que no sería fácil cumplir ese objetivo por la vía tradicional; a pesar de los obstáculos, no renunció a sus ideales sino que se adaptó. Dado que su trabajo como sacerdote comprometido con los más necesitados no era del agrado de muchos en su Estado, en 1999 sufrió un atentado fraguado desde las instancias más altas del gobierno municipal de su pueblo, por lo cual tuvo que refugiarse en Estados Unidos; una vez en ese país, decidió hacerse pasar por indocumentado y trabajar en una fábrica con el fin de conocer de primera mano la situación que vivían sus hermanos migrantes. Corría el año 2001 y todo extranjero en Estados Unidos era sospechoso, más aún cuando se era moreno y se tenía barba; esa experiencia lo marcó y al volver a Querétaro, un par de años después, naturalmente siguió involucrado en la causa de los migrantes; fue así como conoció a Martín y, atraído por su tesón, juntos crearon la Asociación Civil Estancia del Migrante. Aunque son muy diferentes, Mario y Martín son dos trabajadores humanitarios que se entregan mancomunadamente inspirados por la misma visión del evangelio; como jerarca de la Iglesia de Colón, un pueblo del Estado de Querétaro, el padre Mario se ocupa, entre otras cosas, de recolectar fondos y de sensibilizar a la población sobre el tema de la migración; por su parte, Martín, sus amigos voluntarios y su familia, están encargados del local de la Estancia.
La teología de la liberación es, según Leonardo Boff, el intento de hacer el Evangelio, la doctrina cristiana, una fuerza buena de compromiso con la justicia y de liberación de los pobres y marginados. Esta nació en América Latina a finales de los años 60 del siglo pasado cuando la Iglesia Católica se dio cuenta de la grave crisis social de injusticia de marginación dentro de un desarrollo muy acelerado de las clases pudientes. Dicha corriente no fue bien vista por la jerarquía pues pedía cambios en la institución y en la sociedad y, según Boff, ese era el discurso del marxismo, el cual entraría al seno de la Iglesia si el Vaticano lo permitía. Por dicha razón, muchos religiosos se vieron obligados a dejar los hábitos; en plena “guerra fría” unos fueron asesinados, otros optaron por la lucha armada entrando en la clandestinidad y haciéndose “curas guerrilleros”, mientras que otros debieron renunciar a expresar públicamente a sus convicciones. No obstante, siguieron aplicando la doctrina en su quehacer diario al lado de la gente; algunos religiosos también se dedicaron al trabajo intelectual, como fue el caso de Leonardo Boff, hasta que Juan Pablo II lo excluyó de la Iglesia en los años 90.
Todos los días, Martín madruga a recoger víveres próximos a perecer que un gran supermercado le dona; a veces va a la ciudad de Querétaro a recoger donaciones que deja gente rica en sus iglesias. Entretanto, su familia se ocupa de la legumbrería y de la Estancia. Una mañana lo acompaño al supermercado y me doy cuenta de que la gente conoce y admira su labor; luego de recoger varios kilos de panes y tortas, regresamos a Tequisquiapan. Allí, el trabajo de Martín consiste en ocuparse de lo que surja; permanece atento a la llamada de cualquier donante que se manifieste y entre una cosa y la otra ejerce una actividad en la que es muy bueno: hacer “lobby” ante líderes económicos, políticos y sociales de todo tipo. Gracias a su activismo, regularmente es invitado a diversas formaciones y eventos académicos bajo los auspicios de universidades y centros de investigación del país.
Sobre el Estado mexicano y los medios de comunicación de su país, Martín sostiene que no cree en ellos, que no hay ningún interés en dar soluciones ni real visibilidad al problema de la migración y que no lo apoyan mucho. Apunta, además, que en algunas ocasiones hasta le ha tocado hacer las veces de médico y con el tiempo tuvo que aprender a recolocar huesos y a hacer curaciones. Dejó de acudir a los hospitales porque desde allí solían llamar a Migración para hacer detener a los muchachos. A pesar de todo lo que ha aprendido improvisando como médico, cuenta que una vez no pudo hacer nada por un joven salvadoreño de 17 años que no se agarró bien de la bestia y cayó sobre los rieles. Murió mutilado.
En la Estancia me cuentan que en enero hay poco flujo de migrantes ya que los centroamericanos deciden pasar las fiestas de navidad y de año nuevo en casa ya que por esos días se llenan de esperanzas para el año nuevo. No obstante, hacia el mes de mayo, al darse cuenta de que las cosas no van a cambiar en sus países, retoman su proyecto migratorio y se lanzan rumbo a norte. Martín cuenta, aún sorprendido, que el verano pasado hubo una crisis humanitaria de grandes proporciones ya que la Bestia estaba pasando repleta de gente; había decenas de niños, unos recién nacidos y otros viajando solos. Dado que el local de la asociación es demasiado estrecho, no les es posible acoger a los migrantes durante varios días, como lo hacen algunos albergues de los Estados del sur de la República.
Por su labor, Martín regularmente recibe amenazas y agresiones; así, en 2011 quemaron la legumbrería que le da el sustento a su familia y que permite sostener la Estancia; sobre el hecho, Martín dice que los autores fueron personas que están en contra de su labor humanitaria, muchos de ellos políticos corruptos y traficantes de personas que se aprovechan de la situación de los migrantes (como se ve, por ejemplo, en la película La vida precoz y breve de Sabrina Rivas); afirma que ya había recibido amenazas pero que hizo caso omiso pues no está dispuesto a dejar de ayudar a los migrantes. Poco a poco pudo volver a abrir su pequeño negocio, aunque dejó de dar su teléfono personal y de responder a números desconocidos ya que las amenazas no paran.
A pesar de que hoy se habla mucho de desplazados y de refugiados, desde que tengo uso de razón he oído hablar de gente que se va o que se tiene que ir de sus tierras, legal o ilegalmente; incluso yo mismo, por azares de la vida, un día me convertí en migrante. En Europa, centro de mundo y tierra de migraciones y de acogida a través de la Historia, he escuchado muchas historias sobre la migración en todo el planeta. Así, poco a poco he ido enterándome de relatos en torno a esa bestia que atraviesa México y que ha dejado miles de víctimas suramericanas y centroamericanas a su paso. Empero, ni siquiera en América conocemos bien este fenómeno ya que se cree que los mexicanos son los únicos que emprenden el camino a Estados Unidos y que el periplo de los “mojados” empieza en la frontera mexicano-estadounidense. Sin embargo, en el mundo poca gente sabe que Honduras, Guatemala y El Salvador están siendo carcomidos por la pobreza y la violencia que han dejado la corrupción de la clase política, el narcotráfico, las transnacionales, el desempleo y las guerras civiles financiadas por Estados Unidos en los años 80; todo eso hace que hoy dichos países tristemente estén dentro de los más violentos del mundo según la ONU y, por ende, sean esos pueblos centroamericanos los que más migran.
Así pues, como dice Alejandro Solalinde, otro padre activista, para los centroamericanos la primera frontera y la peor es la de México. En efecto, muchos de esos centroamericanos ni siquiera logran llegar a la frontera con Estados Unidos y, si lo consiguen, es gracias a los trabajadores humanitarios que no los dejan perecer en el camino.
Lamentablemente, buena parte del mundo no conoce esta situación ya que, como alega Noam Chomsky, las grandes corporaciones de la información no nos informan sobre las cosas que realmente importan y, cuando lo hacen, lo hacen de manera superficial o disfrazando la verdad. Por fortuna, existen medios independientes, cineastas y actores célebres como Gabriel García Bernal que, al producir películas y documentales sobre el tema (Sin nombre, La jaula de oro, Who is Dayani Cristal?), han conseguido darle visibilidad a la grave crisis de la migración en esta parte de América Latina. En este contexto de falta de información, es “normal” que desconozcamos la existencia de cientos de civiles que en México, uno de los países más católicos del mundo, desinteresadamente ayudan a los migrantes aplicando el evangelio de la manera más simple, directa y eficaz.
Llega el día martes, cuatro días después de mi arribo, y me tengo de despedir de Martín y de su familia. Me voy con muchas horas de grabaciones y muchas fotos. Les prometo que volveré, en cuanto pueda publicaré un texto el que cuente lo que vi y escuché durante estos días. Con este artículo cumplo pues la promesa que le hice a Martín y a Mario de dar a conocer su lucha en Colombia y, de paso, intento hacer un pequeño aporte a su labor y a la de todos los voluntarios implicados en su causa a lo largo de México, esperando poder ser de más utilidad en un futuro cercano.