Momentos estelares de la humanidad de Stefan Zweig es uno de los mejores libros que he leído. Zweig se aproxima, con narraciones lindísimas, a una de las preguntas más difíciles, ¿en qué momento cambia el curso de la historia? Se va desde Cicerón hasta Lenin revisando “momentos estelares” que describe así
Cada uno de estos momentos marca un rumbo durante décadas y siglos. Así como en la punta de un pararrayos se concentra la electricidad de toda la atmósfera, en estos instantes y en el más corto espacio, se acumula una enorme abundancia de acontecimientos. Lo que por lo general transcurre apaciblemente de modo sucesivo o sincrónico, se comprime en ese único instante que todo lo determina y todo lo decide. Un único “sí”, un único “no”, un “demasiado pronto” o un “demasiado tarde” hacen que ese momento sea irrevocable para cientos de generaciones, determinando la vida de un solo individuo, la de un pueblo entero e incluso de toda la humanidad. Tales momentos dramáticamente concentrados, tales momentos preñados de fatalidad, en los que una decisión destinada a persistir a lo largo de los tiempos se comprime en una única fecha, en una única hora y a menudo en un solo minuto, son raros tanto en la vida del individuo como en el curso de la Historia.
La idea de Zweig es la de un novelista. En los más acartonados departamentos de Economía y de Ciencia Política hay inmensas dificultades para definir el papel de los individuos en la historia. Quizás por el legado del marxismo, un análisis al nivel de las clases sociales y las macro-estructuras económicas, o bien por evitar la tendencia del periodismo de narrar la historia a través de los hechos de “grandes” personajes que parecen omnipotentes. Zweig, sin ninguna atadura académica, observa con agudeza a los individuos y lo que hacen. Es interesante. En los corredores, lejos de las presiones de los seminarios, muchos académicos reconocen que es difícil entender el cambio de la historia obviando el papel de los líderes, que no son políticos ni poderosos necesariamente. Por supuesto, qué difícil sería entender el fin del apartheid sin la participación de Mandela, la liberación de India sin Gandhi pero también qué difícil sería entender la Primavera Árabe sin la autoinmolación de un vendedor de frutas, Mohamed Bouazizi.
Es entonces durante el momento estelar que cambia la historia para Zweig. En otro gran libro, ¿Por qué fracasan los países?, Daron Acemoglu y James Robinson argumentan que es la calidad de las instituciones políticas la que determina la trayectoria económica que sigue un país. Explican, con rigor, que es muy difícil que esa trayectoria cambie, entre otras por la “ley de hierro de las oligarquías” que aduce las élites se reinventan y repiten su comportamiento. Dejan, sin embargo, el espacio para el cambio de trayectoria: éste ocurriría durante una “coyuntura crítica” que no es el objeto del argumento del libro y quedan en un segundo plano.
¿Qué tendrán que ver entonces los momentos estelares de Zweig con las coyunturas críticas de Acemoglu y Robinson? ¿Podría, por este camino, conciliarse la distancia entre la literatura y la economía política?
Hugo Chávez tuvo su momento estelar
el 4 de febrero de 1992
Sospecho que sí. Hugo Chávez, en cualquier caso, tuvo su momento estelar, el 4 de febrero de 1992. Sobre las cenizas del Caracazo, ese día Chávez fracasaba en un intento de golpe de estado. En el momento de llamar a la calma a sus -escasos- aliados, dijo: “Compañeros, lamentablemente, por ahora, los objetivos que nos planteamos no fueron logrados en la ciudad capital…”. Por ahora, por ahora, estaba todo por venir, ya lo sabía bien. Y lo advirtió, diría Zweig.
Veintisiete años después, el 23 de enero de 2019, en la misma ciudad capital, un gran desconocido empezó con un discurso que parecía, en primera instancia, el de un loco caraqueño. Dijo Guaidó, el desconocido: “Levantemos la mano derecha… ¡Hoy 23 de enero de 2019… en mi condición de presidente de la Asamblea Nacional… ante Dios, todo poderoso… Juro asumir formalmente del ejecutivo nacional como el presidente encargado de Venezuela! …”. Casi siempre, un acto de esos, termina con el orador en un manicomio. Guaidó, sin embargo, sorprendió: él se creyó su discurso.
Vino después el escenario internacional, bien coordinado, y resulta que después de ese momento donde un desconocido dijo una frase, el régimen de Maduro empezó a temblar, con fuerza.
Los chavistas, que son los mismos maduristas aunque esto les de más vergüenza, fueron rápidos para descalificar a Guaidó. Ficha del imperio. Marioneta. Títere. Inclusive, sus amigos, fueron cautos. Capriles, quien por siempre parecía el designado para derrotar a Chávez, parecía desorientado el primer día y demoró su apoyo.
Los días han pasado y Guaidó sigue en su papel. Ha conducido, con destreza, el camino. Varios de los que lo critican y se burlan, en Twitter, poco habrían resistido en su posición. Su honor, su vida y su familia están en juego.
¿Quién es Juan Guaidó?, es, todavía, la inevitable pregunta. Yo solo espero que sea aquél que tuvo su momento estelar hace unos días y que fue la gota final en la caída, pacífica, de la mayor ilusión perdida para la izquierda latinoamericana, el chavismo.
@afajardoa