El momento en que se volvió insoportable vivir

El momento en que se volvió insoportable vivir

El 40% de la población sufriría en algún momento un trastorno mental. El estrés insoportable, la ansiedad, la depresión y la rabia son cada vez más comunes

Por: David Navarro Mejía
septiembre 19, 2022
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El momento en que se volvió insoportable vivir
Foto: Canva

En la larga historia que le atribuimos a nuestras guerras o conflictos internos, la salud mental de los colombianos se puede decir que es en buena medida la caja negra de nuestra sociedad.

Cada tanto el país es testigo de episodios que rozan en la demencia: ciudadanos que se trenzan en riñas de vecinos con desenlaces fatales porque no saben controlar sus impulsos; ejércitos de adolescentes y jóvenes que se enrolan en bandas delincuenciales que se aprovechan no solo de sus situaciones económicas precarias, sino también de que no saben controlar sus conductas agresivas; ni qué decir del gesto desafiante de quienes se ocupan de extorsionar sin el más mínimo reato de piedad a todo aquel que en calles y lugares de comercio se ocupan en tratar de llevar el pan a sus hogares. Y, por supuesto, espacio aparte merecen los que han quedado rayados como secuela de su participación en los múltiples conflictos o guerras que ha padecido y padece Colombia.

Para el año 2003, según datos de la Encuesta Nacional en Salud Mental, se señaló que alrededor del 40% de la población colombiana sufriría en algún momento de su vida un trastorno mental. También se daba cuenta que el país estaba entre los primeros cinco lugares en el mundo en la ocurrencia de trastornos por control de impulsos (2°), por ansiedad y relacionados con el consumo de sustancias psicoactivas, o por problemas de conducta o de conducta desafiante (4°) y por trastorno de estado de ánimo (5°). Un panorama que no resultaba nada halagüeño. ¿Cómo ha evolucionado a nuestros días más cercanos? Pues tenemos unos datos que pueden dar cuenta de la situación.

En el año 2019, de cifras cuya fuente es MinSalud, las consultas por salud mental fueron 1.644.150, una cifra que en los dos años de pandemia, 2020 y 2021, pareció que se frenó un tanto, pero cuyo número en decremento no quiere decir que hayan amainado los trastornos mentales, pues en ese intervalo el sistema de salud se volcó hacía la atención de los enfermos del Covid-19, lo cual indica que su crecimiento pudo ocultarse y no que haya disminuido su presencia.

Los mismos datos de 2019 revelan que en el país hubo siete suicidios diarios, un trastorno que al parecer se ha disparado con la ocurrencia de la pandemia, pero que es posible se haya irradiado más en la pospandemia, junto a la depresión y la ansiedad.

Pero bien, el meollo de la cuestión es que la salud mental se percibe aún como un tema tabú en la sociedad colombiana. Si bien ya se ha disipado esa vergüenza que antes se sentía de confesar que se tenía una cita con el sicólogo, lo cierto es que todavía pende sobre quienes padecen trastornos mentales una suerte de exclusión y condena, pues se les percibe como débiles, o como faltos de verraquera.

En cualquier caso, lo cierto es que la salud mental de los colombianos también se ha deteriorado porque socialmente ha habido cierta tolerancia en aceptar sin más ciertas condiciones de dureza en los ambientes en los que nos desenvolvemos. Por ejemplo, como docente, soy testigo de que los espacios escolares y universitarios han sido permeados por ciertas prácticas que pasan por exigencias o responsabilidad que se exigen a los estudiantes, cuando en verdad no son más que conductas crueles, cínicas o, a veces, francamente violentas en la manera de asumir el acto de enseñar. Lo peor es que eso ha generado en buena proporción ambientes de aprendizaje para nuestros niños y jóvenes cargados de exigencias que muchas veces les superan. En otras palabras, la escuela viene reproduciendo una práctica que en el pasado reciente muchos adultos o padres de hoy les tocó asumir: madurar forzadamente.

Cosa similar sucede en los ambientes laborales. Con el cuento de exigir a muchos trabajadores de bajo, mediano o alto rango de que deben aprender a laborar bajo presión, se ha incubado una nueva conducta y es el de abusar de los trabajadores llevando a muchos de ellos a estados de estrés insoportables. Sería bueno saber, en este sentido, cuántas bajas por incapacidad laboral, reporta este trastorno mental, amén de si en verdad ello favorece la productividad de las empresas, o más bien eso ha creado ambientes poco favorables tanto para el crecimiento personal como para las propias empresas o entidades públicas.

En fin, que no es poca cosa la atención que en el momento presente debe ocupar a las autoridades de salud, pero también a todas las instituciones del ámbito educativo, empresarial o de los medios, para abordar los trastornos mentales de los colombianos bajo una nueva visión. Es evidente, por ejemplo, que el mismo diseño institucional de los espacios a los que nos referimos debería sufrir una transformación: escuelas, colegios y universidades están en mora de reorientar las áreas de orientación y bienestar que se ponen al servicio de los estudiantes, amén de que las jornadas de estudios que se amplían, o de las que se ocupan los estudiantes, deben hacerse en espacios más relajados y menos tensionantes, producto de cuanto nuevo saber o ampliación de currículos, se les ocurre tanto a autoridades nacionales, como a docentes individualmente considerados que, suponen, los estudiantes deben aprender de todo: una premisa francamente revaluada pero que en nuestro medio no se quiere abandonar. También aquí el papel de padres de familia puede ser clave en la contención de trastornos que pueden advertir si tienen más un sentido de la comunicación.

Algo similar es exigible a los medios que suelen ser cajas de resonancia de cuanto disparate se le ocurre a algunas figuras públicas que han hecho de sus chifladuras, una suerte de comedia para la galería. Y, por supuesto, en los ambientes laborales también es deseable ponerle frenos a tanto jefe tiranuelo abusador que le exige tanto a sus subalternos como así mismo, con la pequeña diferencia que los cargos y salarios que perciben tienen diferencias sustanciales.

Como se puede apreciar, la sociedad colombiana parece abocada a que se ocupe de lo que podemos llamar, haciendo un símil con la obra magistral de Dostoyevski, de sus Memorias del subsuelo. En cierto modo, también hay que decirlo, acudiendo a otro reconocido autor, Erich Fromm, necesita acudir a psicoanálisis. Colombia, a juzgar por las cifras de trastornos mentales que reporta, necesita ir a consultas y sentarse en el diván. Es una invitación que bien nos haría para superar muchas de nuestras miserias actuales.

Poco antes de la pandemia, nuestros chicos hacían bromas con ese otro trastorno mental en boga de los últimos años: la bipolaridad. Pues bien, la salud mental no es un chiste, pero si hemos de reírnos de nuestras chifladuras, que sea para sobrellevar mejor nuestras propias flaquezas, no por la falta de atención y persistencia de tabúes que hoy no favorecen el bienestar y el disfrute en nuestra sociedad. Ya se sabe, como nos lo ha recordado hoy la escritora Rosa Montero (2022), que muchos cargamos sobre sí varios yoes, o que estamos escindidos por naturaleza y, más aún, que cargamos fantasmas y demonios recurrentes.

Pero de lo que hablamos no es de la prisión de los que siempre piden cordura, sino de aquellos trastornos que en verdad nos pueden hacer perder la vida. La caja negra que a los colombianos hace poco no se nos había revelado, está empezando a mostrarnos información que necesita ser atendida con urgencia, empatía y gran determinación.

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