En el año 2002, el uribismo llegó al poder con cinco millones ochocientos mil votos, el 53 % del total, en la primera vuelta. En el año 2006, gracias a una reforma constitucional cuya oscura negociación llevó a varios ex congresistas a la cárcel (sin que, extrañamente, se haya juzgado a la contraparte), el uribismo continuó en el poder con siete millones cuatrocientos mil votos, el 62 % del total, de nuevo en la primera vuelta.
Era el clímax del embrujo autoritario: chuzadas y amenazas contra la oposición, los defensores de derechos humanos y los periodistas, falsos positivos, un proceso de paz con grupos paramilitares y narcotraficantes mientras estos seguían delinquiendo y cometiendo crímenes de lesa humanidad, el nacimiento de las bandas criminales, en fin.
En el año 2010, ante un bloqueo constitucional en última instancia del proyecto para una segunda reelección, el uribismo lanzó la candidatura de un exministro de Agricultura muy cuestionado, y, luego, se concretó en la candidatura de un exministro de Defensa sumamente aguerrido. Así, el uribismo continuó en el poder con seis millones ochocientos mil votos, el 49 % del total, en la primera vuelta, y con nueve millones de votos, el 69 % del total, en la segunda vuelta.
Ese exministro de Defensa, que en su momento le asestó los golpes más contundentes a las guerrillas, y le habló tremendamente duro al régimen chavista, lanzó un mensaje clarísimo antes de ganar en segunda vuelta: dijo que conformaría un “gobierno de unidad nacional”, la condición histórica reclamada por las Farc para entrar en un proceso de negociación. La guerrilla lo escuchó, y el gobierno de ese exministro de Defensa comenzó a hablar nuevamente de conflicto —más que de amenaza narcoterrorista—, tramitó proyectos de ley para reparar a las víctimas y restituir las tierras, reorientó las relaciones con los países vecinos hacia un marco de respeto mutuo, salió a la arena internacional a defender una reorientación en la lucha contra las drogas, y logró iniciar un complejo, pero profesionalmente estructurado, proceso de paz. Desafortunadamente, tuvo que gobernar como se tiene gobernar —por ahora— en Colombia: negociando el apoyo de las élites regionales a cambio de ingentes recursos públicos.
Hoy, el uribismo volvió a triunfar en primera vuelta; pero esta vez tan solo con tres millones setecientos mil votos (¡la mitad de los del 2006!), apenas el 29 % del total; y no es para nada claro que tenga asegurado su triunfo en la segunda vuelta. De las tres ocasiones en que ha habido segunda vuelta en Colombia, dos han visto el triunfo de quien obtuvo las mayoría de votos en la primera vuelta; recuerden que,en 1998, Serpa le ganó a Pastrana en la primera vuelta, antes de que se revirtiera la votación en la segunda vuelta.
Estos son los peores resultados electorales para el uribismo desde el año 2002, cuando llegó al poder.
En otras palabras, sí, estamos de acuerdo en que el panorama es triste y preocupante: vivimos —pero desde hace años— en un país en el que mucha gente pone sus intereses particulares y sus prejuicios, severamente desinformados y anclados en dogmas populistas, por encima de la razón pública (como ocurre, en mayor o menor medida, en casi cualquier otro país). Pero cada vez son menos quienes siguen embrujados. Antes era casi el 70 %, hoy es apenas algo más que el 29 %. (Por favor lean esto si sienten que estas cifras riñen con la percepción que tienen de la realidad.)
No quiero transmitir un optimismo ingenuo, quiero defender un optimismo pragmático.
Seguro: el momento es difícil y el panorama es complicado; Santos no tiene asegurada su reelección, y el peligro de que el uribismo recupere el poder ejecutivo, haciéndonos retroceder, no solo en el proceso de paz, sino en tantas otras cosas, es patente (¡imaginen, por ejemplo, la conveniencia que para el régimen de Maduro sería contar, otra vez, con un enemigo vociferante como vecino!). Ya tenemos mucho más que suficiente con 19 senadores de ultra derecha, muchos de los cuales esgrimen por Twitter las peores artimañas del discurso fascista de toda la vida, como José Obdulio Gaviria y María Fernanda Cabal. Seis y medio millones de víctimas son ya más que demasiado, y no podemos permitirnos la falsa estrategia de paz de Óscar Iván Zuluaga, que ha demostrado ante las cámaras ocultas estar dispuesto, como sus mentores, a conspirar contra la legitimidad y la seguridad del Estado para obtener el poder.
Pero quizás estamos en el mejor de los mundos posibles. Clara López y Aída Avella lograron captar nuestros corazones con seriedad, inteligencia y dignidad. El Partido Verde, liderado por la senadora electa Claudia López y un equipo de técnicos e intelectuales del calibre de Salomón Kalmanovitz, Jorge Giraldo, Jorge Restrepo, Daniel Castellanos, y muchos más —incluyendo excelentes equipos programáticos en las regiones— han construido propuestas renovadoras muy interesantes. Y Santos los necesita para ganar.
No es momento de decir, ¡ay!… tocó votar por Santos. No.
Es el momento de exigirle al presidente candidato, a cambio de nuestro apoyo y nuestros votos —verdes, de izquierda e independientes—, un acuerdo programático del más alto nivel, por la paz y contra la corrupción, la politiquería y la depredación económica del pueblo y del medio ambiente. Lo podemos lograr, y el país puede cambiar de rumbo.