El desaparecido escritor uruguayo, Eduardo Galeano, en un texto titulado “los Nadies” escribía: “Los nadies”: los hijos de nadie, los dueños de nada. Que no hablan idiomas, sino dialectos. Que no profesan religiones, sino supersticiones. Que no hacen arte, sino artesanía. Que no practican cultura, sino folklore. Que no son seres humanos, sino recursos humanos. Que no tienen cara, sino brazos. Que no tienen nombre, sino número. Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local. Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.
El anterior párrafo y este artículo que me dispongo a escribir no lo habría puesto de manifiesto si no hubiese sido gracias a una mujer que precisamente proviene de lo que Galeano elocuentemente mencionaba como “los nadies”, esos que poco o casi nada han sido escuchados. Esos que han sido excluidos vilmente de los derechos básicos. Esos que han sido vituperados y violentados por los regímenes de la muerte. Esos que solo han sido noticia cuando una desgracia de esas que ocurren frecuentemente en Colombia se apodera de su escasa y nula tranquilidad. Hago referencia a la lideresa social y ambiental Francia Márquez, mujer caucana, afro, madre cabeza de hogar, víctima del conflicto, del desplazamiento y de aquellas ignominias que solo conocen los que equivocadamente denominan como “minorías”, esos que para Galeano serían los “nadies”.
A mi juicio, Francia Márquez representa a la gran mayoría de colombianos, que no precisamente son “minorías”, esas que hoy claman un cambio. Esos que hoy representan la voz casi unánime de la desazón ante el gobierno del terror. Esos que solo conocen al Estado, como decía Márquez, cuando hay elecciones. Es el surgimiento y participación de Francia en la desgastante y desesperanzada política colombiana que me lleva a considerar este hecho como afortunado y como un bálsamo anhelado para un nuevo capítulo para el país.
Nunca había visto en el espectro político colombiano el surgimiento de una persona con las cualidades y luchas vividas en primera persona como las he experimentado en carne propia Francia. Nunca había visto una política ponernos de manifiesto tan arraigada, profunda y reflexivamente los problemas y dificultades históricas que ha vivido Colombia como lo ha hecho Francia. Nunca había visto llegar a una política con un discurso tan real y atenido a las necesidades que claman muchos hoy. Nunca había visto que una política les llegara tan esperanzadoramente a muchos colombianos que, en mi opinión, se han sentido identificados con las luchas de esta mujer.
Es por lo anterior que hoy me siento satisfecho más allá de si hay victorias políticas o no que por fin alguien de esos “nadies” pusiera en la opinión pública y en la agenda nacional aquellos temas que por años han sido olvidados de las prioridades en este país, y que gracias a esta mujer, las zanjas, brechas y caminos de la ignominia al menos se están discutiendo y poniendo a la orden día, así algunos fanáticos, sordos, ciegos y mudos que pululan en este desbarrancadero hagan todo lo posible e imposible para impedir que los discursos y las acciones del cambio triunfen.
Solo sé que llegó el momento de los “nadies”, esos que no han tenido voz, ni voto, ni vida y que hoy nos hacen recordar que llegó el momento de una Colombia, por fin, humana. Que vivan los “nadies”.