Cuesta escribir estas líneas. Porque conocimos a Chile cuando no había caído en las garras de Allende y su parafernalia comunista. Era un país como cualquiera otro de estos de América Latina, ni muy rico, ni muy pobre.
Pero llegó Allende, un comunista que venía perdiendo todas las elecciones desde tiempo atrás. Y esta vez tuvo la complicidad de Frei y sus muchachos de la Democracia Cristiana, que prefirieron la aventura comunista a un gobierno liberal. Y vino la catástrofe.
Para implantar el comunismo pleno, Allende se llevó varios meses para Santiago a Fidel Castro, de quien recibió las lecciones que le faltaba aprender. Con el resultado conocido: Allende arruinó a Chile.
No se trata de una licencia retórica, sino de una verdad dramática. En tres años del gobierno comunista de Allende, los chilenos no tenían que comer. Como ahora y como siempre, los mejores emprendieron el éxodo y quedaron los resentidos e idiotas comunistas que hicieron de Chile lo que conocimos con horror. Largas e interminables colas para comprar cualquier cosa, cualquier cosa servía, quiebra de las manufacturas, ruina del campo, miseria galopante. Y claro, lo que no falta, la corrupción desatada. El que quería comer necesitaba por amigo un sindicalista comunista que tenía en su barrio lo que faltaba en cualquier parte.
Quedaba por dominar el Ejército, que se mantenía organizado, impenetrable. Y quisieron los allendistas asesinar todo el mando militar con un bombazo estratégico, al que se anticiparon los militares.
El Gobierno de Pinochet impuso el orden y por esas casualidades de la Historia aparecieron los Chicago Boys, discípulos de Milton Friedman que impusieron el primer gobierno económico liberal de América y lograron el milagro que se quiere negar. Chile ha llegado al más alto nivel de desarrollo de ningún país de Latinoamérica, crecimiento sin parangón de todos los indicadores sociales y niveles de bienestar desconocidos en nuestro continente. En estos cincuenta años, de una nación postrada, sin recursos, sin comida, sin producción ni exportaciones, Chile es hoy el modelo de desarrollo para estos pueblos.
Para que no estorbara su sistema de producción, Chile tuvo que retirarse del Pacto Andino, que ninguna falta le hizo. Y logró sorprendentes avances en temas tan poco propicios para su naturaleza esquiva como el crecimiento forestal. Gracias al “Plan Bosque” un país sin bosques se convirtió en exportador de productos maderables y gana en frontera forestal lo que Colombia pierde, año por año. Su desarrollo industrial y tecnológico es sorprendente y será tanto el éxito de su economía, que no la pudieron destrozar los gobiernos socialistas que ha padecido.
Y para muestra, un botón. Puesto a prueba por la pandemia que azota al mundo, Chile se aproxima a los dos millones de vacunados, cuando Colombia, con tanta televisión y tanto escándalo, no tiene el primero. Y en este febrero, logrará, si acaso, algunos centenares de muestra, mientras Chile vacuna por mes centenares de miles.
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Algún experto descubrió que la ventaja de Chile sobre toda la región se debía a su “habilidad negociadora” y a su excelente estructura hospitalaria
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Examinado por algún experto, de esos que tanto abundan en épocas como ésta, descubrió que la ventaja de Chile sobre toda la región se debía a su “habilidad negociadora” y a su excelente estructura hospitalaria. Ninguna de tales cosas, bien se ve, regalo de la naturaleza. La diligencia y la capacidad para comprar vacunas, la “habilidad negociadora” habla claro de un gobierno eficiente, capaz, de altas ejecutorias. Y la infraestructura hospitalaria, a partir del desastre de Allende, es clara muestra de lo que en todos los frentes consiguen los gobiernos de economía liberal.
Si vacunáramos al ritmo de Chile, atendida una población que triplica la de aquel país austral, debiéramos andar por seis millones de vacunas aplicadas. Y no tenemos una sola. Bien se ve que el gobierno chileno ejecuta y no pregona, obra y no pontifica, va a las cosas y no se entretiene en los discursos.
Es posible que cuando estas líneas salgan a la luz, ya tengamos algunas muestras de vacunas, de las que hayamos logrado comprar entre tanta prevención sin acción. Queda por ver cómo se aplicarán, con cuál orden, con cuánto éxito. Esperamos que todo ande sobre ruedas, porque no se trata del prestigio del Gobierno, sino de la suerte del país. Si tuviéramos el ritmo chileno de vacunación, de cuántos encierros nos hubiéramos librado, cuántas vidas hubiéramos protegido y de cuánta pobreza adicional nos hubiéramos salvado.
Vengan estas reflexiones a propósito de lo que logra una buena política económica y un buen modelo de desarrollo. Para ir directo a las cosas, como recomendaba Ortega y Gasset y tanto menos a las alianzas, a la mermelada, a los centros de tantos idiotas matices. Y nos apoyamos, para esta crítica, en lo que hizo un país que hace cincuenta años no tenía que comer y hoy es modelo y guía para todos sus vecinos y para nosotros, por supuesto.