Las masculinidades son construcciones sociales que se relacionan con las nociones percibidas y compartidas tanto por hombres como por mujeres sobre cómo actúan los hombres y cómo se espera que se comporten para ser considerados hombres "reales" (OECD iLibrary). Comportamientos que en su gran mayoría forman parte de instituciones sociales (leyes formales e informales, normas sociales y prácticas asociadas), que pueden apoyar u obstaculizar el empoderamiento de las mujeres y que a menudo son muy rígidas, promoviendo expectativas inflexibles de lo que se supone significa el "deber de ser hombre".
Masculinidades que, como campo de estudio antropológico, constituyen un tema de extraordinario interés social, principalmente debido a la vigencia de las transformaciones de los roles de género y los desajustes que se producen dentro de los papeles sexuales tradicionales. Nuevas formas de "hacerse hombre" o de "hacerse mujer" que equivalen a un proceso de construcción social y que interactúan junto con otros elementos como la etnia, la clase, la sexualidad o la edad. Que en nuestra cultura, han tendido históricamente a preservar la experiencia exclusiva del poder al individuo masculino. Existiendo normas que promueven la devaluación de la contribución económica de las mujeres y apoyan la opinión de que el trabajo de los hombres es más importante y valioso, justificando su exclusión de los puestos de trabajo de alta decisión y defendiendo la opinión de que el liderazgo es una característica masculina.
Tendencia que, aunque los denominados estudios feministas o de género han contribuido al análisis de las relaciones entre hombres y mujeres, así como a una mejor comprensión de los mecanismos de la identidad sexual, estos lo han hecho principalmente a través de la deconstrucción de la feminidad. Aspecto que guarda coherencia con el hecho de que partimos de una realidad social en la que lo femenino se ha constituido históricamente como lo diferente (según la cultura europea anterior al siglo XVIII), legitimando así una gran variedad de desigualdades sociales. Sin embargo, la falta de datos coherentes y comparables entre países, regiones y tiempos, por norma general impiden la realización de esfuerzos por comprender y evaluar comportamientos dañinos y restrictivos, a fin de reconocer la contribución económica de las mujeres en todos los aspectos.
Mito sobre "la humana igualdad de los desiguales", que se originó con la Revolución Francesa y la elaboración entonces de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, en la que las mujeres resultaron ser el tercer Estado del tercer Estado. Situación que impulsó a redactar a Olympes de Gouges en 1792 (seudónimo de Marie Gouze dramaturga y política francesa) una de las primeras denuncias de la opresión de las mujeres como colectivo: “Hombre extraño, ciego, hinchado de ciencias y degenerado, en este siglo de luces y de sagacidad, en la ignorancia rancia más crasa, quiere mandar como un déspota sobre un sexo que recibió todas las facultades intelectuales y pretende gozar de la revolución y reclamar sus derechos a la igualdad, para decirlo de una vez por todas”.
Recordando Olympes de Gouges, en su Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, que lo enunciado en el texto de 1789 para nada tenían carácter universal, ya que en realidad ignoraban a unas fieles aliadas, cuyo papel en la revolución no recibió el reconocimiento que se merecía. Quedando en la historia de la época, las primeras afirmaciones orgullosas de los derechos de las mujeres, llevadas a la plaza pública y convertidas de forma explícita en una cuestión política. Que el "nuevo código civil napoleónico", al extender su influencia por toda Europa hasta una época reciente, se encargó de devolver firmemente a las mujeres a su destino (?): "el de esposas, bajo la tutela de los varones". Miopía de los derechos humanos al género cuyas razones se encuentran en el androcentrismo, no siendo hasta mediados del siglo XX que la legislación internacional empezó a reflejar una evolución necesaria (década de los 70 en Estados Unidos, España 1985, declaración de Beijing de 1995, reafirmada como determinación por la ONU en 2004).
Transformación que, como derecho ante la ley, en el tiempo actual comienza con el uso de un lenguaje apropiado, que corrige la premisa subyacente de las masculinidades como un dualismo de género rígido; en el que sexo, género y sexualidad, se asumen por defecto como alineados. Permitiendo así una aproximación más fluida, en la cual las personas sean capaces de identificar por ellas mismas quienes deciden ser, sin estar bajo enjuiciamiento social. Siendo igualmente importante (de acuerdo a investigadores), distinguir feminidad y masculinidad como unas descripciones de comportamientos y actitudes, no ligadas directamente a los géneros hombre y mujer.
“La subjetividad aún hoy se conforma alrededor de la idea de que ser varón es poseer una masculinidad racional autosuficiente y defensiva-controladora, que se define dentro de una jerarquía masculina y con la mujer como sujeto en menos. Generando una lógica dicotómica del uno u otro, del todo o nada, donde la diversidad y los matices no existen” (Luis Bonino, psicoterapeuta experto en problemáticas de la condición masculina).