El 24 de junio del año 1952, Santa Marta amaneció con un día que parecía iba a ser igual a los anteriores, pero resultó ser el peor de su historia.
La ciudad, que para entonces no tenía el tráfico de autos que posee hoy, solo emitía un ruido, conformado por el oleaje sobre la playa de su bahía y alguno que otro grito de vendedoras de pescados con sus poncheras de madera sobre sus cabezas, anunciando sus productos traídos directamente de Taganga.
La antigua villa que en 1525 fundara el español Rodrigo de Bastidas, aún conservaba el ambiente de un pueblo pequeño de provincia. Sin embargo, su cotidiana armonía humilde fue interrumpida ese día de manera inesperada por una noticia escandalosa, la cual se difundió a las 7:00 de la mañana por el noticiero de una emisora que existía en esa época, conocida como La Voz de Santa Marta.
Aunque no era una novedad de última hora, pues el hecho en sí había ocurrido dos años antes, la noticia causó mucho revuelo, debido a que nadie sabía que había sucedido y porque se trataba de un hecho sin precedentes en el continente. La información le dio la vuelta al mundo en minutos, pese a que no existía el internet ni redes sociales ni los celulares. Se difundió rápido por los teletipos que entonces se usaban para la transmisión de datos o mensajes mecanografiados punto a punto a través de un canal de comunicación simple.
Ciento veintitrés años atrás, Simón Bolívar, El Libertador, en su lecho de muerte de la Quinta de San Pedro Alejandrino, ubicada en la misma ciudad, había firmado su testamento, en el que dejaba sus propiedades a familiares. El documento original, tras morir El Libertador, fue guardado en los archivos de la notaría primera de la antigua localidad. Allí permaneció por 123 años sin que nadie se acordara de él, hasta ese 24 de junio del año 1952, cuando todo el mundo supo la noticia que se emitió por primera vez a través del noticiero de la única emisora que había entonces en Santa Marta, sobre que el testamento de Bolívar había desaparecido misteriosamente de los archivos de la notaría. Nadie lo podía creer. Y todo el mundo empezó a especular acerca de por qué se habría producido el inaudito suceso trascendental.
Algunos llegaron hasta pensar que de pronto había sido por la desesperada necesidad de un funcionario de la notaría ante la falta de papel higiénico, no obstante, el resto de las hipótesis concordaron que tuvo que haber mucho dinero de por medio y durante un año el caso se mantuvo como un misterio, hasta que el histórico documento apareció en una biblioteca de archivos de la Academia de Historia de Venezuela, aclarándose que hasta ese lugar lo había llevado un hombre de apellido Méndez. El testamento finalmente fue devuelto después por un expresidente venezolano y desde entonces reposa en un museo bolivariano del país. Sin embargo, nunca se ha dicho quién fue el ladrón y cuánto pagaron por él.